• 25/07/2020 00:00

Senado boliviano crea una revolución social y de salud

Apenas días atrás el Senado de Bolivia, con más de dos tercios de sus votos, aprobó una medida de salud estableciendo la elaboración, distribución a los centros médicos y a la población, la explicación de sus dosis y la atención hospitalaria pública gratuita a sus enfermos de COVID-19, con el producto antiguo, pero elaborado específicamente una década atrás -esperando que la FDA se digne analizarla, sin respuesta- del producto DIÓXIDO DE CLORO.

Apenas días atrás el Senado de Bolivia, con más de dos tercios de sus votos, aprobó una medida de salud estableciendo la elaboración, distribución a los centros médicos y a la población, la explicación de sus dosis y la atención hospitalaria pública gratuita a sus enfermos de COVID-19, con el producto antiguo, pero elaborado específicamente una década atrás -esperando que la FDA se digne analizarla, sin respuesta- del producto DIÓXIDO DE CLORO. Dicho componente se está negando por los sistemas de salud en el mundo, pese a que, como siempre ocurre, muchos médicos (cerca de 200 solo en Bolivia y más de cien en el Ecuador -así como diversos doctores enfrentando el sistema-) están ofreciéndolo en México, el Perú, Colombia y otras naciones. Y su uso no se remite solo al virus actual.

Su impulsor moderno es el biofísico alemán Dr. Andreas Kalcker, que lo busca difundir frente a su probadísima eficacia ante el virus de la COVID-19, en las fases 1 y 2 e incluso, en algunos casos en la fase 3, como nos explica en videos fáciles de localizar, la doctora Patricia Callisperi de Bolivia, además de otros en el Ecuador, incluyendo al presidente de la “Asociación de Médicos Integrales” de ese país, cuyo presidente, un doctor de bastante edad, asegura que adquirió la infección del azotador virus y sintiéndose perdido en esa guerra contra la COVID-19, “un colega lo trató con el conocimiento debido con el Dióxido de Cloro y logró curarse muy prontamente, “y cuyo único efecto secundario es que lo sanó”.

Considero, sin conocer nada de medicina, que ese hecho en Bolivia que oficializa dicho tratamiento es una noticia demasiado relevante para ignorarla. Ese medicamento prácticamente “natural”, con un producto que se usa desde muchas décadas atrás, con variantes, una de ellas para purificar el agua que tomamos, se ha prohibido tan tajantemente, que los videos e informaciones del Dr. Kalcker y otros médicos que lo han probado con suficiente éxito, no solo niegan su uso y vilipendian al producto, sino que incluso son “bajadas de las redes” en clara violación al derecho universal de la información.

Panamá, hace apenas horas, validó la utilización frente a la pandemia de la Hidroxicloroquina, luego de utilizarse meses atrás por el Minsa/CSS, ante la recomendación autoritaria de la OMS “de que era perjudicial para la salud y creaba muchos peligros por sus efectos secundarios”. Un relevante médico nacional, en consulta privada, me dijo, ahora ante la secundación oficial de su uso “que, si bien en pacientes cardíacos podía afectarlos, eso era poco común”. Otra doctora me agregó “que podía afectar la visión gravemente”. No obstante, en Estados Unidos -cuna máxima de ciencia y tecnología-, según el Centro John Hopkings, “mueren cada año aproximadamente 250 pacientes por errores médicos o efectos tóxicos de medicinas químicas oficiales, sin contar los que fallecen en casa y no son reportados”. ¿Acaso no es eso sumamente significativo para armarle carrera contraria al Dióxido de Cloro u otras terapias contra la pandemia, ante la ola indetenible de nuevas infecciones y muertes?

Ahora, con nuestra falta generalizada de cultura y de conocimiento de historia, podríamos pensar fácilmente “que Bolivia -y su Senado- son un pueblo muy retrasado cultural y científicamente frente a otros más modernos de occidente, incluyendo a Panamá”. Sin embargo, con la facilidad de hoy, al buscar en Wikipedia ¿cuándo se aperturó la primera universidad en ese país del altiplano, incluyendo escuelas de Medicina, nos sorprendimos con el dato de que luego de abrirse en Lima, “la Real y Pontificia Universidad de San Marcos”, otro de los altos centros de estudios superiores- con la Medicina incluida en su enseñanza, está “La Universidad Real y Pontificia de Chuquisaca, Sucre, en Bolivia”. Por su tez mayoritariamente indiada podemos despreciar las culturas más antiguas, cuando aún estábamos bajo el dominio español o bajo el yugo colombiano. Otro dato relevante es que, entre los primeros profesores de Medicina en Bolivia, figuran dos notables médicos franceses y un inglés. Nuestra facultad médica, tan eficiente, tiene apenas 59 años.

Creo que la ciencia, si es tal, debe tener más apertura y menos dogmatismo y radicalismo para abrirse a conocer otras corrientes, aunque hoy se crean retrasadas o “sin evidencia científica”. No pueden conocerse nuevas evidencias y logros, si solo nos quedamos a la espera de que la “biblia médica, la FDA o la OMS”, tan seducidas por las trasnacionales de medicinas químicas en una época de mercantilismo de la ciencia, igual que todo, le ponga el “visto bueno a la medicina”, faltando a lo aprobado en el Acuerdo de Helsinki, que abre espacios “al derecho del paciente a recibir de sus doctores cosas experimentales”, fuera de lo únicamente convencional, en acuerdo con el doctor que lo atiende.

Abogado y coronel retirado.
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