• 21/02/2018 01:00

El monstruo comía huevos duros

Luego ella se sienta al borde del estanque donde lo tienen cautivo y le pone música mientras le ofrece de su platillo

La filmografía de Guillermo Del Toro no ha sido de mi predilección por su énfasis en historias oscuras donde por lo general, infantes se ven sometidos por incidentes misteriosos o enfrentados a seres surgidos en circunstancias de difícil explicación racional. El espinazo del diablo y El laberinto del fauno son claros ejemplos de este enfoque particular que el realizador nacido en Guadalajara ha dado a su obra cinematográfica.

He tardado en conocer que su narrativa visual no es más que la proyección del niño angustiado que todos llevamos dentro por los cuentos y alegorías escuchadas en la infancia en que fantasmas y especímenes de la imaginación de nuestros padres y de la cultura popular, pasaban a ocupar la realidad e inquietud onírica que nos hacía temblar durante los sueños. Con estos argumentos y un contexto irregular, crecimos y dimos forma a las ilusiones.

Del Toro ha construido una estética con dichos componentes y su cinta La forma del agua es el resultado de un ejercicio en que el director ha logrado integrar elementos del terror con un relato romántico que se desenvuelve en un clima cargado de guerra fría. Tales ingredientes de tinte político ya estaban en anteriores películas suyas ambientadas en la guerra civil española y otros escenarios semejantes.

La forma del agua es quizás la menos recargada de sus realizaciones; pero a la vez, contiene una cantidad de códigos y dominio de la escenografía que nos recuerdan sus gustos por los impresionistas Monet, Manet y Degas, como él ha confesado; aunque el manejo cromático, obedece a la etapa tardía de tal movimiento pictórico, que se caracteriza por un uso no tan brillante de los colores, que le sirven para marcar incluso las alusiones temporales.

El argumento se basa en la relación que inician una empleada de limpieza en una base aeroespacial con un prisionero allí retenido; extraño ser de apariencia anfibia y que ha sido rescatado de un río en la selva. La joven que es muda, queda impresionada desde que entra en contacto con este encadenado huésped del lugar y que se constituye en un misterio para sus captores por la imposibilidad de entablar una comunicación con él.

El primer gesto de ella para acercarlo, que demuestra la profunda sensibilidad que esconde en su forma tímida de actuar, es compartir su comida y brindarle huevos cocidos, que la bestia acepta callada y sigilosamente. Luego ella se sienta al borde del estanque donde lo tienen cautivo y le pone música mientras le ofrece de su platillo. Poco a poco surge entre ambos un sentimiento que llega al amor.

Este es el esquema básico de la trama. Alrededor de ellos se teje todo un enjambre de aspectos secundarios que van a afectar este encuentro entre personajes tan atípicos. Los conflictos geopolíticos condicionan las perspectivas del extraño cautivo y los espías se lo disputan. Como estos incidentes ocurren en los años sesenta en Estados Unidos de América, también algunos elementos de la discriminación racial sirven de factores.

El resultado es una imaginativa ficción que con mucho talento creativo Del Toro logra culminar para generar variadas sensaciones en el público que llega a ver esta propuesta. Obtener el León de Oro durante el Festival de Cine de Venecia de 2017, las nominaciones en diferentes competencias artísticas y los posibles triunfos en los premios Óscar, son la demostración de la capacidad de composición del director que ve el filme como un todo.

La forma del agua semeja un poema llevado al cine y convertido en imágenes que concentran el encuentro de dos individuos diferentes en el contexto particular, su vinculación y dependencia muta, cuya consecuencia les impulsa a escapar y perderse en un mundo de fábula.

PERIODISTA Y DOCENTE UNIVERSITARIO.

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