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- 11/06/2023 00:00
La verdad siempre sale a relucir
Para aquellos fabricantes de alimentos procesados que se dan golpe de pecho diciendo que no producen comida chatarra y de paso niegan su vinculación con las enfermedades crónicas, más les vale que recuerden la historia de las empresas tabacaleras, que, por años, negaron la naturaleza perjudicial de sus productos. Y que, gracias a la publicación de miles y miles de documentos internos a través de litigios y denuncias, hoy sabemos del engaño corporativo más asombroso de todos los tiempos.
Públicamente, la industria de cigarrillos negó y continúa negando que fumar causa cáncer de pulmón, a pesar de que, desde 1950, conocía eso. Durante esos años se publicó una investigación que mostraba un vínculo estadístico entre fumar y el cáncer de pulmón. Al mismo tiempo, una investigación de la misma industria encontró carcinógenos en el humo y comenzó a confirmar la relación entre fumar y el cáncer. Esto planteó un serio dilema para la industria: admitir los problemas de salud e intentar encontrar soluciones comercializables, o básicamente negarlo todo.
Frente a la creciente evidencia condenatoria contra su producto, la industria respondió con un guion copiado precisamente de la industria azucarera que consistía en crear dudas y controversias en torno a los riesgos para la salud, mientras que al mismo tiempo responder a la creciente preocupación pública y prometer investigaciones sobre los efectos del tabaquismo en la salud. Apaciguaron al público fumador con una falsa sensación de seguridad porque, si bien esto tenía el sello distintivo de las empresas responsables que supuestamente actuaban en interés del público, en realidad era una estrategia de relaciones públicas para ganar tiempo, a expensas de la salud pública. Muchos de los documentos internos revelaron que la industria trató de parecer responsable en público, pero en privado intentó convencer al público de que fumar no era dañino.
A principios de los años 60, los abogados de la industria reconocieron el problema de salud y propusieron el paso radical de una advertencia voluntaria en los paquetes para ser utilizada como dispositivo de seguridad en caso de litigio. Luego en los 70, internamente la industria comenzó a reevaluar su actitud inflexible sobre la causalidad, ya que creían que estaba dañando su credibilidad. La rígida actitud de los abogados sobre la causalidad consternó a muchos científicos de la industria, pero la industria sostenía que la teoría de la causalidad no estaba probada. Públicamente, la estrategia de las empresas era argumentar que no estaban calificadas para comentar sobre las consecuencias del tabaquismo para la salud, pero cuando lo hacían creaban confusión y mantenían abierta la controversia. Esto se hizo, por un lado, negando la evidencia existente, mientras que, por el otro, exigiendo una prueba absoluta de causalidad y pidiendo más investigación.
Esta estrategia de confundir, la cual ha sido financiada de forma encubierta por la industria tabacalera, está diseñada para diluir la evidencia que vincula el tabaquismo y la enfermedad. Por ejemplo, las declaraciones de la industria están cargadas de comentarios engañosos, como “sin evidencia clínica”, “sin evidencia sustancial”, “sin prueba de laboratorio”, “sin resolver” y “todavía abierto”. Según ellos, nada ha sido “estadísticamente probado”, “científicamente probado” o “científicamente establecido”. Simplemente, para las tabacaleras no hay “causalidad científica”, “prueba concluyente” o “prueba científica”.
En 1998, en medio de los litigios contra las tabacaleras, en una audiencia en el Senado estadounidense, sucedió que los representantes de estas compañías no dieron un “sí” directo a la pregunta “¿fumar causa cáncer de pulmón, sí o no?”, sino que divagaron sus respuestas y al final mintieron. Porque entonces ya se conocía que en 1995, solo en el Reino Unido, aproximadamente 121 mil personas habían fallecido prematuramente como resultado del tabaquismo (“Office of National Statistics, 1998, General Register Office for Scotland, 1998. Northern Ireland Statistics and Research Agency, 1998”). También se conocía que uno de cada dos fumadores a largo plazo moría prematuramente como resultado de este mortal vicio (“R. Peto, A. López, J. Boreham et al. Mortality from Smoking in Developed Countries 1950-2000, Oxford, ICRF and WHO. OUP, 1994. Updated 1997”). Y que el humo del cigarrillo contiene más de 4 mil sustancias químicas, muchas de las cuales se sabía que son tóxicas, cancerígenas o mutagénicas.
Es increíble que, a pesar de décadas de evidencia de lo contrario, y millones de muertes causadas por el tabaco, la industria tabacalera aún mantiene en gran medida que el caso contra el cigarrillo no está probado. Nadie mejor que uno de sus propios científicos, S. J. Green de la British American Tobacco, cuando en 1980 expresó: “Una demanda de prueba científica es siempre una fórmula para la inacción y la demora y generalmente la primera reacción de los culpables... de hecho la prueba científica nunca ha sido, no es y no debe ser la base para la acción política y legal”. Indiscutiblemente, por empresas como estas, es que el mundo está como está.