• 30/04/2020 00:00

Sistema sanitario... Una opinión

“[…] los preocupados por “el día después” deberían saber que ahora, […], la racionalidad indica aplicar los recursos donde el impacto social es mayor, como la promoción de la salud y la prevención de enfermedades”

El Sistema nacional de salud o sistema sanitario del Estado lo conforman las instituciones que brindan servicios y prestaciones de salud a la población, tanto las del sector público como las del privado; cuyo funcionamiento, en principio, debe estar regulado por la entidad normativa, que dispone lo concerniente a la materia, en el contexto de una política nacional de salud. Sin embargo, y contrario a lo que la racionalidad indica, la nefasta costumbre de asignar al ministro del ramo, por afinidad política, parental o de cualquier otra naturaleza, en lugar de la competencia profesional, es un factor que incide significativamente en los resultados; entre otras razones, porque el equipo técnico, integrado por epidemiólogos, planificadores, especialistas en demografía, bioestadística, etc. permanece subordinado, limitándose a revestir, con las formalidades propias de la disciplina, las iniciativas del ministro de turno; por lo que prima la improvisación, que a su vez, traduce la inoperancia del sistema. Si a ello agregamos la falta de una política nacional de salud, definida en base a las necesidades reales de la comunidad nacional, el colapso del sistema no debería sorprender a nadie. La única política de Estado, claramente establecida, es la económica, contenida en el artículo 271 de la Constitución Nacional.

En materia de salud pública, es un hecho, harto probado, que la medicina curativa y la rehabilitación son los componentes más costosos para cualquier sistema sanitario, así que los preocupados por “el día después” deberían saber que ahora, más que nunca, con la economía devastada, la racionalidad indica aplicar los recursos donde el impacto social es mayor, como la promoción de la salud y la prevención de enfermedades. Un abordaje serio implica superar la concepción tradicional, que asocia la salud a la atención de la enfermedad; en este contexto, urge concientizarnos sobre que los principales protagonistas de la salud somos las personas; que el deber fundamental del individuo es participar dentro de la comunidad organizada, en el proceso de producción de salud. Para que la historia no se repita, es imprescindible la organización de las comunidades, conforme a circunscripciones geográficas, que además incluya un sistema de adscripción de usuarios. Cada comunidad organizada debe contar con un médico de cabecera, como coordinador del equipo básico de salud, constituido por personal de odontología, de enfermería, de educación para la salud, trabajo social, etc. La población debe integrarse a través de los Comités de Salud, para que, junto al equipo básico de salud, elaboren el perfil epidemiológico de su comunidad; a fin de facilitar la provisión de servicios de acuerdo con las prioridades identificadas. Así no solo se cumple el mandato constitucional del deber ciudadano, sino que además se cambia, radicalmente, el papel del individuo como receptor pasivo en agente productor de salud. La asignación del presupuesto debe basarse en el perfil epidemiológico, y su aprobación es competencia conjunta del Comité de Salud y del equipo básico de salud. El perfil epidemiológico determina las prioridades de cada comunidad. Los problemas de salud varían de acuerdo a las condiciones del medio; hay comunidades en las cuales la principal causa de muerte y las enfermedades más comunes son las infecciones gastrointestinales de origen hídrico y la malnutrición; y allí sería absurdo invertir en infraestructura, la prioridad será educar en saneamiento ambiental, para la disposición sanitaria de los desechos sólidos y de las excretas, construir letrinas e instruir sobre aspectos higiénico-dietéticos, huertos comunitarios, etc. Y lo más importante, construir un acueducto para proveer de agua potable intradomiciliaria, todo lo cual traducirá una reducción significativa e inmediata, tanto de la morbilidad como de la mortalidad.

Otro aspecto, de suma importancia, es la educación; en las facultades de Medicina, urge fortalecer la cátedra de Salud Pública, para que, al término de la carrera, el egresado conozca y domine los aspectos más relevantes de la epidemiología, de la sociología médica, de la ingeniería sanitaria y de la bioestadística, que maneje los indicadores de salud, con capacidad para analizar y comprender la distribución del Presupuesto General del Estado, en materia de salud pública y educación, así como la relación que estas guardan con el servicio de la deuda pública; que sea consciente del impacto del saneamiento ambiental en la salud pública, que comprenda cómo incide el agua potable intradomiciliaria en la salud, que sepa determinar el índice mortalidad infantil, el porcentaje de malnutrición infantil, el índice de pobreza multidimensional y sobre todo, que tenga plena conciencia de que la eficiencia en el desempeño de su trabajo debe determinarse sobre la base de la población que se mantenga sana, como resultado del cumplimiento de los programas de promoción de la salud y de la prevención de enfermedades, del cumplimiento y seguimiento de los programas de vacunación de la población infantil, para que el paradigma de la salud, asociado a la atención de la enfermedad, solo sea parte de una historia que jamás deberá volver. De igual manera, la entidad rectora deberá establecer el requisito para que todo médico, antes de recibir entrenamiento formal, en cualquier especialidad, cumpla un año de estudio, teórico y práctico, en salud pública, en un programa que incluya fundamentos de Economía Política y de Ética, para tratar de evitar que incurran en corrupción, crimen de lesa humanidad, porque traduce muerte, dolor y sufrimiento en la población a la cual deben proteger y servir. ¿Ud. qué opina?

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