• 28/02/2020 04:00

Cultura moderna y pluralidad religiosa: otra opinión

Hace unos días el P. Fernando Pascual publicó en este mismo espacio su opinión sobre este mismo tema. Quisiera también yo abordarlo, para colaborar a hacer luz ante los lectores.

Hace unos días el P. Fernando Pascual publicó en este mismo espacio su opinión sobre este mismo tema. Quisiera también yo abordarlo, para colaborar a hacer luz ante los lectores.

Cultura “moderna”, obviamente, es un concepto común, muy amplio y flexible. En un sentido más estricto, llamamos moderna a aquella cultura que brota del fenómeno histórico-ideológico que ha tenido lugar en el desarrollo de la humanidad a partir de los siglos XVII y XVIII, y que hace suyos los valores propios de la Ilustración, a saber: la declaración de la mayoría de edad de la humanidad frente a todo tipo de tutelaje religioso o político, la reivindicación inequívoca de la libertad humana y de sus derechos individuales “cívico-burgueses” (otras generaciones de derechos humanos vendrían después, como consecuencia), y el concepto de ciudadanía “política y laica”. Una consecuencia de la proclamación de los derechos humanos y de la reivindicación de las libertades, es su característica tolerancia positiva ante la pluralidad de opiniones e ideologías, admitidas todas en igualdad de derechos a participar democráticamente.

Siendo esto así –y ya llevamos varios siglos en ese camino–, la cultura moderna no puede sino ser saludada jubilosamente por los cristianos. Todo puede ser pervertido, como el propio cristianismo, pero ello no justifica la reticencia ante la aceptación gozosa de sus valores positivos.

Para los cristianos, esto todavía debería ser más claro en el siglo XXI, a más de 50 años del Concilio Vaticano II. En términos socioculturales este concilio significó la aceptación clara y sincera (y también crítica, lógicamente) de la Modernidad por parte de la Iglesia católica, que llevaba dos siglos de espaldas al Mundo Moderno, con todos los DDHH condenados literalmente por las encíclicas de los papas del siglo XIX. Se acabó ya aquel tiempo de recelo ante lo moderno por parte de la Iglesia. No en vano, y sin nada de inmodestia, el cristianismo es, por ahora, la única religión, de entre las grandes religiones de la humanidad, que ha tenido el valor de confrontar sinceramente su patrimonio simbólico con la crítica de la modernidad. Y podemos estar orgullosos de ello.

En cuanto a la relación entre Modernidad y pluralidad y pluralismo religioso, es preciso distinguir en primer lugar entre pluralidad y pluralismo. La “pluralidad religiosa”, normalmente se refiere a la constatación de que, de hecho, hay muchas religiones. La expresión “pluralismo religioso” se refiere más propiamente, no tanto a un hecho, cuanto a una actitud intelectual, epistemológica o moral, por la que se acepta de iure –no solo de hecho– esa pluralidad. La pluralidad de religiones, el hecho de que de hecho sean muchas, es algo evidente. El pluralismo religioso, la actitud de considerar que es legítimo, de iure, o por principio, que haya pluralidad de religiones, no es un hecho, ni algo obvio sin más, sino un juicio de valor, una decisión humana; es una convicción (que también puede darse en sentido contrario) a la que se llega por un proceso de reflexión y maduración intelectual integral. La Humanidad solo ha llegado a esta convicción en el siglo XVIII, precisamente con la Modernidad, que se rebeló contra el hecho de que durante siglos –más de un milenio– Europa fue sometida por la fuerza a la prevalencia de una sola religión, que se reivindicó a sí misma como la única verdadera, como querida por Dios, y querida en exclusividad, hasta el punto de que durante muchos siglos dicha religión se autojustificó con el apoyo del poder civil, político y militar para combatir a los no cristianos (externos), y a los disidentes internos, incluso con las famosas penas de cárcel y las conocidas torturas de la Inquisición.

Pero dejemos atrás los malos recuerdos históricos. Fue la Modernidad la que (muy a pesar de la oposición de la Iglesia) nos libró de aquellos atroces errores. La Modernidad declaró el derecho de conciencia, el derecho de libertad religiosa, el derecho a proclamar cada uno su fe, y muchos otros derechos humanos (de la primera generación), con la obligación correspondiente de respetar a los demás en estas libertades. La Modernidad reconoció también la pluralidad religiosa, el “hecho” de que muchas personas profesaban (clandestinamente incluso) otras fes, o querrían tener derecho a profesarlas. La Modernidad proclama el derecho de que cualquiera acepte y profese una religión, por considerarla verdadera, y lo pueda hacer públicamente ante la sociedad, con toda libertad, sin que nadie lo discrimine o descalifique. No es contrario a la Modernidad que alguien crea que una religión es verdadera, o incluso que es “la única verdadera”, y que lo proclame y lo razone y lo dialogue democráticamente; lo que la Modernidad exige es que no la imponga a nadie, ni pida para esa religión ningún privilegio sobre las demás, y que entre en el diálogo democrático social sobre las religiones en igualdad de derechos con las demás instancias ciudadanas.

La Modernidad no entra a decir si una religión es verdadera o no, ni siquiera a si puede existir tal cosa, una “única religión verdadera frente a todas las demás”, que serían religiones necesariamente falsas. En este campo, “teológico”, diríamos, la Modernidad no tiene doctrina propia; como no la tiene en campos como la medicina, la astronomía, la biología, ni la teoría de los colores. Y ahí es donde hoy día las religiones deben respetar los postulados de la cultura moderna, aceptando escrupulosamente las libertades modernas, y absteniéndose de justificar religiosamente privilegios para sí mismas. Si tienen la verdad, tienen que demostrarlo democráticamente, y convencer a los conciudadanos, sin pretender nunca retrotraernos a regímenes confesionales premodernos.

Por cierto, vivir “la pluralidad religiosa” con este respeto irrestricto a la libertad, es algo bien “moderno” (y positivo, y humanizante); algo que, por cierto, estuvo prohibido por la Iglesia hasta hace menos de 60 años: hasta “ayer mismo por la tarde”, dentro de lo que es la edad del cristianismo.

Otra cosa, bastante distinta de la pluralidad religiosa, es el “pluralismo religioso”, y tiene también no poca tela que cortar. Mañana se lo comento, si puedo, aquí mismo, ante los amables lectores de este periódico, con mucho gusto.

Teólogo
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