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- 12/12/2022 00:00
Ciencias al servicio de la manipulación social
En la actual etapa histórica de la modernidad, las ciencias han tenido un papel puesto cada vez más al servicio del interés del lucro privado que del bien común. Ejemplo de esto es la expansión de las aplicaciones de las Neurociencias en beneficio del control de las emociones de los consumidores por parte de las grandes firmas del comercio mundial, cuyos protocolos luego son seguidos como catecismos de las ventas por vendedores locales en cada país. Aquí, se suscitan disciplinas técnicas, como el llamado “Neuromarketing”, que combina la Neurociencia con el “marketing”.
Las grandes corporaciones hacen uso de estudios como los encefalogramas y las resonancias magnéticas funcionales, todas con propósitos del “Neuromarketing”, para conocer los mecanismos más efectivos de manipulación de los consumidores. A través de tales estudios, miden la intensidad de las emociones básicas, como el miedo y el placer, pero también, emociones finas como la motivación y la carga cognitiva, todas ellas, de gran valor para inducir comportamientos consumistas.
Cada fin de año, aparecen las mismas fallidas advertencias por parte de las autoridades cristianas hacia la población, para que no se deje arrastrar por un consumismo que reduce el espíritu navideño al más deplorable consumo compulsivo. La poca capacidad de ahorro entre las clases trabajadoras, incluso, está erosionada con este consumismo, que, como vemos, ha venido siendo inducido sistemáticamente por quienes se apropian del esfuerzo laboral. A la postre, terminamos observando a una población que lleva a efecto prácticas de denominación cristiana, aunque vacías del sentido cristiano o lo que es lo mismo, a un pueblo autodenominado cristiano, con comportamientos y sentido anticristiano.
El uso de las Neurociencias, no se restringe a la manipulación de consumidores de mercancías, también se aplica a grupos sobre los cuales se pueden influir sus decisiones políticas. El fomento de adeptos de ideologías conservadoras -racistas, patriarcales, xenófobas y otras- son resultado de estas aplicaciones, gracias al manejo de las emociones. Recientes estudios sobre Neurociencias sociales, confirman que los tuits con lenguaje emocional se comparten en promedio un 20 % más que los de lenguaje racional (Ban Vabel, Jay, “The power of us”, New York University).
De estos mismos estudios de la Universidad de New York, se conoce que las noticias falsas tienen más probabilidad de difusión que las ciertas, porque estas apelan más a las emociones. En promedio, estos mensajes falsos se difunden unas seis veces más rápido que los verdaderos.
Los difusores de mensajes falsos, emplean un acervo de términos y conceptos que representan dispositivos de carga emocional. Los estudios de la citada Universidad norteamericana, han identificado unos tres mil términos -una especie de vocabulario- que activan determinadas respuestas convenientes para manipular a las poblaciones, en detrimento del ejercicio de sus propios derechos humanos.
Esto se ha confirmado, en campañas atizadas contra determinados grupos y sus figuras representativas cuando impulsan con firmeza la vigencia de relaciones en la sociedad y en determinadas instituciones, con un carácter de bien común. En efecto, desde que el papa Francisco inició su sistemática puesta en orden de la Iglesia católica mundial, las intrigas, las vinculaciones con propósitos falseados han ido creciendo en su contra. Aquí, se ha hecho uso de buena parte de ese vocabulario de términos y frases a los que aluden los citados estudios.
Las emociones de miedo, de posibles pérdidas de la seguridad personal, se ponen en juego para manipular a las poblaciones hacia decisiones que conspiran contra aquello o contra quienes plantean opciones de cambios sociales favorables al ejercicio auténtico de derechos humanos. El aporte de las Neurociencias sociales termina siendo extremadamente útil aquí. Estas manipulaciones, por lo general, van precedidas o acompañadas de eventos que ofrecen cierta base empírica a la emoción estimulada. Son frecuentes, cada vez que los grupos de poder logran fijar como una amenaza la actuación de los líderes o grupos que impulsan una reducción de desigualdades económicas y sociales a través de políticas públicas. Precisamente, gracias a su condición de controladores de los mercados, aumentan los precios y se crea el imaginario de que el culpable es quien precisamente busca reducir la inequidad social; se activan los disparadores emocionales que inhiben a la población de poder razonar críticamente la verdad de los eventos y estos terminan por ponerse del lado de los intereses de sus verdugos sociales y políticos.