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- 18/03/2017 01:03
La nación grande
En el marco de sus reflexiones docentes sobre Ciencias Políticas, el profesor César Quintero definía a la Nación como ‘un pueblo históricamente establecido en un territorio dado, con tradición, cultura y aspiraciones comunes y con sentimientos de afinidad y de unidad'. En esta materia, así lo entiendo, los conceptos son cambiantes, pues sus contenidos evolucionan con el transcurso del tiempo y el desarrollo económico de las sociedades. Cierto es que lejos se observa hoy esa comunión de intereses y objetivos que en algún momento inspiraron a los istmeños a actuar solidariamente, sudando los mismos afanes y caminando juntos por el mismo sendero. No sé cuándo dejamos de alumbrar el quehacer nacional con la misma guaricha con que algún feliz día lo hicimos y poco a poco fuimos dejando de sentir como propia nuestra tierra y nuestros sueños. Ya las aspiraciones y afinidades de los muchos, pienso, no son las mismas que aquellas aspiraciones y afinidades de los que siempre han llevado en sus manos las riendas de la Patria, si es que acaso en algún momento de la historia fueron los mismos tales vínculos y tales desvelos.
Las gravísimas acusaciones que dibujan la conducta inmoral de la casta política criolla, envuelta en las sábanas de la corrupción y la ilegalidad, enseña que ahora somos dos naciones bajo la sombra de una misma bandera. Aquella, la nación de los que registran en sus máquinas de tienda las ventajas de los grandes sacrificios populares y esta, la nación de los que pusieron los muertos en esas heroicas gestas nacionales. Aquella, la nación de los que equivocadamente piensan que la política es el mejor instrumento para saciar sus mezquinos intereses económicos y esta, la nación de los desposeídos, de los exprimidos, de los que viven olvidados en la pobreza y la desnutrición, de los que alimentan las cifras de las estadísticas de infelicidad y de hambre. Si, bajo la fronda del pabellón tricolor existe la nación de los indecentes y subsiste la nación de los inocentes que nada hacemos para evitar que cada día sean más ricos esos ricos y más pobres los pobres. La nación de los magos que nos asombran cuando sacan los conejos de los sombreros y la nación de los que nos dejamos asombrar por los conejos y embobar por los magos.
Esta creciente dicotomía, dañina por donde se vea, señalada en los recientes informes sociales y económicos de las organizaciones internacionales y publicitada a diario por los medios de comunicación, ataca los cimientos mismos de la nación y nos distancia de los fines que lleva al humano a convivir en sociedad. Ya hace años advertía Ignacio García Malo que ‘cuando una nación o los que la gobiernan son injustos o se descuidan en el cumplimiento de sus deberes, aflojan o debilitan los lazos de la sociedad. Entonces el hombre se desmembra de ella, se vuelve su enemigo y busca su felicidad por medios nocivos a sus asociados. En una sociedad mal gobernada, casi todos los miembros llegan a ser enemigos unos de otros y entonces el estado de sociedad hace al hombre más infeliz que el estado salvaje'.
Y quién puede negar que hemos sido tradicionalmente engañados por quienes nos han mal gobernado, quién puede negar que la clase política ha sido injusta para con la sociedad que los elige, quién puede negar que ha existido un descuido en el cumplimiento de sus deberes como gobernantes, quién puede negar que se han aflojado o debilitado los lazos sociales y quién se atreverá a negar que nos hemos convertido en enemigos de nosotros mismos. Es más, para provecho propio, los que lucran del poder político y económico nos han distanciado, nos han hecho sentirnos como extraños entre nosotros, en nuestros propios patios, en nuestra propia nación, y a fuerza de sinsabores cada cual ha construido su íntimo refugio, unos de arena, otros de barro y los más hemos construido nuestro refugio de esperanza y de quimeras. Desde estos nos miramos, a lo lejos nos miramos, lánguidos e inseguros, unidos sólo por los desprecios y la ignominia de los que nos han de por siempre sometido.
La casta política se ha olvidado que la tarea de todo buen gobernante es conducir al pueblo a un estado de bienestar social y económico tal, que todos podamos estar orgullosos de lo que somos, de los caminos recorridos, de las metas logradas, de los objetivos por alcanzar, de ser parte de una nación amada. Entonces no se alarmen si pronto llega el día en que los panameños de la nación olvidada, de la nación de los héroes de enero, tomen por derecho propio sus asientos en el gran banquete de las mieles para saborear los frutos de nuestros panales. Se han de levantar de la mesa los corsarios y bucaneros, los piratas y filibusteros, saciados como están de tragarse las arcas nacionales, pues les tocará a los de a pie, cansados de cargar angustias en sus motetes, recomponer las aspiraciones comunes y los sentimientos de afinidad y de unidad que se requieren para fortalecer los vínculos nacionales, hoy deshechos, y hacer de Panamá una sola Nación grande y generosa.
ABOGADO