• 11/05/2021 00:00

Sin educación no avanzaremos

“Sin educación de calidad, nunca lograremos el nivel de desarrollo que el país requiere para reinventarse, sobre todo después de la trágica pandemia […]”

El 14 de mayo llego a 50 años de graduado en la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Panamá. Se han pasado volando. Nos graduamos solo seis o siete, entre ellos. José Antonio Sossa, Carlos Samaniego, Argimiro Velarde y yo. Eran los tiempos de la dictadura, cuando la Universidad cerró por más de un año.

A inicios de la República solo los poderosos accedían a la educación superior. Panamá carecía de universidades. Se estableció la Facultad Nacional de Derecho de 1918 a 1930, reemplazada por la Escuela Libre de Derecho, que solo funcionó dos años, para unirse a la Universidad de Panamá. No había oportunidades para otras carreras y los grupos medios y mucho menos bajos, disponían de opciones para superarse. La falta de acceso social a la educación fue un fenómeno mundial que inclusive protagonizó eventos como la Revolución Francesa.

Gracias a la mentalidad progresista del presidente Harmodio Arias Madrid (1932-36) -beneficiario de una de las becas universitarias al exterior del presidente Belisario Porras- le importó poco las peticiones de los grupos poderosos para que, en lugar de crear una universidad, se fortalecieran las escuelas artesanales. Pensaban que los pobres no eran merecedores de superarse académicamente. Harmodio Arias, el humilde cholito de Río Grande, Coclé, creó en 1935 la Universidad de Panamá, que comenzó con 175 estudiantes y actualmente es el mayor y mejor centro de enseñanza superior del país.

Luego del golpe militar, si bien la educación superior pública fue más accesible para los grupos vulnerables que carecían de ella, ello motivó, por su exagerada masificación, que su calidad y autonomía se deterioraran mucho. La Universidad se convirtió en un feudo político de los grupos afectos al régimen militar. Viví los dos periodos. En muchos sentidos, ese malévolo contubernio, autoridades - grupos estudiantiles, ha perdurado con el tiempo.

Vierto algunas propuestas concretas para dar a la educación nacional el impulso necesario para ubicarla en la vanguardia del desarrollo. Urge que la educación pública esté al mismo nivel que escuelas privadas de excelencia, como la Academia Interamericana (AIP), Instituto Panamericano (IPA) y La Salle, por mencionar algunos. En un pasado reciente, el Instituto Nacional y el Fermín Naudeau alcanzaron esos mismos niveles de excelencia. Los panameños tienen derecho a tener la misma calidad de educación.

Veamos:

1.- Nuestra Universidad de Panamá, en sus inicios, en facultades como Derecho y Medicina, se nutrió con especialistas extranjeros, algunos emigrantes españoles luego de su Guerra Civil. En la actualidad se concentran en el país muchos profesionales de naciones hermanas que bien podrían servir en mejorar nuestra educación pública, tal como lo hacen algunos con la privada. Aprovechemos ese recurso. Más que competencia para el local, enriquecerá sus conocimientos.

2.- Especialicemos a los jóvenes proveyéndoles herramientas para iniciar sus vidas. Durante mi estadía en Washington, como embajador ante la OEA, conocí una escuela chárter (financiada con fondos públicos) que proveía herramientas a migrantes a la capital estadunidense para impedir que se convirtieran en carga social. Enseñaban inglés en todos sus niveles, informática avanzada, cocina de alta gama y técnicas de enfermería. El que se graduaba allí estaba capacitado para encontrar trabajo digno y bien remunerado. Traje a sus directivos a Panamá al final del Gobierno de Martinelli -ya no era embajador-, pero nadie le paró bolas. Pedí cita, que nunca logré, con la actual ministra de Educación, para explicar los beneficios de ese proyecto. Una escuela así sería más provechosa que los viajes de profesores y maestros a Estados Unidos para aprender inglés, promovidos por el Gobierno de Varela a inmensos costos, sin que se sepa, además del turismo que hicieron, el provecho que ha tenido.

3.- Si entrenamos a 5000 jóvenes en dos años en áreas de informática y tecnología avanzada, en corto periodo estaremos en capacidad para convertirnos en “hub” de tecnología, comparable con el que hay en Costa Rica.

4.- Como está planteado, de los recursos del Canal, debe separarse un porcentaje, a fin de crear un fondo de becas de excelencia para estudiantes de mayor índice académico, administrado al margen de ningún criterio político.

5.- Las escuelas de carreras técnicas, como Artes y Oficios, deben estar equipadas con herramientas de última tecnología y asesoradas por expertos, como los facilitados en el pasado por las agencias de entrenamiento de Alemania.

6.- Debe exigirse a empresas que contratan extranjeros –caso Minera Panamá- que cumplan con obligación de entrenar a panameños en las áreas donde traen trabajadores de otro país. Esa obligación del Código de Trabajo simplemente no se cumple.

Sin mayores inversiones podemos revolucionar el sistema educativo nacional. Lo que se necesita es mucha creatividad, decisión y coraje para sacar la educación pública del contexto político, logrando el apoyo consciente y desinteresado de los dirigentes magisteriales, a fin de que no sean obstáculos para su mejoramiento profesional y de sus estudiantes. Hay muchos que quieren ayudar en el mejoramiento educativo. Sin educación de calidad, nunca lograremos el nivel de desarrollo que el país requiere para reinventarse, sobre todo después de la trágica pandemia vivida y que tantos daños ha causado.

A los 50 años de mi graduación como abogado.
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