- 13/03/2023 00:00
Entre caprichos y realidades
Él soñaba con aquella playa de arena blanca, parasoles coloridos, turistas bronceándose, disfrutando de frías cervezas, mojitos, margaritas... copia tropicalísima de la Riviera francesa, Copacabana en Brasil, Portofino en Italia, etc. Pero no pudo ser. El sueño de $120 millones se esfumó por el rechazo que concitó. Entonces soñó un mercado de mariscos de $25.8 millones en zona de valor histórico e inmobiliario. Tampoco cuajó este sueño, pero ¡ah!, un centro cultural de $3.8 millones en la Cinta Costera. Y en esas anda. Tres caprichosos y multimillonarios proyectos que han recibido fundamentados rechazos.
Interesada en el proceso de recoger firmas para candidaturas independientes, acompañé a tres voluntarios de precandidata independiente (“independiente” de verdad), pero mi plan cambió y me aparté de mi propósito inicial. Tengo claro que el Panamá de mi niñez y juventud quedó atrás; que las ciudades, como las personas, cambian, crecen, envejecen. Por razones válidas (caos urbano, creciente delincuencia) frecuentamos negocios cercanos (supermercado, clínica, lavandería, etc.,). Por primera vez en muchos años, caminé Calidonia; no era, ni podía ser, aquella donde mi mamá compraba materiales para sus bordados; ni donde yo rehuía ver cómo a las gallinas les torcían el pescuezo delante del cliente. Esa Calidonia no existe, se la tragó el abandono. El año escolar estaba por empezar; Calidonia era un hervidero comercial en almacenes de aspecto descuidado; la buhonería, comprensible por la crisis económica, añade al desaliño. Cerca de una masa de basura, una originaria (no llamar indígena) con la mano extendida para el “dame algo” tenía consigo a cuatro niños pequeños. Triste cuadro de miseria.
De Calidonia pasamos a la peatonal, donde sentí vergüenza e indignación. Impresiona el desgreño y anarquía de comerciantes y buhoneros; la suciedad se apoderó de todo; maceteros de cemento usados como basureros; un buhonero mantiene un equipo con música estruendosa. Tomé fotografías del estado de deterioro de lo que alguna vez fue un hermoso edificio del que solo queda la peligrosa fachada en la que de su destruido “coronamiento” (no sé si es el nombre correcto) cuelgan tupidas enredaderas. Un hombre en claro estado de desajuste mental, con bolsas y trapos que tiró al piso, se acostó y se ponía ropa encima de la que tenía puesta; antes había tirado al “macetero” tomates y trozos de comida en mal estado; llamé al 104 de la policía, expliqué la situación. ¡Y la joven me preguntó qué color “de tez” tenía el hombre! Contesté que estaba tan sucio que no podía saber su color “de tez”. ¡Increíble!
Decidí caminar en dirección al parque de Santa Ana, pero vi a una mujer sentada en el piso y de aspecto tan deteriorado que me acerqué y le pregunté, sin darle vueltas a la pregunta: “¿Usted está enferma?”. La mujer era piel y huesos, amarillento el “blanco” de los ojos y en el pecho un trapo con manchas oscuras. “Sí”, contestó con voz cansada. “Estoy enferma, me van a hacer un trasplante”. “¿Donde?”, pregunté. “No sé, en un hospital”. “¿Cuántos años tiene?”. “35”, contestó. “¿Dónde vive?”. “Por allá”, dijo, señalando hacia atrás. Sus ojos apagados me miraban y yo no sabía qué decirle; muda, solo la miraba y me sentía impotente, llena de su dolor y a la vez tan indignada que mi garganta era un nudo. Esa mujer, vencida por su enfermedad (sospecho que varias) es paria en nuestra sociedad. A su lado una caja con tomates, ajíes y pepinos esperaban venta. El sentimiento de culpa me acosaba. Mea culpa, y nuestra culpa por la clase de políticos que escogemos. Casi cayendo la noche di por terminada mi desviada “investigación”; los jóvenes que conocí ese día se irían a otra zona a buscar firmas, por convicción, no por dinero ni por un “¿qué hay pa' mí?”. En la calle que desemboca en la peatonal, cloacas sin tapas con basura hasta el tope; aceras rotas, decadencia; excremento humano en la acera y en mitad de la calle una enorme rata muerta. Un hombre descalzo y cojo, sin camisa, en pantalón corto con visible erección era motivo de burla, chistoso para varios hombres parados en una esquina.
Es función del alcalde atender con responsabilidad social a su comunidad municipal, pero lo que vi esa tarde indica que para el alcalde Fábrega no existe esa parte de la ciudad, ni otras que ha ignorado durante su mandato. ¿Cómo entender que esa mujer, obviamente enferma, venda alimentos; que el perturbado hombre no reciba atención (la policía llegó y nada hizo ¡porque tenían otro caso que atender!); que no haya autoridad que regule el desorden en la buhonería ni llame al orden a propietarios de edificios y comercios abandonados, mugrosos, despintados. ¿Que no se atienda deterioro tan obvio, afrenta visual y social, mientras hay empeño en caprichosos proyectos? No es solo la Cinta Costera con lujosos edificios frente a nuestra bella bahía donde debe acomodar sus intereses el alcalde. ¿Y qué responsabilidades desatendidas les caben a los ministerios; a representantes de corregimientos, al Idaan, a la Autoridad de (Des) Aseo, etc.? Cada institución mirándose el ombligo, parcelados, descoordinados.
Aún siento sobre mí la mirada de la mujer enferma y resignada a aceptar nuestra indiferencia y la del sistema que la ignora. Así pasamos, usted, yo, muchos, por nuestra abandonada ciudad sobre la que se extiende la gangrena de la indiferencia oficial y también el desamor ciudadano. Y nos cabe responsabilidad, ¡claro que sí! La mano que escoge la papeleta del candidato determina la calidad de nuestro futuro.