Así lo confirmó el viceminsitro de Finanzas, Fausto Fernández, a La Estrella de Panamá
- 02/07/2022 00:00
Pros y contras de la autoescritura
Es casi imposible que alguien que por una razón u otra ha vivido solo gran parte de su vida en años recientes, no acabe hablando solo. O hablándose a sí mismo, que no es siempre lo mismo, pero se parece. Y se puede o no estar consciente de las variantes del fenómeno, sin que no estarlo entrañe necesariamente locura. Hace apenas unas semanas en lugar de preocuparme lo que hice es lo que ahora hago de modo absolutamente consciente: ponerme a escribir al respecto. Así es que tranquilos, familia: tienen hermano, papá y abuelo para rato; ¡si los hados no disponen otra cosa, claro!
No es tanto el hecho sin duda curioso de que a ratos me invento con quién platicar, sino más bien que me desdoblo para entender mejor mis motivaciones, la naturaleza de las angustias. Así, escucharme responder, al igual que ser escuchado, no dejan de ser un estímulo en más de un sentido: por un lado, la sensación de soledad disminuye; y por otro, me doy buenas razones para apoyar mis más razonables ideas o para visualizar mejor sus inconvenientes. Y así, poco a poco, voy aclarando enigmas, consolidando proyectos o rechazándolos. El pensador que hay en mí debate a diario con el polemista: respetuosamente casi siempre. Podría decirse que es mi “modus operandi” como consecuencia inmediata del encierro de casi dos años a causa de la consabida pandemia que no acaba de irse con su música maldita a otra parte…
Por más que no haya nada malo en experimentar con la combinación de actitudes y técnicas escriturales, resulta innegable la inconveniencia de perpetuar por demasiado tiempo un solo modo de crear: en mi caso, la reciente afición a lo que ha dado en llamarse la autoescritura; es decir, renunciar a crear los tradicionales personajes, situaciones y ambientes ajenos biográficamente a su creador, como sí ocurría en otras épocas en la mayor parte de mi producción cuentística. El hecho es que últimamente estoy estancado en los altibajos de la escritura autobiográfica que parece tenerme agarrado por el cogote.
Quiero pensar que es solo una etapa en mi quehacer de muchos años, y que ha ocurrido al revés: es decir, empecé creando propuestas muy experimentales, osadas, inesperadas incluso para mí, como sin duda lo es mi segundo libro y el más favorablemente comentado por la crítica, “Duplicaciones” (México, 1983); y ahora, 49 años más tarde, es cuando vengo a aterrizar en lo autobiográfico, con lo cual la escritura de este tipo de cuentos difícilmente podría seguirse denominando con el nombre genérico de “ficción”.
Debo admitir, no obstante -y los críticos que han analizado a fondo mi obra cuentística lo pueden atestiguar (pienso en los panameños Fredy Villarreal Vergara, Rodolfo de Gracia y Melquiades Villarreal Castillo, así como en el chileno Fernando Burgos, la española Ángela Romero Pérez, la mexicana Araceli Soní Soto y el italiano Giuseppe Gatti, por ejemplo)-, que desde el principio de mi producción narrativa he cultivado consciente o inconscientemente lo que ha dado en denominarse “metaficción”. Es decir, la escritura dentro de la cual se reflexiona sobre la escritura misma y sus procesos, todo ello dentro de la trama del propio cuento. Lo menciono porque este tipo de creatividad, muy constante en casi toda mi obra (incluso en mi creación poética y ensayística, acaso podría considerarse un paso intermedio hacia la más desinhibida autoficción en que ahora estoy metido, incluso al escoger este tema en el presente artículo de opinión.
Mantengo una actitud crítica ante la autoficción porque sé muy bien que es la menos inventiva de las formas de ser de la literatura, en la medida en que la alimentan hechos y actitudes muy personales, y está poco nutrida por los avatares de la imaginación; no dejo de entender sin embargo que el exilio total de nuestra biografía real como artistas es imposible y acaso no del todo conveniente; al menos no siempre.
Así, a medida que examino el fenómeno de mi propia autoescritura, consciente de sus pros y contras a la luz de lo que se supone debe ser todo artista que se respete -creador de mundos nuevos-, también caigo en la cuenta de que este tipo de textos, al menos en mi propio quehacer literario, empiezan a pavimentar el camino hacia algo que ya iba tomando forma paralela desde antes mediante puntuales investigaciones hemerográficas, rescate de documentos olvidados, reflexiones anecdóticas, apuntes sueltos: me refiero al inicio de una suerte de autobiografía literaria abastecida por la articulación de anécdotas remotas, rescate de viejas entrevistas en periódicos y revistas de México y Panamá, la buena memoria de ciertos colegas, y un decidido esfuerzo por recomponer fragmentos dispersos de la mía.
Esto, independientemente de saber de la altruista intención de varios colegas de construir ellos mismos -unidos-, una suerte de biografía literaria, sin duda más objetiva, de mi trabajo literario desde mis inicios en la escritura a los 17 años de edad. Acaso ambos esfuerzos terminen siendo una y la misma cosa.