• 23/02/2020 04:00

Oligarquía, Fuerza Pública y corrupción

“En ambos procesos los Estados Unidos de América han estado detrás para preservar sus intereses de “seguridad nacional”, primero en su lucha contra el “comunismo” y ahora contra la supuesta amenaza del “narcotráfico”...”

“Todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se producen, como si dijéramos, dos veces... una vez como tragedia y otra vez como farsa”, C. Marx.

En nuestra realidad nacional, las tragedias recientemente conocidas de que entre los cuatro servicios de la Fuerza Pública (PN, Senafront, Senan y SPI) hay 400 comisionados (en las antiguas FFDD solo había 12 coroneles) que consumen en salarios, de los impuestos que pagamos los panameños, la friolera de 2.8 millones mensuales; la masacre de la Joyita (donde fueron asesinados 13 humildes jóvenes), así como el “show mediático” de la reciente “fuga” y “captura” de Gilberto “Houdini” Ventura Ceballos, me trajo a la memoria el símil del proceso de militarización de la Policía Nacional a mediados del siglo pasado y la remilitarización de los servicios de policía de la actualidad.

Esta breve reseña histórica de dos procesos de metamorfosis de la fuerza pública en un corto período de 18 años en la primera fase y 30 años en la segunda, se las cuanto, sobre todo, a quienes aún dudan de que “la historia se repite en espiral”. En efecto en la década del 50 del siglo XX y en los prolegómenos de la “guerra fría” entre —las dos superpotencias surgidas de la segunda conflagración mundial— los Estados Unidos de América y la Unión Soviética se inicia el proceso de militarización de la Policía de “pito y tolete” hasta transformarla en un ejército (Guardia Nacional), convertido también en árbitro de las disputas políticas entre fracciones de la oligarquía, hasta el punto, que los contemporáneos de entonces llegaron a decir que la Guardia Nacional, de los comandantes Chichi Remón, primero y, de Lilo Vallarino después, “ponían y quitaban presidentes de la República”.

Esa simbiosis o matrimonio entre la Guardia Nacional y la oligarquía condujo a todo tipo de arbitrariedades contra el pueblo, de acciones corruptas y finalmente el tránsito del poder real de la “avenida A”, hasta el Palacio de Las Garzas, en la persona del coronel José Antonio Remón Cantera, hasta ese entonces comandante en jefe de la Guardia Nacional (1952-1955). Bastaron 18 años de todo tipo de tropelías en contra del pueblo humilde para que la Guardia Nacional frente a la grave crisis de gobernabilidad asumiera el control total y directo del poder político del Estado, mediante el cruento golpe de Estado militar del 11 de octubre de 1968. Fin del primer acto de la tragicomedia.

La farsa —segundo acto— se inicia con esta oración consignada en la Carta Magna: “La República de Panamá no tendrá ejército”. ¡Paparruchas! Cuchungo, el Toro y la Doña, guardaron las apariencias y designaron como directores, tanto de la Policía Nacional como del SPI, a personas civiles. Fue el hijo del general, bautizado por el pueblo como el “muñeco que pasea”, “que entró limpio y salió millonario”, quien inició el proceso de remilitarización de los estamentos de seguridad pública existentes y la creación de nuevos ejércitos (Senafront y Senan). De allí en adelante los entorchados de morisqueta se han dedicado a inventar todo tipo de “teorías de conspiración” para meterle miedo a los mandatarios de turno y así arrancarle toda clase de concesiones hasta convertir a la Nación en un antro de corrupción y virtual Estado policíaco.

En ambos procesos los Estados Unidos de América han estado detrás para preservar sus intereses de “seguridad nacional”, primero en su lucha contra el “comunismo” y ahora contra la supuesta amenaza del “narcotráfico”. Hoy tenemos un “concubinato escandaloso” (oligarquía / Fuerza Pública) santificado por el “Norte revuelto y brutal”, capaz de reproducir la tragedia de 1968, ahora como una farsa conducida por los 400 o más “coroneles de banqueta”.

¡Así de sencilla es la cosa!

Abogado y analista político.
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