• 02/06/2016 02:00

Colón, impronta afrodescendiente

Aunque, seguramente, no faltarán quienes, movidos por el sentido de pertenencia, implementen el regionalismo: afrocolonense

Desde la creación de la Ley 9 del 30 de mayo de 2000, he visto cómo año tras año aumenta la efervescencia de hombres y mujeres afrodescendientes por ataviarse y lucir suntuosos vestidos propios de la nobleza africana, al conmemorarse el Mes de la Etnia Negra. Dicha situación para muchos, crea cierto enronchamiento, pues es sabido que la esclavitud del negro y su desarraigo de las entrañas del África fueron de la participación y patrocinio de los propios autóctonos (nobleza africana), quienes lo utilizaron como piezas de trueque por productos europeos en las costas.

Quizá, otros lo perciban como un acto de autosegregacionismo para con los negros de otros estratos. Con el interés de dilucidar tan sui géneris asunto, acudimos a la expresidenta de la Fundación de la Etnia Negra de Colón, magíster Selvia Miller. En elocuente conversación, pudimos entender que la suntuosa indumentaria afro, como un elemento innegable de nuestra identidad fue tomada como ajuar insigne, para la visibilización de la etnia negra. Asimismo, constituye una especie de grito jubilar que anuncia que no hemos quedado enclaustrados en el primitivismo, pues hemos evolucionado. Esta iniciativa, nos despoja de ese sinsabor esclavista que nos inhibe de mostrar el legado ancestral que portamos y cuya impronta trasciende la de otras etnias.

La oleada negra, violentamente desarraigada de su tierra con destino al Nuevo Mundo, arrastró consigo una diversidad gentilicia antropónima (Arará, balunta, bañol, bula, biafras, cancan, congo, cape, calabar, dinga, mandinga, narú, berbesi, mozambique, zape, mina, dahomey, ashanti, angola, soso, yalongo, etc.). Muchos de estos negros procedentes del África se establecieron en las Antillas, donde adoptaron diversos patrones culturales (británicos o franceses) a los cuales se les denominó afroantillanos o afrocaribeños.

Con la construcción de las principales obras de ingeniería de los siglos XIX y XX (Construcción del Ferrocarril y del Canal), una incesante marejada negra arremete al Istmo encontrando arribo en la Isla Manzanillo. Ello, propicia y acentúa el primer impacto demográfico en el Istmo, convirtiendo a Colón en el primer escenario histórico panameño en percibir la mayor cantidad de elementos foráneos y por consiguiente en portalón de nuestra panameñidad. Así, Colón fue terruño para su llegada e impronta desde la génesis del Distrito parroquial (12 de octubre de 1850) hasta llegada la República.

Desde entonces, Colón se convierte en tamiz cultural de la etnia negra, hecho que resulta correspondiente a la atinada propuesta de la ONU de ligar la descendencia africana con la nacionalidad, lo que nos define como afropanameños o afrodescendientes. Aunque, seguramente, no faltarán quienes, movidos por el sentido de pertenencia, implementen el regionalismo: afrocolonense.

En suma, constancias del triunfalismo y accionar humano de tan prominente grupo se patentizaron en nuestra República, a través del Atlántico. La Etnia Negra convierte a Colón en cuna de su cultura en el Istmo y en centro de distribución de la misma, al resto del territorio panameño. Por lo tanto, el colonense fenotípico que tenga la osadía de negar el valor histórico-cultural de aquellos, desconoce su identidad.

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