• 01/12/2019 00:00

En defensa de la democracia

“Los disturbios y las manifestaciones que hemos visto [...] en nuestros países vecinos son muy preocupantes, porque han hecho que la autocracia gane terreno [...], pero es aún más alarmante que las fuerzas en contra de la democracia vuelvan a ser reconocidas como teoría”

Muchos culpan a la democracia de la creciente ola de disturbios que avasalla el mundo entero. La desconfianza del mercado global, la erosión de valores y virtudes y el debilitamiento de la familia y la comunidad han puesto hasta las democracias más sólidas en medio de una crisis disfuncional y decepción. Tanto para la extrema izquierda como para la extrema derecha, la democracia es inherentemente defectuosa e incluso culpable de muchos males de la sociedad. Para los marxistas, la democracia siempre fue una cortina de humo para el florecimiento del capitalismo. Para los ultraconservadores, la democracia es una traición a las tradiciones más fundamentales del ser humano, como son la tribu y la iglesia. La crisis no parece ser transitoria y representa un punto de inflexión que obliga a reflexionar sobre la democracia como sistema de Gobierno.

La democracia como la conocemos hoy comienza con John Locke, quien propuso el concepto de la separación constitucional de poderes: “puede ser una tentación demasiado grande para la fragilidad humana de alcanzar el Poder, y que para las mismas personas que tienen el Poder de hacer leyes, tener también en sus manos el Poder para ejecutarlas”. Dos siglos después, Friedrich Hayek y Milton Friedman se aliaron y crearon un modelo de democracia corporativa que ha invadido cada vez más espacios que alguna vez fueron públicos o personales. Las incursiones generalizadas del comercialismo son, de hecho, la fuente de gran parte de la patología que se atribuye a la democracia como la vivimos hoy día. Incluso, Adam Smith no era tan absolutista del mercado como los seguidores que en los últimos días han invocado su “mano invisible” para reactivar la economía global. Smith promovió el libre mercado como una fuente de competencia contra los monopolios reales y apoyó una sociedad de mutua convivencia, pero advirtió del peligro de los monopolios privados y de la tendencia de sus propietarios a aprovecharse de los trabajadores.

Si el capitalismo es la amenaza para la democracia, ¿qué alternativas tenemos entonces? Después de todo, la teoría política es rica en disputas interminables sobre libertad versus igualdad, federalismo versus descentralización, sector público versus inversión privada y poder de las mayorías versus derechos de las minorías. Sin embargo, el verdadero peligro hoy para los pueblos libres es la proliferación de Gobiernos absolutistas. Si las democracias son inadecuadas o incluso perversas en la defensa de la libertad y el bienestar de las personas, ¿cómo se comparan con el despotismo moderno o los regímenes arbitrarios en Rusia, China, Venezuela o Arabia Saudita? La crueldad y la gran corrupción de los estados autoritarios, la supresión de los espacios privados, el uso invasivo de la tecnología, el saqueo del entorno natural y la brutalización de las minorías religiosas y culturales nunca han sido parte de la historia de la democracia.

Es cierto, la democracia ha sufrido una larga historia de desaciertos, pero con el tiempo ha alcanzado su plenitud. Luego de las dictaduras fascistas de los años 30 y de los Gobiernos militares de los años 50 y 60, la democracia disfrutó de un renacimiento notable, al punto que después de la Guerra Fría y la caída del muro de Berlín en 1989 triunfó contra el comunismo. El Estado democrático ganó una amplia legitimidad por su éxito en domesticar la inestabilidad y la inequidad del mercado, y las economías de los países democráticos no solo crecieron, sino que son más equitativas.

La democracia no es perfecta, pero funciona mejor que cualquier otro sistema hasta ahora ensayado. Es en las últimas décadas que la democracia ha sido señalada por un capitalismo desenfrenado y resurgente, aunque esto es menos el resultado de los defectos inherentes de la democracia y más la consecuencia de que la riqueza rampante y el poder corporativo han sobrepasado límites debido al poder y los abusos del mercado.

Los disturbios y las manifestaciones que hemos visto por redes y televisión en nuestros países vecinos son muy preocupantes, porque han hecho que la autocracia gane terreno en la práctica, pero es aún más alarmante que las fuerzas en contra de la democracia vuelvan a ser reconocidas como teoría. Todavía no existe un buen sustituto para la democracia, y todas las alternativas son aún más corrosivas para la dignidad humana y la virtud personal. La democracia puede estar bajo asedio, pero, si por un lado limitamos la tiranía de los dictadores y por el otro regulamos el abuso de las corporaciones globales, la democracia es todo lo que tenemos.

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