• 14/07/2019 02:01

¡Vivan los diputados nacionales!

‘¿Se atreverían ustedes, ciudadanos, a dar ese golpe duro con la ‘varita mágica' para convertir esto en una realidad? Tendremos la respuesta cuando se discuta y se apruebe nuestra próxima Constitución [...]'

¿Si tuviera usted en sus manos una varita mágica con la que, de un solo golpe, cambiara la política nacional para bien, pero con un costo personal alto; la usaría...? Ese creo que es el dilema que se acerca a pasos agigantados con lo del cambio de nuestra Constitución Nacional.

Nuestra política criolla está basada en la escogencia de diputados a través de votos en una circunspección determinada llamada ‘Circuitos'. Dependiendo de la cantidad de personas que vivan en un Circuito, se eligen uno, dos o más diputados. Es un sistema utilizado en muchas partes del mundo. El gran Churchill, por ejemplo, manipuló los votos de un Circuito en Inglaterra para ser escogido, una y otra vez (a veces cambiando de Partido) al equivalente de nuestra Asamblea en Inglaterra, llamada la Cámara de los Comunes.

Este sistema tiene la ventaja de que alguien que aspire a ser diputado se da a conocer por un número limitado de personas, las que pueden apreciar sus virtudes y sus defectos sin tener que hacerlo con un número plural de candidatos. Lo negativo, y que vemos a veces en las noticias, es que el que es ya elegido diputado, una vez se sienta en la Asamblea, es tentado a devolverle el favor a sus electores y busca, a través de su posición, conseguir prebendas, tales como empleos y bienes, para quienes votaron por él. Y mientras más pequeño es el Circuito, más fácil es para ese diputado complacer a quienes lo favorecieron, manteniendo una especie de caudillismo moderno en esa área específica. A eso lo llamamos ‘clientelismo'. Por eso vemos a diputados que se perpetúan, siendo elegidos una y otra vez por sus agradecidos ‘clientes'.

Esto tiene por consecuencia que algunas personas poco preparadas para la difícil labor de hacer leyes para el bien del país, sean elegidas. Tenemos 71 puestos en nuestra Asamblea, pero es un limitado número de diputados los que participan activamente y hacen oír su voz e ideas en los debates de proyectos de legislación. Tiene entonces más valor para ser elegido diputado en Panamá que tengas un electorado ‘agradecido', a que te adornen cualidades que te harían un buen legislador. Y estos últimos, con características académicas y personales que los harían buenos críticos y comentaristas de las nuevas leyes que se discuten, se abstienen de participar en los torneos electorales porque saben que ‘no llevan chance...'.

Todo esto cambiaría con un ‘toque de varita mágica', como dije, si a los que elegimos fueran diputados nacionales. Esto no impediría que muchos de los buenos diputados que tenemos hoy en la Asamblea se reelijan, pero sí lo haría con aquellos que basan su candidatura en favorecer a su electorado con el ‘clientelismo' bien entendido —sin favorecer a nadie en particular—, que debe ser dejado a autoridades menores, tal y como alcaldes o representantes de corregimiento; elegidos para dar solución a los problemas que aquejan un área específica. Actualmente algunos diputados han acaparado roles que pertenecen a aquellas autoridades menores, y lo usan para obtener votos y favoritismos.

Debemos regresar a los diputados a su función correcta: legislar para el bien de todo un país, y no de un área específica. Por ello, los diputados deben ser nacionales, no provinciales o circuitales, evitando así que se dediquen solo a favorecer una parte específica del territorio nacional. También, para que podamos elegir bien, creo que hay que reducir el número de nuestros diputados. No más de 30 sería un número adecuado. Treinta personas preparadas dedicadas a estudiar y aprobar o rechazar leyes, es suficiente, creo yo, para un país tan pequeño como Panamá. Y como los candidatos tienen que convencer a todo un país de sus cualidades para hacerlo, es imposible que exista el clientelismo. Solo mostrando su experiencia y participando en debates bien estructurados demostrarán la calidad de su pedigrí, y serán escogidos o no.

Ahora, después de estas reflexiones, si los he convencido de la necesidad de que nuestros diputados sean nacionales, ¿se atrevería usted a aprobar que en nuestra nueva Constitución esto esté incluido? ¿Se atreverían ustedes, ciudadanos, a dar ese golpe duro con la ‘varita mágica' para convertir esto en una realidad? Tendremos la respuesta cuando se discuta y se apruebe nuestra próxima Constitución, asunto prometido por este nuevo Gobierno. Ojalá tengamos la mano firme y no nos tiemble para ‘ponerle el cascabel al gato' y podamos gritar todos juntos, no ‘¡Que viva fulanito o zutanito!', sino: ‘¡Que vivan los diputados nacionales!'.

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