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- 18/05/2022 00:00
Mi renuncia al PRD
Participé del esfuerzo inicial y del entusiasmo colectivo entorno a la formación del Partido Revolucionario Democrático, movimiento político que vio la luz el 11 de marzo de 1979. No obstante, me inscribí en agosto de 1981, después de la muerte del general Omar Torrijos Herrera, entre otras razones por los riesgos que le presentaban a la incipiente democracia panameña las ambiciones desmedidas de poder de quienes ostentaban las armas y algunos civiles que los aupaban.
En ese momento estuve convencido que había que fortalecer el legado de Torrijos, muy en particular ese proyecto de una patria libre y soberana, y un modelo de gestión de gobierno abierto, inclusivo, participativo, en contacto con la gente, en sintonía con sus necesidades y resolviendo los verdaderos problemas con la misión de generar oportunidades para todos.
No concibo el ejercicio de la democracia sin partidos políticos, ni un sistema partidista alejado de los principios y valores que sustentan la democracia del siglo XXI, o la existencia de partidos políticos ajenos a la responsabilidad de educar y transformar a la sociedad. Ni tampoco creo en una democracia con líderes divorciados de la sociedad y del bien común, con políticos más preocupados por sus intereses personales y por perpetuarse en el poder para usufructuar las mieles de sus acciones.
Sentí aires de cambio cuando el PRD elaboró y aprobó en el 2018 la Visión 2050, un excelente esfuerzo que sumó la participación y el consenso de muchos copartidarios y de personas ajenas al partido. Creí que el gobierno electo en el 2019, con un presidente PRD y una mayoría legislativa PRD, adoptaría ese documento como base de su trabajo, pero su lema “soñando y trabajando por Panamá”, como el resto de su contenido y su implementación, es hoy una quimera, muerta y olvidada.
El sueño de transformar las estructuras políticas, económicas, sociales y culturales para generar mayor riqueza, con una mejor distribución social, dentro de un amplio proyecto de desarrollo humano compartido, ha quedado fuera del imaginario de la gran mayoría de los dirigentes del partido y, como consecuencia, el PRD opera en asincronía con las realidades y las necesidades de nuestra sociedad, cada vez más alejado de los principios que dieron origen a sus nobles propósitos.
Muchos de los miembros del PRD hemos permanecido en sus filas en espera de que las dificultades y las demandas de los ciudadanos fueran suficientes estímulos para promover los cambios necesarios a lo interno de la organización y, con ello, retomar las estrategias para construir un mejor país. Ese no ha sido el caso.
La elección de 4,200 delegados el pasado 27 de marzo y la elección en el XI Congreso Nacional Ordinario del Comité Ejecutivo Nacional, el Consejo Directivo Nacional y otras autoridades del partido, fue una vergonzosa vitrina de la excesiva cantidad de recursos despilfarrados por los candidatos, sin tomar en cuenta los comentarios de compra de votos y uso de dineros del Estado en favor de ciertos aspirantes. El análisis de los resultados no es halagüeño y, a simple vista, resaltan el arribismo, las maquinaciones, las componendas, las traiciones y la venta de conciencias, muy a contrapelo con la necesidad urgente de dar un golpe de timón a la dirección y a la conducción del partido.
Algunos dirigentes del PRD, esos que todos sabemos quiénes son, se han enfocado más en promover una cultura de clientelismo y mendicidad entre la membresía, como un mecanismo vicioso y perverso para asegurar su permanencia en el poder y acrecentar su beneficio personal, sin importarles el daño a la democracia, el perjuicio a la sociedad y el debilitamiento de las instituciones. Esos personajes escudan sus ambiciones en la arrogancia, en la ignorancia y en el tribalismo, que algunos llaman clanes, para asociarse con el mejor postor y sacar provecho de las prebendas y los privilegios que ellos mismos se inventan alrededor de sus cargos y funciones.
En ese mundo político donde “todo se vale, nada importa y no pasa nada”, y la impunidad se restriega diariamente sin pudor ni recato alguno en la cara de todos los ciudadanos, sean estos del PRD, otros partidos o independientes, no permite que la gran mayoría de los miembros del partido nos sintamos dignamente representados y tengamos la esperanza de un mejor futuro.
Por todo lo anterior, he procedido a darme de baja como miembro del PRD en los registros del Tribunal Electoral. Seguiré desde otras instancias ciudadanas, aportando mis conocimientos y mis esfuerzos para lograr un mejor país, con la independencia de criterio, la honestidad y otros valores cívicos y sociales que aprendí de mi familia, que me enseñaron en la escuela y que asimilé de la sociedad en que vivimos.