• 26/10/2022 18:41

Es la política, tonto (a)

Sin duda, el presidente y su partido político harán todo lo posible por evitar la verdad y propondrán soluciones aparentemente atractivas

Copio textualmente el título de la presentación de Marcos Fernández el pasado lunes en la Asamblea de la Cámara de Comercio, Industrias y Agricultura de Panamá, para escribir sobre el estado de pesimismo generalizado que existe en Panamá y que sin duda está contagiando a más gente que el propio COVID. No recuerdo cuándo fue la última vez que escuché a alguien genuinamente optimista sobre el futuro de Panamá, aunque debo descartar a los banqueros de inversión y a los funcionarios del gobierno, ya que su línea de trabajo requiere ofrecer evaluaciones optimistas de todo, desde nuestra economía endeudada hasta nuestros legítimos esfuerzos por salir de las listas fiscales.

Hasta hace pocos, los profetas del pesimismo solían ser una raza rara. En su mayoría se encontraban entre los ancianos, cuyas vidas tenían una cantidad excesiva de tragedias y decepciones, por lo que uno no tomaba su perspectiva sombría como aplicable al resto de nosotros. A su vez, los optimistas empedernidos e idealistas del futuro estaban por doquier. Pero es desconsolador ver ahora la mayoría de las personas y de todas las edades y procedencias, contar lo jodido que está todo y, en una nota más personal, compartir lo difícil que están pasando, no solo para llegar a fin de mes, sino para comprender por qué el país que soñaban se ha vuelto invivible.

Basta con abrir un periódico o encender un noticiero para conocer sobre la podredumbre en el IFARHU con lo del auxilio económico a diputados y allegados del gobierno. Ya es casi una costumbre de que todos los días y en casi todas las instituciones se destapa un tema de corrupción. Y como contraposición, existen maestros, sindicalistas, desempleados, jubilados, indigentes, médicos, enfermeras, entre otros, que cierran calles y perturban la convivencia, aplicando la filosofía de “qué hay para mí” como fórmula para salvarse de sus problemas.

Debe ser difícil para cualquier anfitrión hoy en día evitar que sus invitados a la cena se reciten unos a otros en el transcurso de una velada los interminables ejemplos de mentiras y estupideces que han encontrado en la prensa y en la televisión. A medida que se ponen más y más nerviosos, intentan superarse unos a otros, perdiendo todo interés en la comida de sus platos. Sé que cuando me reúno con amigos, hacemos un esfuerzo consciente para cambiar de tema y hablar sobre los nietos, recordar el pasado y el golf, aunque no podemos hacerlo por mucho tiempo. Terminamos descorazonándonos y desmoralizándonos unos a otros y diciéndonos buenas noches, avergonzados y molestos con nosotros mismo.

En una atmósfera así de creciente ansiedad e histeria, en la que las verdaderas causas y la escala de nuestra situación son deliberadamente ocultadas por nuestros poderes fácticos, no es de extrañar que haya confusión e ira en todas partes. Como sabe cualquiera que conozca la interna del país y hable con la gente de adentro, los panameños no solo están mal informados, sino que son completamente ignorantes sobre la mayoría de las cosas que afectan sus vidas. Qué bueno sería que nuestro presidente, por ejemplo, se sincerara con nosotros y nos dijera que nuestro gasto público elevadísimo se debe en gran parte al tipo de gobierno que lleva y a la falta de controles internos que no vemos desde que Chinchorro dejó la Contraloría hace casi treinta años.

El problema es que, según el cálculo del presidente, decirle la verdad al pueblo panameño arruinaría las posibilidades de que su partido sea reelegido en las próximas elecciones, ya que tendría que dejar de regalar dinero sin ningún motivo. Una vasta masa de votantes, que según estimaciones del mismo Marcos Fernández, la gran mayoría no paga impuestos, compra alimentos subsidiados y todos juntos representa menos del 1,5% del PIB.

Sin duda, el presidente y su partido político harán todo lo posible por evitar la verdad y propondrán soluciones aparentemente atractivas, como la de patear el tema de la CSS y cualquier solución que involucre aumentos en la edad de jubilación. Esperan que esta politiquería atraiga a la mayoría de los “votantes medianos” que no se molestan en conocer los detalles, pero sí se conforman con el estatus quo de “pedir y pedir” como si los dineros públicos fueran ilimitados.

Para aquellos que insisten en que hay algo malo en una economía que no aborda la desigualdad de ingresos cada vez mayor, las miserias de los enfermos, el aumento en el número de desempleados, el sufrimiento de los indigentes, el abuso de los niños y los ancianos en albergues, y la injusticia de los auxilios educativos del IFARHU, les recuerdo que si no se cambia el sistema político, independientemente de las cifras y calificaciones de la economía, las cosas cada vez serán aún peores.

No se necesita un gran esfuerzo mental para darse cuenta de que no hay fuerzas políticas efectivas ni en Palacio de las Garzas ni en la Asamblea Nacional que puedan hacer algo serio para corregir el rumbo que llevamos. La razón por la que los pesimistas se multiplican es que los políticos deshonran el intelecto de la población y traicionan la memoria histórica del país al negarse a admitir que la corrupción es la fuente de nuestros males.

Dicen que el mono se rasca las pulgas con la llave que abre su jaula. Eso puede parecerle a uno muy divertido o muy triste. Desafortunadamente, ahí es donde estamos ahora. Son los políticos, y punto.

El autor es empresario

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