• 31/05/2017 02:03

Noriega: ¿dictador o agente encubierto?

Dios lo juzgará por lo que hizo.

Ha muerto el MAN. Conocido así Manuel Antonio Noriega por los que le rodeaban; hasta sus adversarios. El militar que dominó la política panameña en forma absoluta, al asumir el cargo de comandante de la Fuerza Pública el 12 de agosto de 1983 hasta que fue depuesto por la invasión norteamericana el 20 de Diciembre de 1989. Acumuló su poder gracias al dictador Omar Torrijos, desde que intentaron derrocar a este en diciembre de 1969, y a los Estados Unidos, a quien sirvió como agente encubierto de la CIA desde ese mismo año.

Noriega fue el artífice, como jefe militar desde Chiriquí, provincia limítrofe con Costa Rica, de impedir la intentona golpista que le dieron a Torrijos ese 16 de diciembre de 1969, estando en México. Torrijos valoró las cualidades del joven e inteligente oficial y allí nació su gran poder. Según me explicó Noriega, luego de ese suceso, los norteamericanos pidieron que fuera él su contacto con las fuerzas militares locales para así evitar que se tuvieran varios contactos con sus agencias de inteligencia.

Aunque Noriega, desde su prisión, el 24 de junio de 2015, pidió perdón a los panameños ‘por los abusos que hubiesen podido cometer sus superiores y sus subalternos', gran cantidad de panameños no le creyó. Como testigo presencial de ese perdón público a un canal de televisión, doy fe de que fue sincero y espontáneo; producto de su encuentro en prisión muy íntimo con Dios, que le condujo a encontrar su perdón. En su primer encuentro público en Panamá, Noriega, que llegó al escenario de la filmación en silla de ruedas, estaba sumamente nervioso. Sus familiares hasta temieron que pudiese perder el control y desfallecer.

Enemigo de la dictadura, fui detenido arbitrariamente en el Aeropuerto de Tocumen a tres semanas de la invasión. Mi captor militar me asegura que tenía órdenes de Noriega de asesinarme. En mis tantos encuentros con él, me lo negó categóricamente, así como rechazaba tuviese algo que ver con la decapitación del doctor Spadafora o el fusilamiento de los oficiales que lo intentaron derrocar el 3 de octubre de 1989. Dios lo juzgará por lo que hizo.

Noriega, el dictador, para muchos que lo combatimos hasta su caída, el estratega internacional para quienes, como la CIA, le tenían entre sus principales fuentes de inteligencia de movimientos inaccesibles para ellos, como lo era el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMNL), en El Salvador, y el mismo Gobierno de Cuba, así como los sandinistas y hasta el mismo Pablo Escobar Gaviria. En otras latitudes como Libia e Israel, siendo uno de sus asesores el general Mike Harari.

Viví una de esas experiencias. Mantenía una relación muy especial con el presidente salvadoreño José Napoleón Duarte, líder demócrata cristiano. Lo había acompañado a su regreso a su patria de su exilio en Caracas, en octubre de 1979. Se convirtió en una especie de mentor mío, siendo el padrino, junto a Ricardo Arias Calderón, de mi tercer hijo José Ricardo. El 10 de septiembre secuestraron en San Salvador a su hija Inés Guadalupe. Por varias semanas nadie supo su paradero, porque sus captores comunistas no lograban el apoyo de los líderes del FMLN por su atrevida acción. Una mañana, estando en mi oficina, me pasaron al teléfono a un atribulado Napoleón. Me pidió que, a través del nuncio apostólico, José Sebastián Laboa, gestionara con Noriega que contactara a los secuestradores para conocer el paradero de su hija. A los pocos días fue liberada.

El mismo Noriega me contó su experiencia con la invasión de Granada en 1983. En la víspera de la invasión norteamericana a la isla, Estados Unidos se percató de que al final de la pista del aeropuerto, construido por los cubanos, había un internado de jóvenes. Preocupados por la posible muerte de inocentes, el entonces director de la CIA, William Casey, siguiendo órdenes del presidente Reagan, llamó a Noriega para que contactara a Fidel Castro para pedirle que no respondieran bélicamente a la llegada de los invasores. Así se logró. Noriega actuaba como vínculo con Castro y también en vía contraria.

En otra ocasión, una de mis visitas carcelarias coincidió con la muerte del ex primer ministro y ex presidente de Israel Shimon Peres. Me habló de la estrecha relación que tuvo con el entorno de ese mandatario, a quien llegó a conocer personalmente. Noriega tenía predilección con Israel: de allí el cambio de Guardia Nacional a Fuerzas de Defensa de la fuerza pública panameña, cuando asumió como comandante en agosto de 1983. Esa relación llegó al punto de que sus tres hijas estudiaron en el reputado colegio hebreo panameño Alberto Einstein.

La muerte de Noriega quizá sea llorada por pocos; pasaron muchos años desde que dejó de ser poderoso en 1989; pasaron tres décadas desde que dejó de servirle como agente de la inteligencia norteamericana. ¿Cómo se le recordará? ¿Como el implacable dictador que hizo tanto daño o como el fiel agente que tan lealmente sirvió a los intereses norteamericanos?

Que descanse en paz.

ABOGADO Y POLÍTICO.

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