• 30/11/2019 00:00

El estadista irrepetible

“El estadista, ejerce el poder sin amiguismos y compromisos políticos, el equipo de Gobierno lo selecciona entre los más capaces [...]”

Cervantes, en la magistral obra El Quijote, crea un personaje universal: Sancho el maestro del sentido común. El rústico escudero se engrandece como gobernador de la ínsula Barataria. El duque ordena al mayordomo que acompañe a Sancho en el ejercicio de las funciones ejecutivas. El mayordomo es el responsable de escenificar el artificio teatral con el cual los duques se divierten, pues consideran a Don Quijote loco y a su escudero, tonto.

Los mil habitantes de Barataria, reciben a Sancho con pompa burlesca. El escudero se mueve con desparpajo, se ha quijotizado y sorprende con astucia a los involucrados en las fantasías teatrales; habla con elegancia y en ocasión expresa que nadie se atreva a burlarse de él. Sancho es consciente del juego de los duques y les sigue la farsa; afirma que la intención es limpiar la ínsula de todo género de inmundicia, de vagabundos y holgazanes.

La trayectoria del Estadista. Sancho gobierna para favorecer a los labradores y premiar a los virtuosos. Elimina las casas de juego (casinos), al considerar que son perjudiciales al pueblo, pues fomentan el vicio; ante el coste exorbitante de los zapatos, los modera, (control de precios), pone tasa en el pago de los criados (salario mínimo) y establece gravísimas penas a los que cantan temas lascivos (reguetones), recoge a los ciegos que mendigan, pues la mayoría son fingidos, crea un alguacil de pobres (defensor del pueblo).

El mayordomo admira el agudo y elevado entendimiento de Sancho, a pesar de que es un hombre sin letras. Sancho con su proceder y sentencias, sorprende a todos. El amanuense de los duques, en el informe a los amos, reconoce que cada día se ven cosas nuevas en el mundo: las burlas se vuelven verdades y los burladores se hallan burlados. Sancho en los casos sometidos a juicio demuestra sabiduría y acierto (procede sin aplicar la ley del encaje, típica de la corrupción judicial); con sagacidad dicta fallos magistrales (ley de transparencia). Los admirados súbditos lo aprecian como el nuevo Salomón.

Sancho es el ingenio secreto y punzante del pueblo; ahí está el alma popular con pícara agudeza, desfachatada espontaneidad que roza con el cinismo, o lo rebasa con refranes, supersticiones y simplezas. Sancho con su ignorancia y exquisita vulgaridad se gana la simpatía del pueblo, nada en él es una impostura. Las cosas buenas son tantas que hasta hoy se guardan en aquel lugar y se nombran como: “las constituciones del gran gobernador Sancho Panza”.

Las dificultades, el trabajo intenso y el poco comer afectan a Sancho, él indica que poco le durará ese Gobierno. Sancho es Sancho, invariable, auténtico, siempre igual a sí mismo. El mayordomo prepara otra acción dramática que tiene para él un final imprevisto. Los diez días de Gobierno de Sancho terminan cuando este descubre que su libertad real no es la de gobernar una ínsula, sino servir a Don Quijote.

El silencio de la noche se interrumpe cuando un gran ruido de campanas, gritos, trompetas y tambores despiertan a Sancho. El escudero se levanta temeroso y veinte hombres acuden a él con gran alboroto; le dicen que unos hombres armados asaltan la residencia y que deben defenderse. Le ponen una armadura que le impide moverse, apagan las luces y Sancho cae indefenso como una tortuga; unos tropiezan y caen sobre él. La broma concluye con los gritos de victoria y Sancho adolorido toma la decisión de abandonar la tan ansiada gobernación. Sancho en coloquio con su asno hace recuento de los días felices como rústico labrador y le confiesa que al subir las torres de la ambición y de la soberbia, su alma es sacudida por mil miserias y desasosiegos. Los sirvientes se asombran, cuándo él manifiesta: “abrid camino y dejadme volver a mi antigua libertad, dejadme que vaya a buscar la vida pasada, para que resucite de esta muerte presente”.

Nada de reelección. Sancho, el ilustrado analfabeta es un gobernante honrado.

Yo no nací para ser gobernador ni para defender ínsulas. Sé de arar, cavar y podar las viñas. Cada uno debe estar en el oficio conocido. Mejor estoy con una hoz en la mano que con cetro de gobernador. Desnudo nací, desnudo me voy ni pierdo ni gano, sin dinero llegué y sin él salgo de gobernador, al revés de cómo suelen salir los gobernadores de otras ínsulas” (corrupción gubernamental y denuncia el juegavivo). Sancho afirma que gobernó como un ángel y declara: “no son estas burlas para dos veces”. Sancho es consciente de la engañosa trama.

La patria es el lugar donde se ríe y trabaja, el lugar de los amores y sueños, de las tristezas y alegrías, es dulce el amor de la patria. A Sancho, después de la experiencia como gobernador, solo le interesa su propia libertad, pues no es nada codicioso y sabe que lo bien ganado se pierde y lo mal obtenido, ello y su dueño.

Panamá urge de estadistas, los políticos sobran. El estadista piensa en el Bien Común, quiere para los nacionales: pan, salud, techo, trabajo y seguridad. La meta es el bienestar de las mayorías, le da prioridad a la educación como fundamento de un régimen social que procura la mejor calidad de vida, administra los bienes nacionales con honestidad, elimina la corrupción institucional y enseña con el ejemplo de decoro y equidad, elimina la reelección por considerarla inmoral.

La burocracia es integrada por profesionales ajenos al clientelismo electoral, premia la meritocracia. Elimina la inmunidad e impunidad de los que delinquen afectando la hacienda pública y garantiza un poder judicial con magistrados, jueces y fiscales de reconocidos valores éticos y efectiva competencia en sus cargos. El estadista crea una policía ciudadana sin rangos militares y que le ofrezca a la sociedad la seguridad tanto social como individual, sobre todo en el hogar, trabajo y sitios públicos.

Sancho es el ejemplo a seguir. El estadista que Panamá demanda: elimina los casinos, crea la Defensoría del Pueblo ajena a la partidocracia, establece el salario mínimo y pensiones a los jubilados de acuerdo a los altos costes de una sociedad de niveles de vida prohibitivos a la mayor parte de la población panameña.

El estadista, ejerce el poder sin amiguismos y compromisos políticos, el equipo de Gobierno lo selecciona entre los más capaces sin considerar banderías de partidos, es ecuánime y justo, nunca se considera infalible. El estadista propicia la Soberanía Popular sin el blindaje electoral que protege el juegavivo y la corrupción.

Referencia bibliográfica: Isolda de León y Ricardo Arturo Ríos Torres. La magia del Quijote/ Panamá, Editora Géminis, 2009. 2a. ed. il. 271 p. Se puede adquirir en Riba Smith y Cultural Panameña, es el libro a obsequiar en cualquier ocasión y sobre todo para distinguir a una persona especial. Si usted tiene un amigo dedicado a la política, es el manual perfecto para gobernar con decencia.

Docente, historiador y escritor.
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