• 20/07/2016 02:03

Capacidad de producción

Los productores de cebolla han iniciado una protesta porque consideran que ese producto de la hortaliza es esencial en la cocina panameña

Los productores de cebolla han iniciado una protesta porque consideran que ese producto de la hortaliza —esencial en la cocina panameña— tiene un mercado inseguro. Aducen que, quienes se dedican a su cultivo, tienen que competir con los importadores que inundan el mercado y afectan tanto los volúmenes como sus precios para perjudicar a aquellos que invierten en extraer este bulbo de la tierra, que se somete a múltiples peripecias en el país.

Si se sigue históricamente este vegetal esferoidal en la agricultura panameña y su contexto comercial, se encuentra un ciclo de producción-manejo agrícola-mercado y variados percances que van desde la posibilidad de culminar su maduración con resultados de alto nivel cualitativo y la capacidad de mantenerse en los espacios de venta, junto al importado. Por último, la selección de los compradores que buscan las mejores perspectivas culinarias.

Por esa razón, se guarda en la memoria las veces que los agricultores han traído a la ciudad capital sus camiones y regado cebollas en la avenida Central, en la Presidencia de la República y en otros lugares, con la finalidad de llamar la atención sobre el desequilibrado enfoque en que frutas, legumbres y otros rubros deben competir en desventaja con sus similares y fantasmas que promueven la importación a precios más atractivos.

Esta situación se torna ambigua en la esfera agroindustrial y requiere de un análisis que podría brindar muy buenos rendimientos a la economía panameña; aquella que se refiere al doble carácter que tienen las mercancías, según su procedencia y la forma como adquieren el valor que las tipifica en la etapa de adquisición o compra. Esto recuerda lecturas del primer libro de Crítica a la economía política en que se definían los conceptos de uso y cambio.

Quiere decir que existen dos cebollas diferentes, igual que mangos, zanahorias y hasta yucas. Hay aquellos rubros que se producen en la tierra nacional y sus némesis; iguales, pero que provienen del extranjero y que se exhiben junto a los primeros, pero con diferencia de precios. Por ejemplo, mangos locales de la variable denominada ‘papayo ', que se pueden comprar varios por un balboa, mientras que el rojizo importado tiene un precio de 1.50.

Decía un teórico clásico que ‘... las mercancías poseen una forma común de valor que contrasta de una manera muy ostensible con la abigarrada diversidad de formas naturales que presentan sus valores de uso... '. Lo que sucede alrededor de esta circunstancia es un manojo de acciones, supercherías, mitos y especulación alrededor del que descansa el comercio y sobre todo las relaciones en que se asientan sus actores en tan desigual clima.

El saldo es, un gradual decrecimiento de quienes se dedican a la siembra y cosecha, pues se ven como el eslabón más frágil de la cadena de negocios. ¿Cuál es el precio de una sandía que paga un intermediario al campesino que tuvo que sacar esta fruta, pese a todos los avatares de su accidentado oficio? ¿Cuál es el costo para el comprador en el puesto de venta por aquello surgido en un surco interiorano?

Hace unos días, se entrevistaba en radio a un funcionario de la Oficina de Promoción de Inversiones que hablaba sobre la captación de interesados extranjeros en buscar socios istmeños que quisieran iniciar diferentes emprendimientos comunes en el país. Resaltaba que no fuera solo para negocios vinculados a logística de reexportación, sino explorar opciones de valor agregado y transformación en el territorio.

¿Sería posible estimular iniciativas ligadas con tal nivel de inequidad y donde los bienes que tienen origen interno cuentan con una clara desventaja? Suena bastante difícil. Debemos alcanzar nuevos conceptos que sienten bases de una economía de amplios beneficios y sobre todo a quienes generan elementos tangibles de esa riqueza.

PERIODISTA Y DOCENTE UNIVERSITARIO

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