• 12/02/2021 00:00

El miedo a la policía

“[…] así como un consumidor bien informado tiene Poder, un ciudadano con conocimiento de sus derechos como tal, también tiene Poder”

¿Para qué escribir historia, si no se lo hace para ayudar a nuestros contemporáneos a confiar en el porvenir y a encarar mejor armados las dificultades que encuentra día a día? El historiador, por tanto, tiene el deber de no encerrarse en el pasado y de reflexionar asiduamente sobre los problemas de su tiempo (DUBY, 1995). A partir de la experiencia vivida, trataremos un miedo contemporáneo.

El jueves 4 de febrero del año en curso, luego de recoger a mi esposa en el Ministerio Público, quien terminaba su jornada a las 10:00 p. m. Camino a casa, en el sector de Costa Abajo de Colón, llegamos al área de la “Y”, mejor conocida como Batería 35, y, aproximadamente, siendo las 10:50 p. m. nos encontramos un retén de miembros de la DIJ o DIP.

Detuve la marcha del auto, enciendo las luces interiores y procedo a bajar todas las ventanas. Un joven agente saluda y echa una mirada, solicita licencia de conducir, accedí a mostrársela. De pronto, resuena con timbre autoritario, impositivo y hasta intimidante, la altanera voz de otro agente con mayor edad: “¡Puede abrir el maletero!”.

Inmediatamente, me acaparó la figura del allanamiento y respondí que NO, “ipso facto” pregunté por la motivación, a lo que el agente no supo contestar, recurriendo a la táctica intimidante de la figura del fiscal. “¡Esperémosle, pues!”, solicitó orillarme y obedecí. Al instante, el joven agente se aproxima y con voz temblorosa invoca el 235 del Código Penal, “¡No lo autorizo!”, le reiteré. “¿Hay alguna denuncia contra un Kía Río Sport azul con Stikers amarillos?”. Sin contestar se alejó.

El viejo y altanero agente usa su celular para hacer una llamada. En cuestión de minutos, apareció otro auto de lujo -de esos que pagamos los ciudadanos con nuestros impuestos-, entre el brillo encandilante de las luces, sombras de agente bajando, una breve reunión entre ellos, detrás de nuestro auto. La verdad, poca importancia le dimos.

Sigilosamente, se acerca un agente y a dos pasos del auto, con las manos dando toques intermitentes a las armas que mantenía a la altura del pecho entre su chaleco antibalas, con el tacto y tono sereno propio de un profesional, nos saludó: “¡Buenas noches!”. Acto seguido, se identificó: “¡Soy el comisionado Herrera! ¿Con quién tengo el gusto y dónde trabaja?”. Con igual camaradería me presenté, señalando mi condición de docente de la Universidad de Panamá. Procedió, entonces, el oficial a explicar, pausadamente, las razones de su presencia en el lugar.

En verdad, me resulta difícil ocultar mi animadversión contra la Policía y sus agentes, dados los antecedentes de violencia policial en nuestro país. Sin embargo, la caballerosidad y humildad de este oficial me hicieron proceder y abrir el maletero. Sorpresivamente, detrás del auto, un aproximado de quince agentes con pertrechos, aguardaban impacientes y en posición, para destapar el cargamento de drogas o armas de guerra que les pondría en los titulares del día siguiente.

Mientras rechistaba lo irónico que me resultaba ver tantos agentes, cuando mi residencia fue desvalijada por delincuentes en dos ocasiones y ninguno hizo presencia, abrí la cajuela del auto para que se encontraran con NADA. No hubo susurro alguno, el comisionado agradeció y seguimos la marcha.

Quizás, pude haberme evitado la dilación, sin embargo, el conocimiento de mis Derechos ciudadanos repelió todo miedo, poniéndome en control de la situación. Accedí, solo cuando recibí el trato digno que nos merecemos las personas decentes. Ahora, destacable resulta la postura del comisionado Waldemar Herrera, un verdadero acto de respeto a los ciudadanos y de docencia a sus subalternos. Aunque, lamentablemente, “cuando el gato no está en casa, los ratones hacen fiesta”.

En definitiva, todo ciudadano con auto y residencia debe manejar los procedimientos que establece el Artículo 235 del Código Penal, frente a la figura del allanamiento. Un vuelco intelectual por los ciudadanos decentes servirá para repeler la huella de nuestros miedos frente a la Policía. Que teman los que delinquen y andan en chanchullos o cuestiones ilícitas. Pues, así como un consumidor bien informado tiene Poder, un ciudadano con conocimiento de sus derechos como tal, también tiene Poder.

Docente universitario.
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