• 06/12/2019 00:00

Recordando a Cincinato

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De Lucio Quincio Cincinato nos habla el historiador romano Tito Livio, en su tercer libro sobre la historia de Roma. Era Cincinato un noble romano, quien habría vivido a galope entre el siglo VI y V antes de nuestra era y que, como todo patricio de aquella época, era terrateniente y se dedicaba a las labores del campo, en esa Roma —lejana del grandioso imperio de Trajano— que pocos años antes se había erigido una República, tras la sangrienta deposición de Tarquino El Soberbio, último de los reyes antiguos.

Requerido por el Senado a asumir el poder absoluto y personal del dictador, para afrontar los graves peligros que se cernían sobre Roma, en las dos dictaduras que ocupó renunció a la misma luego de sorteado el riesgo y volvió a sus labores agrícolas. Su desapego al poder y su fidelidad a la República hicieron de Cincinato el sinónimo del hombre virtuoso en sus deberes cívicos, el portador de las virtudes republicanas.

Su historia, que se funde en la leyenda, representa la aspiración para el servidor público, aquel ciudadano que coloca su misión por encima del beneficio personal y quien percibe a la República a la que sirve como un ideal que está por encima de las ambiciones individuales, es el deber de servicio a la colectividad.

Todos aspiramos a que nuestros funcionarios tengan algo de Cincinato, es un anhelo lógico, esperar que el juez sea justo, que el funcionario sea eficiente, que el diputado sea desprendido y vele por leyes justas. Pero olvidamos lo principal en la historia de Cincinato, que su compromiso no solo se da en el ejercicio del poder público, sino que descansa en las virtudes romanas, la integridad del individuo que le demanda una vida apegada a los principios del correcto ciudadano, palabras como dignidad, templanza, caridad, esfuerzo y justicia, pueblan la noción de la virtus romana.

Por supuesto que podemos y debemos demandar una correcta conducta del servidor público, pero el quid del asunto descansa en una pregunta: ¿estamos educando a nuestros hijos en las virtudes ciudadanas que permitan revivir a Cincinato?, ¿están nuestros intereses por encima de los de la colectividad al momento de demandar esa conducta?

¿Puede acaso surgir un Cincinato en un medio en el que medra el oportunismo y el juegavivo en todos los niveles de la sociedad? Tómese un momento mañana y fíjese cuántos conductores violan las normas del tránsito y, si es posible, mire en cuántos de esos autos hay niños, yo lo veo cada vez que llevo a mi hijo mayor a la escuela.

Muchos generadores de opinión, medios de comunicación y grupos organizados exigen un comportamiento en público, mientras se acercan a funcionarios pidiendo favores y mercedes en una muestra tan cínica como frecuente de doble discurso.

Las personas de mi generación y la que me antecedió tuvimos la fortuna de ver un pueblo que, liderado por una incipiente clase media, luchó por ideales, la soberanía sobre el Canal y luego la lucha por devolverle la soberanía al pueblo. Pero, privados de un norte, nuestro país ha caído en el atolondramiento, torpe se deleita en programas basura, no cuestiona ni se nutre intelectualmente, reenvía informaciones sin preguntarse la verdad que hay detrás de ella o las intenciones de quienes la promueven.

Hemos perdido nuestra capacidad de indignarnos, y nuestra consabida corta memoria hace que hoy llamemos Don Fulano y Doña Mengana a quienes ayer se lucraron del poder (dentro y fuera de la administración pública), pues hemos hecho de la riqueza y la ostentación el sinónimo del éxito profesional, del talento y de la inteligencia, pues en este, nuestro pequeño terruño, “da autoridad al gañán y al jornalero, poderoso caballero es Don Dinero”.

En un país en donde los jóvenes y hasta profesionales, siguen a personajes de la televisión, cuyo único mérito es su atractivo físico o músicos de moda (para algunos con una gran flexibilización del concepto) para conocer sus nuevas conquistas románticas o las peleas con sus parejas, ¿hay espacio para un Cincinato? Ciertamente, no es el mejor caldo de cultivo, pero no todo está perdido, mientras haya padres que cultiven el pensamiento crítico, que incentiven la tolerancia y que promuevan la discusión, aún hay esperanza.

No soy un Cincinato, seguramente estoy lejos de esos principios y muchos pecados cargo a cuestas, pero no puedo negar que ansío un país donde mis hijos puedan crecer y progresar, en un ambiente de libertad, tolerancia y justicia, así como aquel por el cual mis padres soñaron, por eso pido indulgencia a mis desvaríos, pues, ¿no es acaso eso lo que desea cualquier padre?

Abogado
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