• 03/01/2020 00:00

¿Debemos dejar el control de nuestra salud a los médicos?

El problema siempre radica en la furia codiciosa de las empresas transnacionales de químicos, la falta de regulación estatal y la carencia de investigaciones especializadas.

Es innegable el estudio incesante del doctor en medicina. Se queman las pestañas en la universidad y le siguen años de estudios especializados. Igualmente, los avances tecnológicos que nos permiten hoy trasplantes de órganos y otras “maravillas” no soñadas unas décadas atrás. Eso es ciencia y tecnología. No obstante, ¿debe ser el médico el cuidador inicial de nuestra salud, o nosotros mismos? Pregunta del billón. Como un 99% o más no somos doctores, nos confiamos en sus guías; eso debe ser bueno. Pero, ¿acaso los médicos fabrican los químicos que abarrotan el planeta y constituyen un negociado billonario mayor aún que el narcotráfico y el trasiego de armas? No. Ellos están pendientes de las farmacológicas y sus informaciones y sobre tal nos recetan; no les queda otra.

Y la pregunta del trillón de dólares es: ¿desean los oligopolios y monopolios de fabricación de químicos sanarnos y curarnos o simplemente ganar y muchísimo? Comencemos destacando dos pensamientos sobre un flagelo de la salud que aterroriza y se hace más frecuente: el cáncer. Los que opinan saben más que el 99.99% de nosotros y que cualquier médico, incluso los competentes oncólogos.

Veamos:... “El Programa Nacional (USA) del cáncer es una porquería” Dr. James Watson, 1975. Descubridor del ADN, Premio Nobel. Y otra opinión adicional y más reciente: … “Todo el mundo debería saber que la investigación del cáncer es en gran parte un fraude”. Dr. Linus Pauling, 1986. Premio Nobel. Esos dos conceptos de científicos premiados con laureles mundiales deben bastar para amplias discusiones en las Facultades Médicas y las entidades de salud oficial.

Algunas investigaciones especializadas de médicos —al menos en USA, la sede de la biblia que siguen los doctores— nos dicen cosas aún más puntuales. El líder mundial y guía de nuestros médicos es Estados Unidos. Tomemos el caso del cáncer, que hoy asoma su diagnóstico cada vez más con su olor a terror y muerte.

En 1971 Richard Nixon, presidente, declaró la guerra a esa enfermedad y creo la Ley Nacional del Cáncer, más de 40 años atrás. Para esa época destinó la astronómica suma de $1.6 billones al programa. ¿Resultó tal esfuerzo y costo billonario al menos para fomentar curas reales y bajar los índices? Todo lo contrario. El cáncer se ha ganado a las enfermedades cardiovasculares en causa de muerte en esa nación y aumenta su incidencia. Seguro que en Panamá ocurre hoy casi lo mismo.

¿Qué herramientas tienen nuestros oncólogos contra la temible enfermedad que crece cada día? La quimioterapia, la cirugía y la radiación. Y estos especialistas luchan junto a los pacientes para ayudarlos. ¿Lo logran con tales sistemas de curación? Casi nada. No conocemos estadísticas y no sabemos si las hay confiables, en un país pequeño donde el Estado no destina casi nada a investigación.

En Estados Unidos, una de cada 3 mujeres y uno de cada 2 hombres desarrollarán cáncer. Estadísticas de esa nación públicas en la web nos dicen sobre la sobrevivencia en pacientes de cáncer que “las muertes en personas sometidas a cirugías, quimioterapias o radiación, son parejas con las de las personas que no aceptan esos tratamientos; y que la diferencia es que las que se someten a ellas sufren muchísimo más por las consecuencias tóxicas y problemas secundarios graves en comparación a los que no se someten”. ¿No es acaso eso digno de ser analizado en facultades y entidades públicas de salud?

El problema siempre radica en la furia codiciosa de las empresas transnacionales de químicos, la falta de regulación estatal y la carencia de investigaciones especializadas. Otra razón muy difundida en fuentes científicas independientes y bioéticas es el apartheid que la propia FDA —la santa biblia de nuestros doctores— ha sostenido sobre una gama de métodos alternativos serios, e informaciones valiosas como que “la base de la defensa contra esa y otra enfermedades es la dieta, los ejercicios y potenciar nuestra propia herramienta defensiva, el sistema inmunológico, que incluso se basa en nuestras emociones”. Por algo, Harvard en su facultad médica creó hace ya casi 40 años “el Instituto de Psiconeuroinmunoendocrinología”.

Coronel retirado y abogado
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