• 10/05/2025 00:00

Apostando por la ignorancia

La ignorancia ha corroído el proceso de pensamiento ciudadano. Al ir perdiendo la habilidad de instruirse, las capacidades intelectuales de la población merman hasta desaparecer

El título no es un error. En el país donde se renunció a la educación, se apuesta por la ignorancia. Ha sido un proceso bien estructurado. En poco más de dos generaciones, los gobiernos unificados en una meta común, a pesar de vestir colores diferentes, lograron establecerse y echar raíz según sus planes.

Ahora, la ignorancia ha corroído el proceso de pensamiento ciudadano. Al ir perdiendo la habilidad de instruirse, las capacidades intelectuales de la población merman hasta desaparecer. Tras décadas de caída libre en materia educativa, hoy la habilidad ciudadana de percibir, almacenar, procesar y recuperar información es nula. Los mismos procesos que permiten al ser humano construir el conocimiento, comprender la realidad y, en consecuencia, tomar decisiones, han desaparecido.

Un pueblo incapaz de pensar es el blanco perfecto para que los antivalores reinen. Y así nos va.

La carencia de habilidades cognitivas del ciudadano común nos pasa factura a diario. Grupos de personas que son incapaces de elegir, tienen el derecho de hacerlo. Pero ¿realmente eligen, o simplemente se les guía para que lo hagan?

La actualidad tiene un saborcito a déjà vu, en el que los ciudadanos liderados por la molestia generalizada empiezan a movilizarse en contra de un gobierno que, lejos de dirigir un Estado, parece una subasta. Curiosamente, gente que votó por ellos ahora sale a protestar en su contra, a menos de un año de su investidura. ¡Qué manera!

Pero no es un fallo del gobierno, no señor. Es un fallo social. La sociedad falló, pero eso tampoco es un error.

El fallo social siempre fue la meta de los gobiernos que han administrado el país, quienes a través de legislaciones retrógradas privan al país de la innovación y el desarrollo. Y lo han conseguido, sin siquiera enfrentar el escarnio público, pues en atención a sus malas artes todavía hubo un tercio de la población que los invistió. Digo hubo porque ese tercio ya no es más.

Muchos de los que caminan y exigen un golpe de timón en las calles, estaban hace menos de un año caminando, pero con banderas de partidos políticos, no por ideologías, sino por clientelismo y beneficios directos. Si no se les pagaba, no caminaban.

Hoy caminan gratis, liderados por algunos líderes reales, y por otros que no son más que infiltrados de los intereses de permanencia, de aquellos que en una sociedad ralentizada y tendiendo hacia el atraso ven la prolongación de su situación beneficiosa, a pesar de que la mayoría sufra.

¿Cómo es esto posible?

Es realmente fácil. Acostumbre al país que la idea de disentir con el poder es mala, mediante la fuerza, el temor o la cancelación. Aquellos que se oponen a lo que les dicen los gobiernos serán desgastados o subyugados, desmotivando a quien pueda ver la verdad del asunto.

Promueva la incapacidad como atributo deseable para ser líder, y eleve a esos ciudadanos incapaces por encima de los que sí tienen habilidades.

Para cimentar el desánimo, cóbreles impuestos a las empresas legítimas, pero prívelas de oportunidades. Luego, hágale saber al país que todas las empresas grandes a las que se les conceden obras no tributan, y que eso ha causado una desgracia financiera que no van a pagar los que la causaron, sino el resto de la ciudadanía que ve cómo el fruto de su sudor pagará el hurto de otros, que no sudan, pero que sí cobran.

Y para que la olla de presión estalle, salga diciendo que todo se hará según las leyes, pero rompa cada ley que pueda al actuar. Y allí lo tenemos, un país en constante zozobra, en donde los gritos que debían ser de “castiguen el delito”, ahora dan paso a “liberen al delincuente”.

La ignorancia hace ver lo malo, bueno. Y hace ver lo bueno, malo.

Los escándalos, cada vez más frecuentes, dejan ver la bajeza espiritual de muchos funcionarios enquistados en un sistema incapaz de purgarse de ellos. ¿Será incapacidad o falta de voluntad? No lo sabemos, pero ahí están haciendo las mismas trampas de siempre, y ofendidos cuando se las señalan. Las entidades públicas deben tener algún virus, o una maldición que afecta al país a través de sus gestiones.

El mal del funcionario es peor que el COVID, pues no se limita a los que ya tienen décadas en el sistema. Los nuevos, tan pronto entran, se contagian de las malas artes de los viejos. Y “en menos de lo que se persigna un ñato”, quedan defendiendo todo lo que criticaron de sus antecesores.

“Es que vamos a acabar con las botellas” era la frase antes de llegar al poder. Tres Doritos después, estando ya sentados en los despachos, la frase cambia a “es que las botellas no se pueden sacar”.

El ciclo se cierra cuando, gracias a la incapacidad de pensar, al ciudadano se le olvida que esos que prometen solucionar los problemas que nos aquejan, fueron los que causaron los problemas, para empezar. Y los elige otra vez, para meses después salir a protestar por la mala gestión.

Como diría ese genial Pepo: ¡Plop! Dios nos guíe.

*El autor es ingeniero

En el país donde se renunció a la educación, se apuesta por la ignorancia

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