• 04/07/2020 00:00

La educación, una siembra

“Nuestra educación está en cuidados intensivos, es el imaginario de quienes abrazan las pruebas creadas por un sistema de dominación que busca medir la capacidad de reproducir […] conocimientos como máquinas”

Carolina Espinosa, maestra en el Ecuador, percibió que durante la pandemia sus alumnos no asistían a las clases virtuales a falta de dinero para recargar el teléfono. Entonces tomó un tablero, ciñó su mascarilla y montó su bicicleta para ir a buscar a sus otros estudiantes, luego de terminar la jornada virtual. Recordé la película iraní La pizarra, contextualizada en época de guerra.

Freire decía que la educación amerita la lectura del contexto y debe cuestionarlo, tomando en cuenta que las personas sean sujetas de su propia transformación, en suma, una educación liberadora. Muchos países se han acomodado a las clases virtuales. En Panamá, las clases de TV duran aproximadamente una hora, en radio, cada materia consta de diez minutos. Una persona indignada me envió las pruebas de esto a mi correo.

La lógica de este sistema capitalista, patriarcal y colonialista sigue siendo que los pobres tengan una pobre educación. La educación formal panameña se relaciona con la intencionalidad de las clases dominantes, currículo y práctica obedecen a estos intereses. Ante la pandemia la respuesta que se da en zonas urbanas encajeta a la fuerza a quienes están en las áreas rurales. Estamos ante una educación descontextualizada y deshumanizada.

Hace diez años, sentada luego de una jornada semanal de educación no formal en San Félix, vi, de lejos, a un grupo de diez estudiantes viendo vídeos en ese ordenador blanco, bonito, que donó en aquel tiempo el Gobierno. Les pregunté si hacían sus tareas allí. Les pedí que me lo enseñaran, toditos callaron con esas risas nerviosas de los niños. No sabían usar una hoja de texto. Comencé a explicarles cómo se hacía y al día siguiente, en medio de la cena con unas alumnas, noté que el grupo de niños venía a saber más del uso del computador, pero se les había descargado. En Hato Chami, costaba un dólar cargar la batería de una laptop hace una década. Un dólar en la comarca Ngäbe es el ingreso de una familia de tres miembros en algunas poblaciones comarcales, en otras, ni eso. Mientras cargaba la compu, presté la mía. Todos me rodearon, al principio me dio alegría, luego nostalgia. Pensé en quien acerca el aprendizaje a estos niños, en cómo bregaba en este contexto. Es necesario recordar la importancia que cada maestro tiene en la vida de tantas personas. Somos, ese sembrador y sembradora que va plantando semillas. La esperanza es que haya buena cosecha. Obvio, tenemos que lidiar con el contexto, la lluvia de sinsabores, plagas como la corrupción. También encontramos esos abonos en el camino, la ternura, la alegría, el afecto, la creatividad.

Nuestra educación está en cuidados intensivos, es el imaginario de quienes abrazan las pruebas creadas por un sistema de dominación que busca medir la capacidad de reproducir y memorizar conocimientos como máquinas. Prefiero pensar que hay una siembra de educadores que tienen compromiso, consciencia política, luchan por la transformación social, y a diferencia de algunas experiencias que encontré, creen que nuestros estudiantes en zonas lejanas merecen más de tres días de clases. No hay recetas, pero las ganas importan. “La educación de los pobres no debe ser una pobre educación”, decía José María Vélaz, SJ, fundador del movimiento educativo Fe y Alegría. La educación es siembra. Después de la pandemia tenemos la oportunidad de dialogar si seguiremos con este modelo de educación que tenemos, si es lo que queremos para nuestros niños. Ojalá un dialogar más allá de conceptualizaciones que solo entendemos quienes tenemos el privilegio de acceder a determinados procesos y viajes formativos. Tal vez necesitaremos un diálogo que penetre en las comunidades, en lo organizativo, en todos los sectores, uno que no discrimine ni se condicione a hoteles y entornos virtuales, cuando esto pase, veámonos las caras, salgámonos de formatos abc, aprendamos a escuchar y oler el contexto antes de salir a dar respuestas, intentemos crear pensamiento colectivo, sin imponer nuestras ideas y propuestas. Démosle la oportunidad a estos niños y jóvenes de cosechar pensamiento crítico que ayude a cambiar esta realidad tan mutilada, desarrollemos una educación desde lo más cotidiano hasta lo teórico, que sea sudor, vida comunitaria y mucho más.

Educadora popular feminista y periodista.
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