• 13/09/2019 02:00

Una democracia sin papeles

La administración pública no es una escuela ni mucho menos un laboratorio de ensayo y error.

Todos los seres humanos tenemos ambiciones, aspiraciones o, cuando menos, deseos. Pero no todos utilizamos los mismos métodos para suplirlos. Depende mucho de nuestros principios, de cómo nos proyectemos a la hora de satisfacerlos y qué tanto nos urja. Lo ideal sería que las personas consigan su nivel de realización mediante las normas morales y legales. Pero no siempre es así, sobre todo en países como el nuestro, en el que la legalidad no va siempre de la mano con la moralidad.

Definitivamente, una de las principales aspiraciones humanas es el empleo. En todo estado democrático el Gobierno debe ser uno de los principales promotores de empleo, no así otra de sus tantas agencias. Y sin importar que seamos o no, del partido político gobernante; dado que los Gobiernos se deben a la totalidad ciudadana, no exclusivamente a sus copartidarios. Tal y como se ha visto tradicionalmente, los puestos de mayor autoridad y nivel salarial se otorgan por afinidad política, no así por concurso, capacidad o competencia. De tal suerte, en los puestos de mediano a mayor perfil institucional pueden quedar nombrados funcionarios no idóneos. Peor aún, cuando, por pendencias políticas, se equipara el concepto de experiencia con el de formación académica. ¡Craso error! ¿Cuál sería la consecuencia inmediata de algo así? Pues, obviamente, el total descalabro de las instituciones públicas. Entiéndase: pasar de lo malo a lo peor.

Quizás usted sea de las personas que piensa que todo individuo merece una oportunidad. Y que: ‘Sea quien sea, motivado por un buen salario, puede llegar a desarrollarse en cualquier puesto...'. Pero permítame decirle que eso no aplica en todos los casos, menos aún en temas de urgencia pública (salud, seguridad, educación, economía) o especialización (licenciaturas, posgrados, maestrías, doctorados).

La administración pública no es una escuela ni mucho menos un laboratorio de ensayo y error. Sí podría, y debería hacerse carrera; empezando desde el licenciamiento universitario, pero la política no ha permitido desarrollar una estructura gubernamental que sobreviva a los caprichos politiqueros o intereses privados cada cinco años. Es decir, nuestra viciada democracia se ha convertido en el peor enemigo de la superación estatal, atrofiando las capacidades gubernamentales.

¿Pero cómo ocurre toda esta degradación administrativa, a partir del partidismo y el amiguismo? Paradójicamente, el enemigo principal de cualquier nombramiento político lo constituyen siempre los buenos funcionarios. Aquellas personas capaces, competentes y conocedoras de sus funciones. Aquellos empleados enterrados bajo la vorágine burocrática, quienes finalmente resuelven los problemas institucionales. Me refiero al tipo de funcionario que no necesita lisonjear ni andar riéndose con los jefes, porque su capacidad y conocimiento lo sustenta. Ese tipo de empleado riñe y atemoriza a los jefes nombrados políticamente o por amiguismo; y constituye uno de los primordiales objetivos de las destituciones masivas por aquello de que ‘las nuevas jefaturas necesitan personal de confianza para trabajar'... Más tarde lo reemplazará algún recomendado, copartidario, amigo o conocido del jefe; y para colmos, ahora sustentado por una resolución de gabinete que podría eximirlo del licenciamiento e idoneidad adecuada.

¿Puede progresar (o siquiera mantenerse) el país de esa forma, con instituciones llenas de funcionarios no capacitados ni idóneos? ¿Ahora entiende usted, por qué Panamá no avanza, ni avanzará, aunque cambien los Gobiernos?... Porque tenemos una democracia de nombre, pero sin papeles.

INGENIERO EN SISTEMAS.

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