• 04/04/2022 00:00

Un mundo teñido de rojo

“Ese tinte que perdura en el mapa de IT desanima, cuando sabemos que hay tanto que hacer y que el rojo en muchos países es en realidad una mancha de sangre, sangre de los menos afortunados”

Cuando publiqué por primera vez en el 2010 los datos que contienen este artículo, sobre el índice de percepción de la corrupción que publica Transparencia Internacional (TI), ese organismo ilustraba y categorizaba en un mapa mundial el nivel de corrupción de cada país en una escala del 1 al 10 y pintados de tonalidades entre el rojo (alta corrupción), pasando por anaranjados y finalizando con tonos amarillos (baja corrupción). Los resultados de 2021, presentados por TI, no han variado mucho. A simple vista, la mayoría del mapa está pintada de algún tono entre el rojo y el anaranjado, lo que justifica a aquellos que dicen que es poco lo que se puede hacer para vencer la corrupción.

Igual que el 2010, toda América Latina, menos Chile y Uruguay, tiene alguna tonalidad de rojo. En las Américas, países como Canadá ocupan el puesto 13/180 (descendiendo 4 posiciones desde el 2010) en el “ranking” de IT y Estados Unidos ocupa el puesto 27/180 empatando con Chile, pero la diferencia es que Estados Unidos descendió once posiciones desde el 2010, cuando ocupaba el puesto 16/180. También en América Latina, Uruguay ocupa la posición 18/180, 3 puestos más alto que en el 2010. Panamá ocupa el puesto número 105/180, 33 posiciones menos que el 2010. A nivel global, Dinamarca ocupa el primer puesto seguido de Finlandia, ambos países igual que hace 10 años.

El prefacio de la “Convención de las Naciones Unidas contra la Corrupción” inicia señalando que: “La corrupción es una plaga insidiosa que tiene un amplio espectro de consecuencias corrosivas para la sociedad. Socava la democracia y el Estado de derecho, da pie a violaciones de los derechos humanos, distorsiona los mercados, menoscaba la calidad de vida y permite el florecimiento de la delincuencia organizada, el terrorismo y otras amenazas a la seguridad humana”.

El 4 de diciembre del año 2000, las Naciones Unidas (ONU) tomó la decisión de establecer un comité “Ad hoc” en la sede de su oficina contra la Droga y el Delito en Viena, para negociar la elaboración de un instrumento que atendiera el tema de la corrupción y la lucha contra la misma de una manera global e integral en cada país. El texto del documento fue negociado durante siete periodos en reuniones de esta comisión especial, entre el 21 de enero de 2002 y el 1 de octubre de 2003. La “Convención contra la Corrupción”, preparada y aprobada por la comisión “Ad hoc” fue finalmente adoptada por la Asamblea General de la ONU en la resolución No. 58/4 del 31 de octubre del año 2003. Entró en vigencia oficial el 14 de diciembre de 2005.

Panamá, como miembro de la ONU, es signataria de la Convención, firmando el 9 de diciembre de 2003 y ratificando la adhesión el 8 de noviembre de 2006. No concuerda que a nivel internacional nos comprometemos con estas iniciativas globales que detallan las formas y dejan claro los mecanismos que pueden ser implementados para luchar frontalmente contra la corrupción y por otro lado, va quedando bien claro, conforme los eventos que se discuten a nivel nacional en las últimas semanas, que Gobierno tras Gobierno no se han preocupado por estructurar los mecanismos necesarios para combatir este mal y ni siquiera han mostrado interés por hacer cumplir las leyes.

El “Estado de derecho” ha sido cuestionado con insistencia durante los últimos 20 años y ahora más que nunca, ante lo poco que se ha logado en materia de llevar frente a los tribunales a los que abusaron de la cosa pública, particularmente durante las dos décadas que marcan estas mediciones. El sistema legal y de justicia nacional es un ejemplo vergonzoso de duda y cuestionamientos. Las desigualdades del sistema han acentuado las violaciones a los derechos humanos de muchos individuos.

Ese tinte que perdura en el mapa de IT desanima, cuando sabemos que hay tanto que hacer y que el rojo en muchos países es en realidad una mancha de sangre, sangre de los menos afortunados. Lo más preocupante es que las señales que el sistema de justicia y el Gobierno envian en las últimas semanas no son alentadoras de ninguna manera. No se si vale la pena seguir viendo ese mapa, un mundo teñido de un rojo profundo, triste y sin remedio.

Comunicador social.
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