• 27/04/2015 02:00

El legado de Ricardo Arias Calderón

Ricardo Arias Calderón fue un líder natural. Escuchaba a los demás, valoraba las opiniones ajenas, facilitaba el consenso

En estos días que tanto que se cuestiona la honorabilidad de los políticos, la pérdida de las ideologías y el solo imponer la agenda personal sobre la colectiva. En épocas en que los valores de la ética y la moral en los asuntos públicos solo se utiliza en los discursos, emerge en forma más diáfana y transparente la figura de Ricardo Arias Calderón, el hombre de bien, el político ejemplar, el filósofo que hizo del magisterio su vida.

Aquel que, dando muestras a doquier, tenía sobre su sien la gran responsabilidad de conducir a Panamá hacia la democracia, lo cual logró, a pesar de ver truncado su sueño de presidir Panamá, cuando cedió ese espacio en 1989 a quien no merecía y correspondía, para no complacer a la dictadura en su afán de dividir a la oposición. Su participación en la política trascendió las fronteras patrias, al igual que su entrañable amigo venezolano Aristides Calvani, su permanente ejemplo en su extraordinario quehacer político y humano.

Ricardo Arias Calderón fue un líder natural. Escuchaba a los demás, valoraba las opiniones ajenas, facilitaba el consenso, promovía a que todos aportáramos nuestro grano de arena. Nunca sintió pena de recibir al que de buena voluntad se acercaba a la Democracia Cristiana; no le importaba que nadie le pretendiera hacer sombra ni sentía envidia por nadie. Estaba por encima de esas mezquindades. Quizá, por esas características medio raras en la jungla política panameña, fue visto por algunos como taciturno y ermitaño, falto de conocimiento de la política tradicional, engreído y petulante. Quizá porque cada vez que desarrollaba un tema lo hacía con gran dominio del mismo. Era un hombre estudioso y dedicado a la Política a tiempo completo, como ningún panameño en su generación.

Entró al PDC a finales de 1964: su primer rol en esas elecciones fue ser jurado de mesa. Eran los tiempos que decían que éramos como la sandía: verdes por fuera y rojos por dentro, por aquella defensa que hacíamos de la justicia social y el respeto a la dignidad humana. Nos decían ‘comunistas con sotana'. Por lo minúscula de nuestra militancia, los liberales —nuestros eternos detractores— decían que de a vaina cabíamos en un escarabajo Volkswagen; hoy dirían que un Picanto. Ya yo militaba en el PDC como joven un año antes y no pude votar, porque solo tenía 18 años.

Brilla en el horizonte en el Congreso de la Soberanía, luego de los sucesos del 9 de Enero de 1964 y comienza su carrera política como candidato a la segunda Vicepresidencia de la República por el PDC en 1968, teniendo la edad mínima permitida para hacerlo: 35 años. Su vertical posición frente al golpe de Estado en 1968 lo obliga a irse al exilio, al impedírsele su sustento como profesor en la Universidad de Panamá.

Junto a él, que, aunque no estuviera en Panamá, era nuestra fuente de inspiración hasta su regreso definitivo en 1987, volvimos a inscribir el partido en 1980, no pagando un céntimo para que alguien nos diera su firma. Era yo el secretario general del PDC. Luego, Ricardo fue su presidente, conmigo y Carlos Arellano Lennox como vicepresidentes, puestos que después compartimos con José Antonio Sossa y Raúl Ossa.

El aporte a la democracia del doctor Arias Calderón es múltiple. Consolidó el concepto moral y ético de la DC, impulsado por hombres como José Antonio Molino, Antonio González Revilla y Antonio Enríquez Navarro y durante sus años lo impulsó con gente como René Orillac, Andrés Culiolis Bayard, Camilo Brenes y Trini Castillero, por solo mencionar algunos. Formó un equipo en todas las especialidades; preparó para gobernar a su gente, la cual nunca incluyó a ningún familiar suyo. Su esposa Teresita brilla en la política luego del retiro por enfermedad de Ricardo. Entre otros logros estuvo el ser uno de los cinco fundadores del Diario La Prensa junto con Ricardo J. Bermúdez, Fabián Echevers, Ricardo Alberto Arias y I. Roberto Eisenmann.

Quizá sean pocos los días que le queden con nosotros. La terrible enfermedad del Parkinson lo disminuyó en todas sus facultades. Sin embargo, su aporte a la democratización del país fue muy grande. Particularmente en lo de la moralización de la política y en aquel principio, hoy bastante relegado al olvido, de que a la política se entra para servir a los demás y no para servirse de ella.

ABOGADO Y POLÍTICO.

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