• 03/10/2014 02:00

Fundamentos en que debe apoyarse la educación

Todo hombre tiene derecho a la educación, porque es de la esencia de la persona humana su aspiración a la plenitud

Todo hombre tiene derecho a la educación, porque es de la esencia de la persona humana su aspiración a la plenitud. Para su integral desarrollo, necesita asimilar los valores culturales y morales que le permitan el acceso a la verdad y al bien, y es función de la educación ponerlos a su disposición. Sin la formación integral de la persona humana, no es posible alcanzar cabalmente el bien común, máxima aspiración de la sociedad.

Solo cuando la educación se inspire en un verdadero humanismo (que la haga consciente de que es el hombre integral el centro y la meta de su proceso), y procede en consonancia con esa idea directriz, cabe esperar resultados positivos de su acción. Ello supone orientar las diversas facetas de la función educativa con un sentido de unidad, que respete la unidad esencial de la persona; con un espíritu de igualdad, que reconozca la dignidad fundamental de todos los hombres por el hecho mismo de serlo; y, al propio tiempo, a la luz de un principio de diferenciación, que reconozca su singularidad. Cada ser humano es sujeto de ideas, aptitudes, vocaciones y decisiones que ninguna fuerza externa tiene derecho a violar ni siquiera bajo inspiración de vigencias colectivas.

A su dimensión personal, el ser humano une inseparablemente su calidad de miembro vivo de la comunidad social —tanto nacional como internacional— que le reconoce derechos y le plantea ineludibles responsabilidades. Este hecho por ningún concepto ha de entenderse como incompatible con las precedentes consideraciones. Por el contrario, la medida más clara de una personalidad bien formada es su incorporación activa y beneficiosa a la sociedad, mediante el racional ejercicio de sus derechos y cumplimiento consciente de sus responsabilidades. La educación, con el sentido de unidad que debe caracterizarla, habrá de tener presente el compromiso social del hombre y prepararlo adecuadamente para asumirlo.

No es inoportuno recordar que este objetivo demanda, fundamentalmente, la proyección de una actitud vital, de unos hábitos morales y de unas condiciones personales que conduzcan a lograrlo y que, por lo mismo, deben ser propósitos que la educación se esfuerce por alcanzar en la formación de cada ser. Sin virtudes de generosidad y solidaridad, sin hábitos de laboriosidad y perseverancia, sin capacidad de iniciativa y de organización, difícilmente puede concebirse que alguien logre la eficiencia social.

La educación que concibe el desarrollo social está al servicio del hombre, es la que mejor adiestra a este como instrumento del mismo desarrollo. Reducirlo, en cambio, a un simple elemento de promoción económica, sería dar al problema un enfoque meramente materialista, empequeñeciendo la dignidad y limitando las posibilidades personales del hombre, y sacrificando, por ende, las propias aspiraciones de la sociedad. De manera consecuente, subrayar, en una formulación de fines y objetivos, solo la atención de urgencias inmediatas, como las de producción y consumo, es trastornar la armonía del conjunto y exponerse a que, en un próximo momento del desarrollo social, la educación vuelva a quedar en situación de retardo. Algo parecido a la realidad que vive la Educación Nacional en los actuales momentos.

Si por el derecho de cada hombre y mujer a recibir educación, esta debe entenderse como una tarea de toda la comunidad, la necesaria diversidad de funciones sociales —por su parte—, impone al sistema escolar una consiguiente flexibilidad. La aspiración a una unidad nacional, con todo lo legítima que ella es, no puede traducirse en una rígida uniformidad de la formación que omita la debida consideración a las aspiraciones de la familia (la primera educadora); a las variadas instituciones en que los hombres se organizan por sus creencias o ideologías; a las distintas condiciones geográficas, sociales y económicas que diferencian a unas zonas de otras dentro del mismo país; en una palabra, a los múltiples factores que, unidos a singularidad personal de cada ser, influyen en él de manera tal, que perfilan aún más sus rasgos diferenciales.

Creemos, por lo demás, que es esta la fórmula más viable para llevar a la práctica el principio de libertad de la enseñanza, reconocido en la Constitución Política de la Nación panameña.

*MAESTRO DE CIUDADANOS.

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