• 05/12/2018 01:00

Murió el tiempo de leer

El ‘like' que cae sobre un microtexto insulso o un meme que se ha hecho viral en las llamadas redes sociales es como un aplauso individual

El ‘like' que cae sobre un microtexto insulso o un meme que se ha hecho viral en las llamadas redes sociales es como un aplauso individual que se hace colectivo y que nos recuerda aquellos tiempos en que en el coliseo romano los diálogos (verbales o gestuales) se limitaban a un dedo arriba o abajo del emperador o al clamor colectivizado de ‘mátalo, mátalo, mátalo'. No creo, pues, que en esos coliseos haya habido tiempo de leer, filosofar o pensar en un modelo sociocultural distinto al que servía de regocijo a las masas que, por incapacidad de servirse de su propio entendimiento, aceptaban que el poder elaborara aquella estructura de distracción (de no pensar) destinada a mantener incólume los privilegios e intereses de las clases dominantes de este imperio.

La historia tradicional nos vende la idea de que los romanos eran un pueblo de idiotas, de borregos o analfabetos. No obstante, hubo romanos meritorios en todos los campos. Hombres que sabían leer, escribir y pensar. Y hombres —como Catulo— que inspiraron a otros para convertir a la palabra en arte rebelde y civilizatorio. En el mundo de hoy, diera la impresión de que el ‘like' y el tuit fueran culpables de que haya muerto el hábito de lectura. Empero, no es así. El laconismo del ‘like' y del tuit no son responsables de que paulatinamente se haya perdido el habito de leer. Es la falta de educación, de cultura, que se fue almacenando en nuestras mentes lo que ha dado al traste con esta hermosa oportunidad de convertir los microtextos (de palabras e imágenes) en mecanismos eficientes de promoción del arte inmerso en la lectoescritura.

El problema no es la brevedad del texto, es su falta de calidad creadora; la ausencia del yo como responsable de la emisión de determinados contenidos; la gente no elabora o escribe, sino que reenvía memes o microtextos; de esta manera, lejos de convertirnos en creadores conscientes, asumimos el rol de convertirnos en heraldos inconscientes de una microliteratura de distracción que, como en la época romana, desconecta a las personas de su propia voluntad (necesaria) y las unce a la realidad (innecesaria) que necesitan las clases dominantes de nuestro país para seguir ejerciendo un control omnímodo de la sociedad.

No es que haya desaparecido en nuestra cultura la literatura oral o la literatura anónima. El teléfono inteligente, la radio, el cine y la televisión fortalecen la difusión de toda clase de historias (de la misma manera en que los países civilizados prosperan la novela río, el ciclo de novelas y la industria de las obras completas). Se sabe que los primeros textos fueron breves, orales, anónimos. La escritura alongó la existencia de estos textos. Pero la brevedad nunca fue abandonada. Muchos autores han utilizado esta brevedad textual primigenia para elaborar textos (poemas, cuentos, tejidos conceptuales de una sola palabra) que son de indudable excelencia literaria.

De esta manera, el hábito de leer no se pierde por la brevedad de los textos e imágenes, sino por la inconciencia de que mediante la brevedad también se transmite o propaga la inmensidad de los valores dominantes de una sociedad; no es lo mismo un poema de unas cuantas sílabas, como ‘M'illumino d'immenso', de Giuseppe Ungaretti, o un cuento de una sola línea (como el de Monterroso) que un meme o un vídeo de diversión o de bendición que diariamente se distribuye a los contactos de una lista de WhatsApp.

Esto no puede sustituir el ejercicio deliberado de leer y escribir; tampoco la necesitad de sentir que alguien gasta 30 segundos de su tiempo para decirnos: ‘¿Cómo estás?', ¿cómo te sientes hoy?', ‘¿qué es lo último que has leído?', ‘me gustó aquello que escribiste', o cosas por el estilo. Siendo así, no es la extensidad de los textos, sino la intencionalidad de los mismos lo que hace que en una sociedad se mantengan saludables o enfermos aquellos hábitos, como la lectoescritura, que son necesarios para oponerlos a cualquier forma de manipulación o de denigración a la dignidad de la persona humana.

ABOGADO Y PERIODISTA.

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