• 23/08/2022 00:00

En el centenario de una madre ejemplar

Hoy recuerdo a mi madre, forjadora y moldeadora de mi vida. Sencilla, pero llena de virtudes y dotes que la convirtieron en un adalid de los necesitados. Bella mujer que parecía venida de los moros de España

Una de las canciones de Roberto Carlos, dice: “Tengo a veces deseo de ser nuevamente un chiquillo/ Y en la hora que estoy afligido volverte a oír/ De pedir que me abraces y me lleves de vuelta a casa/ Que me cuentes un cuento bonito y me hagas dormir...”

Versos que conmueven, que oprimen el pecho.

Hoy recuerdo a mi madre, forjadora y moldeadora de mi vida. Sencilla pero llena de virtudes y dotes que la convirtieron en un adalid de los necesitados. Bella mujer que parecía venida de los moros de España.

Vino al mundo envuelta con la esperanza y nuevos aires que inspiraba una nueva nación, el 20 de agosto de 1922 en esta ciudad: Doris Elida Farrugia Ayala. Hija del matrimonio de Luis Farrugia Ovalle y Teresa Ayala. Fue la tercera de los hijos. El primero y único varón, Luis Farrugia, el famoso “Mago” de la hípica, seguido por Cecilia, la mayor de las mujeres que hizo su vida en San Diego, California, la cuarta Telma, psicóloga a pesar de su discapacidad, que vivió en Los Ángeles y la menor, Vilma, que vivió en California y Florida.

Mi madre fue la única que regresó a Panamá. Estudió, como las mujeres de su época, secretariado bilingüe, y toda su vida laboral lo hizo con esa capacidad, logrando su certificación como Intérprete Pública Autorizada. Su último trabajo fue como la primera persona que laboró con Rodrigo Moreno cuando fundó el Centro Médico Paitilla.

Se casó con un codiciado soltero, Guillermo Alberto Cochez Humbert. No por su dinero, porque a la fecha era apenas un cajero del Chase National Bank, después Chase Manhattan, pero un galán bien plantado, de ojos azules propios de la ascendencia francesa del abuelo Teófilo, que tocaba magistralmente el violín, habiendo sido primer violín de la Sinfónica de Ricardo Sosaya.

¿Cómo se conocieron? Fue una combinación de carisma y audacia, atrevimiento y una fe poderosa, de parte de mi padre. La primera vez que la vio fue cuando la joven de 22 años fue a cambiar un cheque y al verla le dijo: “me voy a casar contigo”. Mil colores surcaron por el rostro de aquella sorprendida muchacha. Meses después, en 1944, contrajeron matrimonio; eso sí, luego de interpretarle muchas veces en el violín “Estrellita”, del famoso compositor mexicano Manuel Ponce. Tuvieron 4 hijos, éste servidor nacido en 1945, Luis Ricardo, 1947, Raúl Federico, 1951 y la princesa que faltaba, Doris María, 1962, que la acompañó hasta el último de sus días.

Doris no botaba nada. Las revistas viejas las enviaba a las escuelas de El Valle de Antón para ayudar a los niños para que tuviesen donde recortar figuritas en las tareas de la escuela. Durante más de 30 años ayudó al Padre José Noto con más de 6 mil juguetes cada Navidad para que repartiese en El Valle. Todo el año escribía a personas y empresas para que ayudasen en ese proyecto. No había actividad social del Club de Leones de Panamá donde ella no participara, particularmente como ayudante en el Hospital del Niño, obra creada por ese club. Siempre estuvo pendiente de los demás.

Era una afanosa servidora social. Tan ordenada y ahorrativa que hasta nos mofábamos de ella cuando, para que las servilletas durarán más, las partía en dos. Amante de las plantas, convirtió su residencia en un jardín donde las vendía. Heredé esa afición. Le encantaba cocinar y terminó vendiendo empanaditas especiales en uno de los supermercados locales. Cuando fui alcalde en 1989, me ayudó, gratuitamente, en los concursos de plantas y flores que hizo la Alcaldía para embellecer la ciudad. Lo único que pedía era que la buscaran y la llevaran de vuelta, porque en los últimos años de su vida no manejaba. No paraba; siempre estaba activa.

Por eso nos extrañó muchísimo que siendo tan dinámica terminase sus días sin reconocernos, aquejada por el terrible alzhéimer. Desde que su compañero de vida, mi padre Willie falleció, 14 años antes, se fue apagando poco a poco.

Al cumplirse el pasado 20 de agosto los 100 años de su llegada, a todos mis hermanos y a mí nos parece que fue ayer, al igual que mi padre que en este mismo mes hubiese llegado a 108 años. Tremenda bendición divina el poder tener los padres que tuvimos los hermanos Cochez-Farrugia y que tanto nos enseñaron en valores y principios, pero sobre todo en civismo. Dios los Bendiga.

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