Esta ratificación reforma los artículos 75, 80, 133, 152 y 154 de la Carta Magna salvadoreña, que también anula la segunda vuelta electoral y alarga el...
- 01/08/2025 00:00
Acuerdo comercial UE-EE. UU. Victoria americana y derrota francesa

El acuerdo alcanzado esta semana entre Estados Unidos (EE. UU.) y la Unión Europea (UE) es más que un tratado económico: es la confirmación de que la “hipérbole negociadora” del presidente Trump ha dado frutos, pese a las críticas y ataques que ha recibido desde ambos lados del Atlántico. Frente a la retórica grandilocuente de la Comisión Europea (CE) y, en particular, de una Francia cada vez más arrinconada, la realidad se ha impuesto: la UE ha tenido que ceder ante la diplomacia pragmática estadounidense, renunciando a buena parte de su proteccionismo y a las innumerables barreras no arancelarias que, durante años, han frenado el comercio de bienes y servicios y de las que Panamá conoce bien el daño y la discriminación injusta e ilegal que causan, en forma de ”listas” o “ecología” por mencionar algunas.
Con este acuerdo, el resultado es claro: gana el comercio bilateral entre ambos espacios comerciales, gana el comercio mundial, pierde el proteccionismo y, sobre todo, pierde Francia. No es casualidad que el mayor “pataleo” ante el acuerdo venga de París. Las declaraciones del primer ministro francés, François Bayrou, calificando el acuerdo de “día sombrío para Europa” y acusando a la UE de haberse “sometido” a EE. UU., no hacen sino evidenciar lo desconectado que está el Gobierno francés -y su presidente, Emmanuel Macron-, de una política exterior sensata y constructiva.
Esta reacción es lógica cuando vemos que Francia atraviesa una crisis profunda. Un gobierno débil, sin respaldo legislativo, a merced de los extremos políticos, y una economía lastrada por el despilfarro presupuestario y el terrorismo fiscal desplegado por las últimas administraciones, pero muy especialmente por la de Macron. Lejos de mostrar humildad y aceptar los errores, Francia responde con soberbia y confrontación, como si aún fuera “la voz de Europa”, cuando en realidad su peso disminuye cada día. La reacción francesa al acuerdo es solo el último episodio de la actual hostilidad hacia su mayor aliado histórico, el mismo que, irónicamente, la salvó del nazismo y la ayudó a reconstruirse tras la Segunda Guerra Mundial. Ignorar las lecciones de la historia y rescribirla es propio del “wokismo europeo” y, por supuesto, francés.
Pero la deriva francesa no se limita al ámbito comercial. Tristemente, Francia se ha convertido en uno de los países más abiertamente hostiles hacia Israel, negándole su derecho a defenderse del terrorismo de Hamás, apoyado por Hezbolá, los hutíes, Irán y China entre otros. En vez de cooperar con Israel para erradicar la presencia de Hamás en Gaza, París legitima a este grupo terrorista y a la cómplice Autoridad Nacional Palestina -que no ha hecho nada para erradicar el terrorismo palestino-, anunciando el reconocimiento del Estado de Palestina. Esta decisión, lejos de contribuir a la paz, premia a los enemigos de Israel y legitima una guerra terrorista histórica contra el pueblo judío. Es, sin duda, un episodio vergonzoso que la historia juzgará con severidad.
La Francia de hoy, quebrada política, social y económicamente, es el mejor ejemplo del fracaso de las políticas mal llamadas progresistas, tras las que se esconde el socialcomunismo europeo. Estas políticas solo han servido para destruir riqueza, ahorro, tejido industrial, competitividad, y lo más grave: la libre empresa y la propiedad privada. Francia, y otros Estados europeos, en manos de populistas, avanzan hacia el abismo, arrastrando consigo el mito del “estado del bienestar”, que no es más que un “estado depredador” que asfixia la iniciativa privada con burocracia e impuestos, premiando la dependencia.
Ojalá Panamá se mire en ese espejo y elija el camino contrario: un Estado amigo del sector privado, desburocratizado, desregulado, con baja presión fiscal, promotor de la libre empresa y la propiedad privada, pequeño y poco intervencionista, que facilite la actividad empresarial y el emprendimiento. Un Estado que entienda que las mejores políticas sociales son la generación de empleo privado, la educación y la salud de calidad, preferiblemente en alianza con el sector privado, y no las ruinosas políticas de subsidios que solo compran votos y perpetúan el populismo. El inicio de su proceso de adhesión a la OCDE, si se lanza, efectivamente y de forma correcta, algún día, sería la mejor oportunidad para defender y promover ese modelo económico y social -el correcto- y no dejarse “imponer” modelos económicos de corte socialista.
Francia, y los Estados europeos que siguen su ejemplo, representan la peor cara de una UE perdida y confusa, controlada por un progresismo mal entendido que, en lo comercial –y pronto también en defensa y seguridad-, tendrá que aceptar su dependencia de EE. UU.. Bajo el liderazgo del presidente Trump, EE. UU. está plantando cara a las fuerzas internacionales dirigidas por China y Rusia, cuyo objetivo es desmantelar el orden mundial y los valores democráticos liberales que han traído tanto desarrollo al mundo libre, del que, afortunadamente, Panamá forma parte.
En definitiva, el acuerdo UE-EE.UU. es una victoria del pragmatismo sobre la arrogancia, del sentido común sobre la ideología, y una advertencia para quienes aún creen que el proteccionismo y el populismo son el camino al verdadero progreso. Francia, con su hostilidad y su crisis interna, es el mejor ejemplo de lo contrario. Qué bueno sería que Panamá tome nota.