• 14/04/2018 02:00

José Manuel Luna y el pedazo de sandía

Se trata de la discriminación racial contra negros y mestizos de la época.

Con todo y la poca preocupación que los panameños y panameñas, en términos generales, mostramos con respecto a nuestra historia, el Incidente de la Tajada de Sandía, ocurrido el 15 de abril de 1856, es uno de esos hechos históricos que parecen haberse ‘salvado' del olvido, y por fortuna, habría que agregar.

Bastante se ha descrito el incidente, y enjundiosos análisis sobre sus antecedentes, causas y efectos nos han legado varios estudiosos del acontecer político y social de nuestro país. En el decurso, se han colocado de relieve los componentes económicos, políticos y sociales que circundaron el acontecimiento, así como los protagonistas del mismo.

No obstante lo anterior, me parece que no está de más rescatar un dato, a mi juicio importante, en tanto fue un factor que estuvo en la punta de la ‘mecha' que incendió el arrabal ese 15 de abril de 1856.

Se trata de la discriminación racial contra negros y mestizos de la época.

Testigos de los hechos, y amplia documentación, entregan cuentas de la agresión verbal de que fuera objeto el humilde vendedor de sandía, que no hizo más que exigir el pago de la tajada de la fruta que había adquirido un mozalbete anglosajón, quien se rehusó a cumplir la exigible contraprestación. La discusión que se generó ante lo que pintaba como una simple transacción de compra y venta en un sencillo puesto de frutas, estuvo profundamente marcada por el racismo que muchos viajeros del norte destilaban sobre los istmeños no blancos que hacían parte de una incipiente población de unas 6000 personas que habitaban la ciudad de Panamá para la época.

En medio de las correrías de miles de marchantes (aventureros) que atravesaron nuestro istmo, a partir de 1848, motivados por la llamada ‘fiebre del oro' originada por los descubrimientos de varios yacimientos auríferos en California, se sembró en esta angosta franja de tierra un halo racista que adquiriría, posteriormente, y a propósito de la construcción del Canal de Panamá, formas institucionales que en su momento también fueron motivo de enfrentamientos entre inmigrantes caribeños y panameños de piel oscura, de la más amplia gama, y los ‘modernos aventureros' que ocuparon las riberas del Canal, luego de las obras.

Obsérvese que, si bien la afrenta de que fue objeto el vendedor de frutas fue percibida como una contradicción entre un extranjero y un lugareño, no es menos cierto que la solidaridad que se tejió en torno al vendedor también tuvo una traza racial. La mejor evidencia de ello lo constituyeron los propios protagonistas, perfectamente identificables en la refriega. Por un lado, esos hombres rubios venidos del norte, y por otro, negros y mestizos del arrabal santanero, estos últimos, encarnando el sentido nacional.

Pienso que a estas alturas pocas dudas, si alguna, existen sobre el hecho de que el Incidente de la Tajada de Sandía marcó uno de los hitos importantes en la lucha por la formación del Estado Nacional panameño, y, en consecuencia, de nuestra identidad nacional.

En la conmemoración de esta efemérides estimo oportuno destacar que en ese esfuerzo por perfilar nuestro ser nacional los afropanameños nunca fueron convidados de piedra. Los ejemplos sobran. El valeroso negro José Manuel Luna, vendedor de frutas, es apenas uno de tantos que actuaron en consecuencia con nuestra historia.

ABOGADO

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