• 10/09/2021 00:00

Decodificando valores: éxito instantáneo

“[…] debemos entender la diferencia entre el éxito “televisivo” y aquel de la “vida real”, pues de no hacerlo, muchos crecerán creyendo que la vida es como un programa de televisión”

Son muchas las historias de profesionales, artistas o innovadores, quienes se esforzaron por años antes de conseguir éxito. ¿Será esto “suerte” o, lo más probable, un proceso de superación personal y de trabajo duro hasta alcanzar la suficiente calidad para ser debidamente estimados? Muchas veces el éxito llega después de muchos fracasos. Por ejemplo, Edison realizó más de mil pruebas hasta crear un foco que no se quemara. ¿Qué hubiera pasado si, después de cien pruebas, se hubiera rendido, estaríamos todavía viviendo bajo una vela?

En los últimos años, se han popularizado los programas televisivos de concursos, ya sean de canto, cocina, baile, ninja o cualquier otro talento excéntrico que pueda traer “ratings”. En general, este tipo de contenido “reality”, popular en todo el mundo, puede ser visto de forma positiva: exponiendo talentos que de otra forma no serían descubiertos, como de forma negativa: creando una generación de jóvenes que sobrevalora el “talento natural”, creyendo que es el único ingrediente para lograr el éxito, que debe llegar de forma rápida, pues de otra forma, “nunca llegará”. ¿Será posible que esta cultura de instantaneidad, basada en mérito, reduzca el valor del trabajo duro y la superación personal?

En mi opinión, esta cultura ya ha contribuido negativamente a nuestra sociedad dividiéndonos en tres grupos de personas:

Primero los “ganadores”: aquellas personas “juzgadas”, sin un criterio profesional, sin preparación y esfuerzo, creyendo que para tener éxito no es necesario esforzarse, pues la fama se les ha dado en una “bandeja de plata”. Para lidiar con el éxito también es necesario un proceso de desarrollo del carácter y la integridad. Para muchos es tan abrumador que los lleva a la depresión, al uso de drogas y hasta al suicidio.

Segundo, los “perdedores”: los cientos, hasta miles, de rechazados, quienes creen que no son suficientemente buenos y tienen que lidiar con la frustración de que simplemente no fueron aceptados. Estos “losers” no toman en cuenta las consideraciones no enteramente puras, como subjetividad y suerte. Los programas de talento están basados en “ratings” y menos en talento, inclusive siendo influidos por sus patrocinadores o quizás por una agenda social o política. Se desarrolla, entonces, una cultura de darse por vencido, pues pensarán: “Traté y estos jueces, quienes son exitosos y saben de lo que hablan, me han dicho, luego de juzgarme por unos segundos, que no soy lo suficientemente bueno”.

Y por último, el grupo más grande e importante, su audiencia: aquellos millones de personas quienes desarrollan erróneos paradigmas como: “perder” es un fracaso personal, la fama es lo más importante, es necesario talento para “ganar” y la más popular y dañina: no es necesario trabajar duro para tener éxito.

¿De verdad queremos vivir en una sociedad que no promueve el valor del fracaso y la perseverancia? ¿Y si una persona se da por vencida, por más que se esfuerce, debe nuestra sociedad aceptarla como una perdedora para siempre? El dicho popular dice “el éxito es 1 % inspiración y 99 % transpiración”. Si esto es cierto, el talento tiene muy poco que ver con el éxito de una persona. ¿Queremos criar una generación de niños que al preguntársele qué quieren ser cuando sean grandes, contesten “ser famosos”, como si esto fuera una profesión?

Es nuestro deber como sociedad cambiar esta percepción. Debemos educar a nuestros jóvenes a aspirar al éxito, pero también a lidiar con el fracaso, así como un boxeador aprende a dar golpes, pero también a recibirlos y levantarse cuando cae. Debemos inspirarlos a seguir su pasión y no necesariamente aquellas profesiones popularizadas por la televisión. Debemos enseñarles lo que es el trabajo duro y la perseverancia, el constante perfeccionamiento, sin atajos, y que está bien fracasar de vez en cuando, pues así mejoramos. Al no promoverse estos valores, nos arriesgamos a crear una generación de frustrados y deprimidos por no haber conseguido un éxito rápido. Además, debemos entender la diferencia entre el éxito “televisivo” y aquel de la “vida real”, pues de no hacerlo, muchos crecerán creyendo que la vida es como un programa de televisión.

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