• 20/01/2020 00:00

Dios, los embusteros y los corruptos

Creo que el Estado tiene responsabilidad sobre la seguridad de sus ciudadanos para que no sean victimizados por cualquier embustero que abre una carpa en una esquina y comienza a dar ordenes en el nombre de Dios...

Lo de la secta religiosa que mató a siete personas la semana pasada en un rito de “exorcismo” y mantenía a otras 14 secuestradas en la comarca Ngäbe Buglé, causó cierto grado de alarma en la sociedad. Pero tengo algunas dudas de si, como sociedad, realmente se entiende lo abominable de estos crímenes, en el nombre de Dios. Eso, aunque algunos rápidamente aclaran que estos devotos no representan al “ser supremo”.

Los medios tradicionales, particularmente la televisión le dieron seguimiento constante las primeras 36 a 48 horas, muchas veces muy repetitivo y redundante. Resaltaron que la mayoría de las víctimas eran de una sola familia y que el líder de la secta era el abuelo. A la hora de preparar esta entrega para el diario de hoy, frente a hechos como estos y otros muy evidentes de, por ejemplo, el abuso de religiosos embusteros para con los miembros de sus congregaciones para hacerse increíblemente ricos, la sociedad se niega a señalar las falacias esotéricas, manipulaciones y creencias sobre seres sublimes que atentan evidentemente contra el desarrollo integral de sus miembros.

Si como sociedad tenemos la obligación de participar en las discusiones sobre la salud general de la población, su educación o sobre sus sanas necesidades de esparcimiento en el ejercicio que llevamos todos de construir una mejor sociedad, - más integral y participativa- con iguales oportunidades y derechos para todos, entonces creo que tenemos la misma obligación de velar por su salud emocional y “espiritual”.

En el afán de darle espacios de libertad a los ciudadanos podemos, en primera instancia, entender y apoyar el tema de la libertad de culto.

El artículo 35 de la constitución vigente señala que: “Es libre la profesión de todas las religiones, así como el ejercicio de todos los cultos, sin otra limitante que el respeto a la moral cristiana y el orden público”. Muchos de estos “cultos” y sus líderes no solo atentan contra la supuesta “moral cristiana”, sino que atentan contra la seguridad personal del individuo, su dignidad, la salud física y su bienestar económico y financiero (individual y familiar).

Igualmente, con la Biblia en mano, mucho daño hacen a la integridad y seguridad intelectual de los que capturan (sin necesidad de amarrarlos como los de la secta), pero creo que eso –la salud intelectual- es otra discusión. Creo que el Estado tiene responsabilidad sobre la seguridad de sus ciudadanos para que no sean victimizados por cualquier embustero que abre una carpa en una esquina y comienza a dar ordenes en el nombre de Dios.

El escenario es el siguiente: estamos entrando a la tercera década del siglo XXI. Estados Unidos, China, Rusia, India, Japón y otro puñado de países, están realizando o planificando exploraciones espaciales con varios propósitos, una de ellas es ver a dónde podemos ir cuando terminamos de dañar este planeta. Así de sencillo y sin mucha verborrea científica. Además, esos países y otros tantos, trabajan afanosamente por descubrir o crear los medicamentos para curar algunas de las enfermedades que amenazan con reducirnos dramáticamente, el VIH por ejemplo.

Por otro lado y en otros quehaceres de la actividad humana, hay nuevas visiones y experimentaciones culturales, artísticas, musicales, cinematográficas, etc., que pretenden dejar la huella de la actividad humana de este capítulo de la historia en el libro que han de leer los del futuro.

Hay grupos de ciudadanos mundiales, independiente de los gobiernos, que están llevando adelante una lucha por salvar el planeta (yo creo, a estas alturas, que es para alargar lo que le queda de vida). Ellos, esos autónomos revolucionarios de causas sociales, exponen su bienestar personal y hasta sus vidas señalando a las grandes corporaciones que envenenan nuestro habitad con sus actividades de lucro y destrucción.

Alinearnos con una visión de siglo XXI va a tomar tiempo, esfuerzo y muchas ganas. No solo es con el tema de la justicia y la perversa distribución de las riquezas y oportunidades. El escenario también nos mostró la semana pasada que los que delinquen y viven en las miasmas de la corrupción, no se dejarán tan fácilmente. Si sabemos que la misión es esa, atacar y acabar con la corrupción, entendamos que este juego de los cultos y los embusteros que hablan, reparten rejo y cobran dineros en nombre de Dios, también tiene que acabar.

Comunicador social
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