• 18/04/2023 00:00

Preocupaciones económicas

“Mientras Panamá no reforme su modelo económico y no lo oriente hacia el de un país independiente y mínimamente soberano, [...], [...], no saldremos jamás de esta eterna angustia, [...]”

Hace unos días, entré a un supermercado a comprar víveres. Recordé, con nostalgia, cuando, por los años 70, mi madre me mandaba a comprar, por ejemplo, un molde de pan, que costaba 20 centavos y que ahora cuesta 2.80 (el más barato). Catorce veces más. Lo mismo con una lata de leche evaporada. La misma marca popular costaba 11 centavos y ahora cuesta 1.28 (en el supermercado más barato), o sea, once veces más.

Desde la década de los años 70, hemos visto la depreciación de la moneda ajena que usamos: el dólar de EUA. Según el portal Dinero en el Tiempo (https://www.dineroeneltiempo.com/), un dólar de 1975 vale hoy 0.12 centavos de los de ese entonces. O sea, al día de hoy, el billete verde se ha depreciado ocho veces y piquillo respecto a lo que valía el dólar en ese entonces. Y mientas sigamos atados a la divisa norteamericana, seguiremos compartiendo los vaivenes y zarandeos de su economía y de su declive.

Lo que vivimos hoy es la consecuencia obvia de haber involucionado hacia un modelo antinacional de país, que depende como un drogadicto de la deuda externa y que se sustenta en una mezcolanza de actividades lícitas e ilícitas, como el comercio, servicios, banca, transporte, etc., pero también de lavado de dinero, corrupción rampante y saqueo del erario, tráfico de personas, de armas y de drogas, elevadísimos e impagables préstamos, etc.

Panamá perdió buena parte de su soberanía efectiva, desmantelando su industria ligera, demoliendo su refinería, abandonando la producción primaria: agricultura, pesca, silvicultura, etc. y firmando tratados comerciales leoninos y vendepatria, entregando los recursos naturales de todos los panameños a un puñado de empresas foráneas que esquilman nuestros recursos, a cambio de repartir coimas.

Nuestra microeconomía vive en un permanente estado de “gelatina temblorosa”. Cualquier disturbio o conflicto internacional es tomado como pretexto para subir el precio de todos los insumos (llámense gasolina, fertilizantes, varillas de acero o lo que sea) y productos de consumo directo que, en su casi totalidad, importamos.

Al consumidor final le suben incesantemente los precios por dos factores principales: el alza real en el precio de lo que nos venden desde fuera. Ese es el precio de ser un país que no produce ni fósforos. El otro factor es ese oportunismo soez de los codiciosos importadores e intermediarios locales, que se aprovechan y aumentan sus márgenes de ganancia en forma abusiva e impúdica, cada vez que tienen oportunidad.

En Panamá, los grandes importadores (cárteles oligopólicos, casi todos) han reinventado la física, pues a contrapelo de la Ley de Gravedad (todo lo que sube, tiene que bajar), acá los precios suben, pero jamás bajan. Jamás. Y no hay quien le ponga el cascabel a ese gato, pues tenemos un estado relleno de supuestas instituciones de control, pero que, en realidad son meras entidades inútiles, decorativas y/o cómplices de toda esta bellaquería (Acodeco, ASEP, un chorro de “secretarías”, etc.) y que solo sirven de botín político.

Otro tanto sucede con los salarios. El poder adquisitivo de los salarios es cada vez más reducido. Cada alza de salarios es tomada como pretexto para subir precios mucho más allá de los mismos ajustes periódicos al salario. El resultado neto de esta obscenidad perversa es que las alzas periódicas de salario (y que solo aplican para algunos sectores laborales sindicalizados, no para la gran mayoría de la población) terminan haciendo que más dinero represente mucho menos poder de compra. O sea, cada alza de salarios para algunos, nos deja más pobres a todos, inclusive a los que pasan a recibir un poquito más en el cheque. Absurda paradoja.

Y hablar de indexación general de sueldos en correspondencia a la evolución de la inflación, es mentarles la madre a los poderes fácticos de este país. Enseguida sacan a relucir una verdadera letanía de mentiras y de pregones catastrofistas: pérdida nacional de competitividad, pérdida de fuentes de empleo, huida de la inversión extranjera directa, pérdida de valor de nuestros bonos de deuda, degradación de nuestra calificación por agencias de “rating” financieros, aumento del riesgo-país, caída en listas negras, conspiraciones izquierdistas, etc. Solo les falta incluir una invasión por los marcianos.

Lo que no mencionan es que, en medio de la tragedia global más grave que nos ha tocado vivir (la pandemia del COVID-19), los ricos del mundo (y los de Panamá, incluidos), se enriquecieron más que nunca. Basta leer un artículo del portal France24 (una agencia noticiosa que de izquierdista no tiene absolutamente nada de nada) admitiendo esta inmoralidad descarnada (https://www.france24.com/es/20201008-enriquecimiento-millonarios-pandemia).

Ahora mismo, algunos países de la región latinoamericana (incluyendo las economías más grandes, como México, Brasil, Argentina, Chile y Colombia, junto a varios de economías más chicas, como Honduras, Cuba, Bolivia) se aprestan a definir y a establecer un mecanismo común para enfrentar los factores internos y externos de la inflación y, sobre todo, para conjurar la subida de los costos de la energía, los alimentos y los medicamentos (https://www.telesurtv.net/news/mexico-confirma-reunion-cumbre-regional-inflacion-20230317-0013.html). Curiosamente, Panamá (junto a otros países displicentes y “cieguidores” de la economía neoliberal más bastarda y salvaje) no forma parte de esta iniciativa. No se han tomado la molestia ni de invitarnos. Saben que solo basta con que desde el norte nos miren feo, para que nos orinemos en los pantalones.

Mientras Panamá no reforme su modelo económico y no lo oriente hacia el de un país independiente y mínimamente soberano, cuya máxima prioridad sea realmente lograr el bienestar de todos (y no de las élites cleptocráticas de potentados y politiqueros), los ciudadanos, los consumidores, los trabajadores, no saldremos jamás de esta eterna angustia, de este marasmo. Permutaciones de las mismas recetas de los “Chicago Boys” o de los plutócratas de Davos son todas regurgitaciones de ese mismo vómito que nos ensucia, nos asquea, nos hambrea y asfixia, cada vez más.

Profesor de la Universidad de Panamá.
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