• 22/10/2014 02:00

Para comprar pedacitos de felicidad

Columna de opinión de Mireya Lasso del 22 de octubre del 2014

Según la sabiduría popular el dinero no compra felicidad; por eso este encabezado no parece tener sentido. Sin embargo los catedráticos Elizabeth Dunn y Michael Norton, de las universidades de Columbia Británica y de Harvard, respectivamente, proponen ciertas ideas que contradicen o condicionan esa sabiduría. Su interesante planteamiento es el siguiente: después de dedicar muchos años a trabajar, a ganarse la vida, a ahorrar para disfrutar de una vejez cómoda y placentera, muchas personas no saben en realidad en qué ‘gastar’ —¿o ‘invertir’?— parte de sus ahorros para tener felicidad.

Y muchos se van por el camino trillado de comprar o adquirir ‘cosas’ que más temprano que tarde solo trae desilusión, aburrimiento o desinterés. En base a cientos de entrevistas, pruebas aplicadas a muchas personas y muchas encuestas, llegan a la conclusión de que el dinero puede, en efecto, brindarnos alguna felicidad si se emplea conscientemente según cinco principios que descubrieron y que nos recomiendan.

El primero: comprar experiencias. A menudo se piensa que adquirir objetos, inclusive aquellos que hemos deseado por mucho tiempo, brinda felicidad. Una joya valiosa, una casa en el mejor sector residencial, un automóvil de lujo, serían cosas que identificamos con la felicidad. Pero la teoría Dunn/Norton indica que la felicidad o excitación de haber logrado esos bienes finalmente, muy pronto pasa y rápidamente se esfuma la alegría inicial de la novedad. Sin embargo, una experiencia agradable que hayamos vivido es algo que disfrutamos no solo en el momento: volvemos a disfrutarla cuando la traemos del recuerdo. Algo así como el dicho popular de que ‘no me quitan lo bailao’.

El segundo: aprovechar oportunidades no habitualmente disponibles. Dunn/Norton se preguntan ¿cuántos residentes de sus respectivas ciudades han visitado la Estatua de la Libertad, la Venus de Milo o la Mona Lisa, la Torre de Londres o la de Pisa, y en nuestro caso, la de Panamá Viejo o el Canal de Panamá? En cambio, los turistas que concurren por una corta temporada a esas ciudades aprovechan la oportunidad para experimentar lo que el resto del tiempo les está fuera de su alcance. Y lo disfrutan mucho más que el residente que lo tiene a su disposición todos los días, pero no lo aprovecha.

El tercero: comprar tiempo. Las empresas lo hacen bajo la figura de la tercerización, contratando a otros para realizar tareas rutinarias que les dejen libres para dedicarse a funciones directamente relacionadas con los objetivos de la empresa. Igual principio aplicaría a las personas: contratar a otros para que desarrollen las tareas engorrosas o rutinarias y permitan dedicar tiempo libre a actividades que ofrezcan mayor felicidad.

El cuarto: pagar ahora y consumir después. Muchos lo hacen al revés: disfrutan primero el viaje y luego les cae el peso de tener que pagar lo gozado. Aún peor: si el gasto se paga al momento del disfrute, el cargo a la tarjeta de crédito o al bolsillo le resta goce a la actividad. En cambio, pagar antes de disfrutar libera la preocupación e inclusive brinda la sensación de que no haya costo.

Finalmente: invierte en otros. Es quizás la mejor de todas, la que mayor satisfacción puede brindar a quien ofrece algún beneficio al prójimo. La sabiduría popular dice que es mejor dar que recibir y lo agradecemos con un ‘Que Dios te lo pague’.

Se pueden combinar todos esos principios en una sola actividad: un cónyuge regala a su pareja un viaje en crucero, ya pagado, y la acompaña: experiencia, tiempo, inversión en la relación y descubrimiento de nuevas culturas, sin preocuparse del pago que espera.

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