• 16/04/2014 02:00

Una cultura para el Metro

‘Hay que aprender a caminar, subir las escaleras, movilizarse en la entrada y salida’.

La inauguración del sistema de transporte Metro, primero que se establece en Panamá y Centroamérica, fue una fiesta popular que refleja el sentimiento nacional de contar con una infraestructura que pone al país en lugar preponderante. La tecnología ha sido empleada para facilitar la movilización en la intrincada red vial urbana y que aporta en la reducción de emisiones de gases producto de la combustión hacia la atmósfera.

Independientemente de los costos de esta megaobra, que deben ser pagados por todos los ciudadanos con sus impuestos, las comunidades del entorno capitalino, empezarán a descongestionarse con esta forma rápida, silenciosa, cómoda de circular. La línea No 1 es el primer paso en una amplia red, que en los próximos años se verá articularse y que cambiará el perfil citadino.

No obstante que ahora quienes viven en esta parte de la República pueden beneficiarse con la existencia del Metro; es necesario pasar del entusiasmo al uso responsable de este tipo de vehículo y de todo el esquema que implica transportarse bajo el suelo y reducir los tiempos del desplazamiento. Esto supone la adopción de una cultura inexistente en la mentalidad de los panameños, ya que estamos ante algo novedoso.

El secretario del Metro, Roberto Roy, ha expresado en los medios de comunicación sobre algunas prácticas que es necesario cambiar. La publicidad ha expuesto la forma como se aborda, los cuidados y hasta el ‘caminar por el lado derecho’, una costumbre propia de las grandes ciudades, pero desconocida localmente en el desenvolvimiento cotidiano en espacios públicos. En las primeras jornadas hubo aglomeración curiosa; pero también basura, orina, vómitos y robos.

Cuando se inauguró el Metrobús se dijo que no entrarían buhoneros para vender, no sería lugar para los fanáticos religiosos o espacio para hacer ofertas de diferente índole y todo eso ha sido falso. Quienes quieren ofrecer algún abarrote, verduras, golosinas, piden permiso al conductor —en el mejor de los casos— o entran por la puerta trasera y en medio del pasillo, levantan la voz, empiezan un sermón; otros venden o piden limosna.

En el caso del nuevo Metro, es necesario que sus usuarios tengan conciencia de la escala de este tipo de transporte. En cada metrópoli donde existe, la gente se siente orgullosa y lo refleja con especial cariño. Hay casos excepcionales como en Nueva York, donde las ventanas y las paredes están pintarrajeadas con aerosol, marcadores y otras formas de expresión visual, pero en otros lugares hay un respeto por los vagones y el servicio.

Hay que aprender a caminar, subir las escaleras, movilizarse en la entrada y salida. En el Metrobús aún no se concilian los que bajan y los que suben (pues muchos acceden por la puerta de salida); existen problemas para hacer fila en la mayoría de las estaciones cuando se aborda —quien no lo crea, que vaya a la Terminal de Transporte—. Hay que reconocer que en algunos sitios, como la Ciudad del Saber, hay mayor orden.

Cuando en México llegó el metro, por los años 70, había una situación similar, pero con la diferencia que debía transportar cada día cinco millones de personas. No existía experiencia tecnológica y los vagones eran importados. Hoy esa realidad ha cambiado totalmente; incluso existe suficiente recurso humano capacitado y sus partes se confeccionan y ensamblan localmente.

Debemos asimilar esa parte de la lección. Pero, más importante que esto es el valor cultural que debe generarse en cada persona que utiliza el Metro y la necesidad de contribuir a mantenerlo sin deterioro, como una joya nacional para exhibirlo a propios y extraños.

PERIODISTA

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