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- 07/05/2020 00:00
Anécdotas del Foro
Como en toda profesión, siempre nos vamos a encontrar con episodios jocosos que causan hilaridad a todo aquel que las recuerda y le ha tocado vivirlas e igualmente a aquellos que de forma indirecta conocen de estas situaciones. Nuestra profesión, por sus propias características, está plagada de anécdotas que se ventilan normalmente al fragor de las batallas judiciales, en las cuales son protagonistas tanto los abogados, jueces, fiscales como los propios clientes.
El colombiano Hernando Londoño Jiménez, en su obra “Confesiones de un penalista”, narra un pasaje de cuando, en una visita a la Cárcel la Picota (Bogotá), vio a un detenido sumamente molesto porque acababan de sentenciarlo por la comisión de un delito de falsificación; y el mismo señalaba “Mire, doctor Londoño, no entiendo cómo es que el juez me condenó con estos testigos, Chiovenda, Bacigalupo y el otro, Devis Echandía, si a ellos nunca los vi y ni los conozco, esos h… han faltado a la verdad”, en ese punto el autor, en medio de un ataque de risa, se dio cuenta de la importancia de la motivación de las sentencias y del abuso de algunos jueces de citar las obras de penalistas de renombre en sus resoluciones.
En otro escenario, el famoso penalista y autor italiano Francesco Carrara, en una defensa realizada en un caso de homicidio, empezó a sostener una posición distinta, en cuanto a la legitima defensa, de la que había planteado en una de sus obras; en ese punto el fiscal, tratando de desacreditarlo frente al jurado, empieza a inquirirlo y a resaltar las incongruencias del defensor en sus antípodas posiciones, este, en sus réplicas le señala al fiscal que “Allá en el libro es el autor Carrara, pero en esta audiencia es el defensor Carrara”, salida rápida e inteligente a semejante situación incómoda.
A nivel local, recuerdo la anécdota de un colega, quien, viendo a su cliente perdido en un proceso de ejecución, por una deuda, asumió un gusto inusitado por los pagarés y optó, para ayudar en su causa, por comerse el documento negociable que sustentaba la obligación; de más está decir que por la comisura de los labios le corrían los delatores hilillos de tinta que comprometían su responsabilidad.
En causas penales es sumamente comentado un caso en donde el desaparecido maestro Carlos Iván Zúñiga (Q.E.P.D.) defendió a un personaje por un caso de homicidio, el cual era conocido por tener un sombrero pintado muy particular, sombrero este que todo el pueblo conocía; en el hecho de sangre justamente se encontró dicho sombrero a los pies de la víctima, por lo que fácilmente se reconoció a su victimario, constituyendo esta la única prueba directa de la vinculación. Durante el juicio la mención al peculiar sombrero salió a relucir en la audiencia, y este, por el transcurso del tiempo, se había encogido, punto este que fue aprovechado por el hábil penalista para, en mitad de su alegato de defensa, señalar que ese no era el sombrero de su representado y solicitar al mismo, frente al jurado, que se lo pusiera; por supuesto que el sombrero no entró en su cabeza, por lo que el referido fue absuelto del proceso ante la falta de evidencias; sin embargo, al final del juicio, y cerca del magistrado que presidió la audiencia, el procesado se acerca al defensor y a viva voz pregunta si el sombrero se lo iban a devolver, porque nada más tenía ese… háyase visto semejante desvergüenza.