• 11/11/2016 01:00

La ilusión de caudillos

Uno de los paradigmas más enquistados en la psiquis humana es el del Chapulín que vendrá a salvarnos de nuestros defectos

Uno de los paradigmas más enquistados en la psiquis humana es el del Chapulín que vendrá a salvarnos de nuestros defectos. Y es que resulta muy difícil aceptar que cada quien es el guardián de su destino; y, como tal, se hace extensivo al resto de la humanidad. Pero lo que nos cuesta entender y aceptar es que hay edificaciones humanas que no son rescatables, y que debido a ello, deben desaparecer. Este es el caso de todo sistema de Gobierno populista que se va por el camino de prometer cosas que jamás podrán entregar, dado que no les corresponden.

Hay pocas cosas más peligrosas que un Gobierno desmedido, tal como hemos visto una y otra vez a través de toda la historia humana; y, sin embargo, seguimos ciegamente pidiendo más y más veneno burrocrático. Hay que diferenciar entre un Gobierno limitado en funciones y, por tanto, en dimensión; frente a esos excedidos en funciones y dimensión, que se tornan en castas gubernativas enquistadas, que no rinden cuentas a nadie.

Yo estuve en las entrañas de la bestia burrocrática por catorce años, y esta me vomitó por no aceptar a ciegas todo mandato trapichero. Y es que dentro de las entrañas del monstruo, quien resiste la acción de sus corrosivos ácidos gástricos tiene sus días contados. Allí, virtud es obediencia a la ley bastarda. Por algo en estos días vimos a la diputada independiente, Ana Matilde Gómez, manifestarse en rechazo a la aprobación de partidas para el parte y reparte legislativo. Estamos tan podridos que ni vemos lo deleznable de todo esto. O peor, que lo aceptamos como ‘normal'.

Y ni hablar del coraje de las reflexiones del arzobispo Ulloa, quien destacó que sin fundamentos éticos no hay libertad ni verdadera democracia, respetuosa al Estado de derecho. Así, la sociedad se va deslizando por una pendiente resbalosa hacia el abismo del servilismo y la inmoralidad.

Cuando los gobernantes miden el éxito en términos de aumentos en la planilla y el gasto gubernamental, sabemos que vamos por caminos de perversidad. Y es que con el tiempo ya ni los presidentes mandan; sino esa casta de burrócratas que se enquista en la carne estatal como larvas de tábanos. Así, llega la corrupción a tal grado que ya ni el mismo Chapulín Colorado puede salvarnos y el único mecanismo que queda por delante es el colapso de todo el sistema. Si lo dudan, no más hay que repasar la historia de todos los grandes imperios, demolidos por sus propios excesos.

Lo que verdaderamente manda es la opinión pública; pero, desdichadamente, cuando esa opinión, por acción o defecto, premia con sus votos a los más ladinos; entonces no queda más que la eventual consecuencia de nuestra propia inmoralidad.

Debemos estar atentos, ya que eventualmente llegará el día en que los caminos pervertidos crearán las condiciones de su propia destrucción, y será entonces cuando las verdades que siempre estuvieron ante nosotros, se harán visibles.

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