• 09/01/2015 01:00

9 de enero, una generación que no se debe olvidar

Aquello fue algarabía, marcha con pasos firmes, protesta contagiosa, sentimiento de patria

Tuvimos la oportunidad histórica de participar, doblemente, en la aprobación de la ampliación del Canal de Panamá, como diputado, y ahí recordamos la lucha generacional, el sacrificio joven y la necesidad de inmortalizar sus luchas. Después, como ciudadano en el referéndum del 22 de octubre de 2006. No estamos seguros que ese reconocimiento se haya dado y, ahora, en la fase final de la construcción del tercer juego de esclusas, estas ya tienen sus nombres, pero ¿por qué no recordar a esa generación que puso la sangre y, hoy, cosechamos los beneficios? ¿Por qué no ponerle los nombres de quienes son verdaderos baluarte de la patria?

El 9 de enero de 1964 fue un día cualquiera. Después, una fecha heroica, simbólica para el Panamá soberano. Aquello fue algarabía, marcha con pasos firmes, protesta contagiosa, sentimiento de patria, de consignas dirigidas contra el agresor y de reclamo: ‘un territorio una sola bandera’. De otro lado, bayonetas, rostros agresivos, balas y disparos, prepotencia y arrogancia uniformada, colmillos de sangre. Nos agredieron, pero levantaron corazones de dignidad.

Esos días tristes pero ejemplares, marcaron el momento crucial cuando la panameñidad hizo expresión de presencia con la tricolor; el sudor joven rociaba el suelo nacional convertido en el espacio zoneíta con gendarmes en reos de combate. No simularon, dispararon a matar. Pero no había temor. La valentía, el sentido de pertenencia, era la llama que ardía como rechazo a la prepotencia de carne y hueso imperial, la de la nación extranjera guerrerista. Ellos, llenos de coraje, expusieron sus cuerpos, como objetivos desprotegidos, empuñando solo el amor al terruño.

Que se izara la bandera, que se paseara en lo alto empujada con la brisa corrida desde el cerro Ancón, este era el sentimiento albergado en los corazones de la juventud. Así salieron de sus colegios, con entusiasmo colectivizado, y en una sola voz de reclamo soberano. Con sus ideales de soberanía, marcharon entusiastas hacia la zona del canal. En sus manos llevaban, como ‘arma poderosa’, la bandera. La misma que el convenio firmado entre ambas naciones exigía que se izara en los sitios en los que también lo hiciera la enseña estadounidense. Poco después, caían las primeras víctimas y la sangre derramada marcó el hito de ‘no regreso’.

La gallardía estudiantil dictó las pautas de un episodio que es ejemplo. Una lucha consecuente que debe eternizarse como patrimonio nacional, símbolo libertario del estudiantado panameño y de la misma panameñidad . Así es. Porque la respuesta a la conducta patriótica y soñadora fue el ataque agresivo, inmisericorde, cobarde, de los militares de Estados Unidos. Se repetía, como en otros tiempos, el ultraje de la superioridad castrense, de las tropas acantonadas en nuestro propio suelo. Pero hubo cuota sobrada de dignidad.

Las consecuencias de aquel ataque brutal fueron repugnantes. La sangre derramada, de muertos y heridos, ha escrito una de las páginas más dolorosa de la patria, pero heroica en nuestro calendario nacional. Y aunque los agresores trataron de tergiversar los hechos, lo cierto es que la gesta era, más bien, la más bella, aunque triste, expresión en defensa de la nacionalidad, al derecho a ser soberanos y de mirar (como hacemos hoy a 51 años) en lo alto del cielo una sola bandera.

No es justo, acaso, lo aquí sugerido. Que hable la conciencia de los que toman las decisiones. No olviden que en la profundidad de la distancia están los valores de la nación, los que dan fuerza al presente y futuro de Panamá. No olvidemos.

DOCENTE UNIVERSITARIO

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