• 22/12/2025 00:00

Hace cuarenta y seis años

Hace mucho aprendí que “la lucha contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”; por eso, al igual que cada uno de los 46 años anteriores, me resulta imposible evitar que el recuerdo de aquella golpiza se apodere de mi memoria, de mi corazón, de mi cuerpo.

A las cuatro de la tarde de ese miércoles 19 de diciembre de 1979, varias decenas de personas se reunían ya en el atrio de la entonces Iglesia Don Bosco, atendiendo el llamado que habíamos hecho para protestar contra la llegada del denominado “Rey de Reyes” a Panamá.

Ese día, en compañía de más de tres centenares de ciudadanos nos reunimos frente a las escalinatas de la Iglesia Don Bosco, para expresar nuestro repudio a la presencia del Sha en Panamá. Más de 40 motorizados del tránsito se colocaron a unos veinte metros de donde estábamos para iniciar la protesta. Caminé hacia ellos, solo, megáfono en mano. Pensé que querían condicionar la marcha a otra “orden superior”. No había terminado de llegar cuando el jefe de los motorizados se abalanzó y me entró a golpes.

Puñetazos y puntapiés cayeron sobre mí, al tiempo que el tenebroso G-2, Fritz Gibson Parrish, alias Sangre, gritaba: “¡Aquí está Bernal!”. Una mancha de palos, manguerazos, golpes de todas clases y de todos lados llovió sobre mi cuerpo de parte de uniformados, de G-2, y también de los motorizados. Me resistí. Me arrastraban. Me tiraban al piso y pateaban. Doña Elvia Lefevre, Víctor Navas King y una dama desconocida, se metieron en medio de la golpiza en desesperado esfuerzo por impedir la salvaje tortura pública a la que estaba yo siendo sometido.

La salvaje golpiza pública duró una eternidad. Por ello el recuerdo persiste. Primero me llevaron al Cuartel Central; cuando vieron que me moría, me llevaron al Hospital Santo Tomás... convulsionando. Nunca el caso fue debidamente examinado por las autoridades competentes del Estado.

Hoy, recordemos también que la represión violenta no fue, lamentablemente, un hecho aislado que pueda archivarse en la memoria por indiferente que se quiera ser. Fue un capítulo que años más tarde -especialmente de 1987 a 1989- se repetiría, con igual o mayor crueldad, contra numerosas víctimas.

“Olvidar el olvido. Recordar el pasado, para liberarnos de sus maldiciones: no para atar los pies del tiempo presente, sino para que el presente camine libre de trampas. Hasta hace algunos siglos, se decía recordar para decir despertar... La memoria despierta es contradictoria, como nosotros; nunca está quieta, y con nosotros cambia. No nació para ancla. Tiene, más bien, vocación de catapulta. Quiere ser puerto de partida no de llegada. Ella no reniega de la nostalgia; pero prefiere la esperanza, su peligro, su intemperie”.

A 46 años de la golpiza, debo recordarles a todos los que, -por acción u omisión, material o mentalmente- participaron y celebraron, aquello, -ante la tortura, cuando hay ciudadanos con dignidad- ¡jamás puede, ni debe olvidarse!

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