• 07/04/2021 00:00

Primitivismo cultural

“No hablo de una descalificación servil por usar modelos foráneos para medir nuestros diferentes niveles de desarrollo cultural, sino de la necesidad de gozar de una madurez auténtica y autóctona […]”

Hurgar el alma de un pueblo, en este caso nuestra panameñidad, es tarea harto delicada y temerosa, por lo bueno o malo que podamos descubrir de nuestra verdadera cultura o incultura; o de nuestra sabiduría o ignorancia colectiva; o de nuestra forma virtuosa o viciosa de ser, en comparación con otras comunidades y culturas.

De hecho, todas las culturas del mundo, incluyendo la nuestra, poseen sus propios criterios para definir su esplendor estético especial, la fuerza intelectual de sus integrantes y el discernimiento cognitivo que las guían. Estos tres elementos de cohesión social dotan a los pueblos con sus fisionomías particulares, su carácter creativo especial y sus valores espirituales esenciales.

Lo cierto es que todo humano siente la necesidad innata de buscar la belleza y la verdad, tarea de toda una vida, por larga o corta que sea, misión que nos permite conocernos y reconocernos mejor, dentro de dichos límites estéticos y cognitivos. Es una búsqueda material de esa perfección intelectual que todo lo absorbe y todo lo destruye a la vez, según lo que le aportemos o rechacemos.

En nuestro caso, influye también, poderosamente, lo que el historiador francés Thierry Saignes (1946-1992) tildó de “esquizofrenia colonial” en su escrito “América y nosotros: ensayo de ego-historia”, donde propone que toda sociedad colonizada busca asemejarse al colonizador (en nuestro caso al conquistador español), pero que, al mismo tiempo, trata de diferenciarse de él, afirmando y negando, rechazando y asimilando tal dicotomía antagónica.

Otro factor de nuestra identidad nacional, como elemento de cohesión y praxis cultural, es nuestra rica diversidad étnica y social, que nos asemeja y diferencia a la vez, relación conflictiva adicional que, sumada a la esquizofrenia colonial descrita por Saignes, le da esa tosquedad, rudeza y simplicidad a nuestras manifestaciones culturales y artísticas, lo que podría llamarse nuestro “primitivismo cultural”.

No hablo de una descalificación servil por usar modelos foráneos para medir nuestros diferentes niveles de desarrollo cultural, sino de la necesidad de gozar de una madurez auténtica y autóctona para darle continuidad y perfección a nuestra arquitectura, literatura, música, danza, pintura, escultura, cerámica, artesanía y demás expresiones artísticas y culturales nacionales.

Pero ¿qué constituye “primitivismo” en estas manifestaciones culturales?

No es la técnica, materiales y métodos utilizados en la actual vivienda guna, emberá o ngäbe, herencia de sus antepasados, con su inteligente adaptación geomórfica para resolver los retos de un clima tropical, pero sí es la ausencia en Panamá de una arquitectura prehispánica más sólida y duradera, salvo pequeños vestigios de centros ceremoniales como Barriles, Sitio Conte y El Caño. Sí es la tosquedad y rudeza de nuestros templos religiosos, fortificaciones militares y demás arquitectura colonial, con techos a dos aguas, donde casi no existen cielorrasos abovedados, arcos, claustros ni tan siquiera una sola cúpula o domo en todo el territorio nacional. Sí es el trazado laberíntico de la mayoría de nuestros pueblos y ciudades, sin aceras o jardines públicos, que satisface lo inmediato, sin llegar a ser un debate inteligente entre lo moderno y lo antiguo.

Un ejemplo de primitivismo musical, como búsqueda material de perfección, es la guitarra “mejoranera” santeña, ejemplo del sincretismo intercultural existente en toda Hispanoamérica, muy relacionada con el “requinto” portorriqueño, el “charango” peruano/boliviano, el “cuatro” venezolano y la “jarana” mexicana. Nuestra “mejoranera” ha permanecido por siglos muy rústica, sin barnizar y sin adorno alguno en su tapa, afectando su resonancia y afinación; por ende, el canto o baile que acompaña. Existe el mismo primitivismo en otras expresiones folclóricas y en la artesanía vulgar, pero no así en las molas gunas o la cestería, tallados de cocobolo y miniaturas de tagua de los emberá.

Ese desgarramiento provocado por su esquizofrenia colonial, diversidad étnica-social, dualidad tránsito-permanencia y mar-tierra, se manifiesta como el primitivismo que vive en carne propia todo panameño, marcando nuestra panameñidad y mermando su perfeccionamiento.

Ensayista
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