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En 1933, el entonces director de la Escuela Justo Arosemena, anexa al Instituto Nacional, don Tolentino Cantoral, publicó un valioso compendio.
La compilación recoge fundamentalmente pensamientos sobre don Justo Arosemena, eximio patricio, que fueron obra de prominentes compatriotas de los albores de la República, donde recogieron y destacaron en sus palabras el talento, la sinceridad, la seriedad, los méritos, los valores, los principios, los pensamientos, los escritos, los actos, las virtudes cívicas, su espíritu republicano, su labor de jurisconsulto, que acompañaron la vida del “patriota inmaculado”.
Don Justo Arosemena, fue sin duda alguna “un gran maestro de la cordura y de la circunspección... hidalgo, serio, sincero”, “un símbolo del perfecto ciudadano”.
Repasar las enseñanzas de “uno de los hombres más notables que ha producido Panamá” hasta nuestros días, es un compromiso que, con dedicación, nos corresponde llevar hoy a cabo, con fervor y ahínco, en aras de alcanzar un país con la dignidad propia que nos corresponde a la luz de las sabias y patrióticas enseñanzas que, a través de sus permanentes actuaciones, pusieron en relieve su grandeza como “definidor incomparable del credo democrático, como sobrio y preciso razonador del instituto constitucional de América”.
Rescatar la oración escrita por otro gran prohombre de la nacionalidad panameña, don Octavio Méndez Pereira, que hoy debe ser un decálogo de integridad y amor por la patria.
Padre nuestro, don Justo, que estás en el cielo del ejemplo sin mancha: ¡Bien mentado sea tu nombre!
No para el disimulo de la intención culpable, ni para la rutina del recuerdo sin emulación, sino como santo y seña recóndito de un Panamá mejor.
Venga a nos, al fin, la República, “una sagaz y cordial” porque tú padeciste.
Hágase tu voluntad de justicia y decoro, de amor y de deber, con que echaste a nacer en América otra patria sin amo.
El pan de los panameños, la tierra usurpada, la seguridad que perdimos, enséñanos a rescatarla, porque tú dijiste que no podía ser libre ni justo un pueblo que no fuese dueño de su propio bien.
Danos el sentido de la tierra y del horizonte, tú que fuiste maestro de ala y raíz.
Perdónanos, ¡oh, padre don Justo!, nuestras deudas viejas de abnegación y de celo público, la sumisa laxitud con que tanto tiempo contemplamos tu ideal deshecho; el no haber sabido ser siempre, a tu imagen y semejanza, tenaces en la fe y en el anhelo, seguros de que el triunfo se da siempre al esfuerzo entero.
Perdónanos nuestras iras, así como nosotros perdonamos a los que encienden las suyas contra nosotros; pero vela porque todas las pasiones fecunden en un Panamá más noble.
No nos dejes caer, padre don Justo, en la tentación de la comodidad mercenaria o de la paciencia indigna.
Líbranos del mal de vivir sin espíritu y sin ansia de nación, sin empeño de mayor justicia para todos, atentos solo al individual provecho.
Haznos unos, cordiales y sagaces, porque la patria que tú concebiste así sea.