• 05/02/2017 01:03

Conflictos

‘La involucionada sociedad ha torcido la creación e interpretación de la ley más su nefasta aplicación que es lo que nos hace daño'

A medio año de su deceso, se hace cada vez menos explicable esta apresurada partida. Carlos Augusto Herrera Guardia nunca hizo daño a nadie. Amó de manera incondicional a sus semejantes. Tal vez su error radicó en mostrar públicamente la adoración a sus dos hijitos. Con esto dejó clara su debilidad y mostró su flanco débil, por donde lo debilitaron hasta consumirlo. Lo demás fue un asunto tejido entre esa tela de maldad bordada con la malsana complicidad, sin descontar el mancomunado engaño de actores y cómplices más los oportunos acomodos. Todo esto macerado con la ignorancia y la prepotencia sin sustraer la enorme dosis de los abusos. Ahora nada más queda de mi amado hijo el doliente recuerdo que nos consume y las cenizas frente a las cuales lloramos. Hoy ni siquiera tenemos capacidad para corregir el rumbo, porque nada va a retrotraer el nefasto resultado. Nos queda la experiencia como la única vía para aplicar en una ordenada lucha, para educar a los equivocados y que esto no se repita.

La involucionada sociedad ha torcido la creación e interpretación de la ley más su nefasta aplicación que es lo que nos hace daño. En esta amplia y complicada jurisdicción de familia, que se desbordada con promociones vacías que ya explicamos en las pasadas entregas. Claro que el afectado debe concurrir ante la autoridad jurisdiccional en casos extremos para que sea el Estado quien concierte en vez de supuestamente dirimir las controversias. Señores, todo esto debe estar basado en la conciliación para, en todos los sentidos posibles, pulverizar los desacuerdos, divergencias o discordancia para evitar con ello la confrontación.

A los doctores de la ley les sostengo que la jurisdicción de familia al calificar estas discrepancias nos hablan de conflicto. En la jurisdicción penal se agrava la calificación como delito. Vean este problema entre una conducta desasertiva y una crisis envuelta en la violencia. Mientras estas discordancias familiares no la observemos de menor a mayor intensidad, estamos muy lejos de unir a la familia. Este mismo aparato interdisciplinario que recomiendan para aplicar con la condena por un delito intrafamiliar, es el apropiado para entrar a detectar el motivo de la discrepancia y es de inmediato que la autoridad entre a mediar y evitar el conflicto. Son tan absurdos aquellos remedios de separar a la pareja, cuando para los efectos familiares hay que unirla. Debemos resolver el conflicto sin perjudicar a los menores. Claro que me van a decir que es muy difícil, pero nada es imposible frente a la promoción de la paz a través del amor.

Ayer nos referimos a los cuatro principios que aparecen en el artículo primero del Código de la Familia y el Menor, donde la protección de los menores de edad la resaltan en el cuarto lugar. Conocemos que los menores no son objetos y menos pueden quedar al arbitrio de las pasiones de sus progenitores extendido a sus tutores. Entendemos lo complicado del asunto, pero la tendencia es la represión frente a la comisión delictiva. De esta manera actuamos en la sociedad. Es cierto que no podemos desconocer la fuerza para tratar de contener los excesos de comportamientos que rayan en la delincuencia y menos que sea cada vez más notorio el acto delictivo dentro de la familia, pero es allí donde radica la especial preocupación para enfrentar el problema sin perjudicar a los menores.

Esto se ha convertido en un problema doméstico que todo el mundo desgrana en busca de alguna salida para contener la violencia dentro de la familia, aunque desconocemos tantas alternativas como la de educar a la comunidad para que se logre bajar el abultado nivel de descontrol en las parejas; de aquellos que una vez se amaron, que la relación derivó en malos entendidos hasta convertirse en odio. En utilizar en sus disputas a los niños como lanzas y escudos de sus peleas. Aquí es donde debe imperar parte del contenido del artículo 200 del Código Penal, el cual habla del tratamiento terapéutico multidisciplinario, como un complemento a la sanción para los que se hostiguen o agredan entre familia, aunque han diagnosticado que las parejas no son familia.

Por la vulnerabilidad, estos asuntos afloran en desavenencias domésticas. Aquí debe imperar el amor en todo el sentido de la palabra. Es el seno de la familia el lugar apropiado para limar asperezas, aprender a escuchar, a convertir la discusión en un diálogo y encontrar las soluciones, con tal entusiasmo como cuando se dieron las alianzas iniciales.

Que tu muerte no sea en vano hijo mío.

ABOGADO Y DOCENTE UNIVERSITARIO.

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