• 28/08/2010 02:00

Lo bueno, lo malo y lo feo de las encuestas

N uestro país está atrapado por las encuestas. Las hay de todos los colores, científicas e improvisadas. No hay empresa televisiva, radi...

N uestro país está atrapado por las encuestas. Las hay de todos los colores, científicas e improvisadas. No hay empresa televisiva, radial o de prensa escrita que no tenga la suya. Es casi un pecado no medir a diario la opinión de algunos panameños sobre temas tan disímiles que muchas veces nos preguntamos a quién le importa el resultado que las mismas puedan arrojar.

Sin embargo, sería injusto despreciarlas todas, porque ciertamente las hay que nos indican con cierto nivel de fidelidad cuál es la percepción de los panameños sobre algunos temas, principalmente para que el presidente de turno esté tranquilo o a contrapelo, se desespere y dirija el disgusto de sus propias culpas contra otros.

Lo malo es que nos hemos acostumbrado a lidiar con estas ‘mediciones’ y basta con escuchar o leer sobre alguna de ellas para sumarnos y expresar lo que a nuestro entender es ‘nuestra verdad’.

Por supuesto, y como ya apunté, no desestimo la información que se deriva de las encuestas con cierto nivel de seriedad y fundamentada en factores científicos. No así las que han prostituido el valor de esta herramienta para que la gente opine, repito, hasta de los asuntos más necios e increíbles.

Se cae en la torpeza de asignarles una credibilidad total. Nos olvidamos que en muchas de las veces las mismas son manipuladas a través de preguntas que pudieran tener una sola respuesta. No olvidemos también que el que paga la orquesta dice qué música quiere escuchar.

Por supuesto que no pretendo invalidar todos los resultados, porque sería igual de irresponsable descartar la eficiencia de algunas de ellas. Lo sabio es analizar los números en su justa dimensión. Evaluar las respuestas, no por lo dulces o amargas que sean a nuestro gusto, sino interpretando el mensaje que nos están enviando algunos sectores de la comunidad nacional.

Olvidémonos de las que no son serias. De aquellas que solo responden al interés de una persona que se vale, para manipularlas y buscar resultados a su gusto, de los denominados ‘call center’ en los que en forma tenaz e intensa un grupo de empleados o amigos comienzan a llamar a las emisoras o anotar en las encuestas digitales a través del Internet.

Conozco a varios que son expertos en manipular las respuestas. Son los que se engañan invirtiendo grandes sumas de dinero para utilizar los resultados en campañas mediáticas. En esta acción no se escapan ni los altos funcionarios ni los sectores de oposición al gobierno, aunque en menor escala.

Lo gracioso de todo esto es que cuando son encuestas serias, con credibilidad, no dudan en restarles importancia cuando los resultados no les convienen; sin embargo, se apasionan con ellas cuando los numeritos les son favorables.

Lo más terrible es la época de las elecciones para escoger presidente, diputados, alcaldes y representantes de corregimientos. No importa el esfuerzo que realiza el Tribunal Electoral para evitar este abuso, que no aporta mucho a la democracia y, en cambio, son nefastas en el afán de desacreditar o tergiversar la imagen de los rivales políticos.

Intento con todo lo anterior alertar, prevenir, advertir, etc., a los que de pronto dan la certeza a estos resultados, cuando los mismos no son más que una maniobra para descartar a los rivales e inclusive, denigrar su imagen ante el electorado. Para muchos el fin justifica los medios y si se logra el objetivo, no importa la sanción que se pueda recibir por esa violación a la Ley o las normas que rigen la decencia de los individuos.

Estudiosos del comportamiento humano y los que analizan los secretos de la ‘inteligencia emocional’, saben a qué me estoy refiriendo. El problema está en que no existe autoridad que regule el concepto total de las encuestas para que respondan a una actividad científica y honesta.

Mientras que esto no ocurra, los panameños seguiremos como hasta ahora: Prisioneros de un arma al que recurren los majaderos, con el único propósito de satisfacer su ego, aunque ello represente una burla a los incautos.

*PERIODISTA.

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