• 30/12/2022 00:00

El búmeran de la re-acreditación universitaria

En reflexiones previas me he referido al escenario teórico-epitémico del proceso de re-acreditación institucional, a sus sus procesos y dinámica más notables.

En reflexiones previas me he referido al escenario teórico-epitémico del proceso de re-acreditación institucional, a sus sus procesos y dinámica más notables. Siendo este el escenario, cabe dudar que la re-acreditación logre mejorar en tiempo y forma la calidad de los aprendizajes; en especial si el Estado no rediseña la política universitaria (inexistente en el país); racionaliza la forma de asignar presupuestos (en especial con ratios claras de financiamiento por tamaño institucional y mérito académico); y las propias universidades terminan con su aislacionismo de una autonomía que no se corresponde con la sociedad del conocimiento. Esto es: urge crear un contexto macro-institucional, superador de modelo aislacionista y caótico del presente; y cambiar con vigor su norte y dinámicas principales. Lo dicho, lo confirman igualmente los informes internacionales, especialmente de la SENACYT y el BID en años recientes.

Por lo tanto, todos debemos hacer lo posible porque el “bumerán” de la reacreditación no termine en “una carta al Niño Dios”, donde ni el Estado ni la sociedad hacen lo realmente necesario para lograr la verdadera meta. Una meta además que es movible, pues el conocimiento científico y los avances tecnológicos no paran; ni las tareas de la nueva ciudadanía democrática pueden seguir esperando para que nuestro Panamá no sea recolonizado ni siga perdiendo el control de su futuro, operando con un sistema concentrador y excluyente (incluso en su sub-sistema educativo).

En especial, las universidades públicas deberemos hacer un compromiso que nos permita: 1) Tener un verdadero sistema de educación superior, con gobernanza y direccionamiento (consejo nacional de rectores y plan prospectivo a 2050), y con recursos del Erario repartidos con equidad y justicia redistributiva. 2) Apuntalar las áreas que el mejoramiento continuo no nos hace mirar con debida prelación: innovación social, innovación científica y pertinencia de los aprendizajes.

En esta ruta, hacia un futuro cualitativamente superior y distinto, al menos las 5 universidades públicas deben comprometerse a que toda la ciudadanía puede conocer, revisar, valorar los planes de mejoramiento de cada universidad como data pública financiado por todos los contribuyentes de este país, en especial de los menos favorecidos: grupos de trabajadores, grupos indígenas, mujeres y personas con necesidades educativas especiales.

E igualmente, debemos conocer sin tapujos las realidades financieras de los entes privados a los que el Estado apalanca con recursos públicos (becas, ayudas, etc.) Es un ejercicio de necesaria transparencia. Sólo así estaremos en la ruta de la calidad, compromiso de todos, universitarios o no. La ciudadanía debe exigirlo.

Es mandato de Ley que al Instituto Nacional de Estadística corresponde enviar con carácter obligatorio y no discrecional, la data creíble, oportuna y veraz de todos los indicadores básicos de las universidades: matrícula, número y nivel de programas, docentes, calificación de los docentes, aprobación, reprobados, graduados, presupuestos propuestos, aprobados y ejecutados, desglose por grandes áreas: docencia, investigación, extensión.

Igualmente, a partir de los Planes de Mejora de aquellas entidades que se re-acrediten puede empezarse a discutir y formular un Plan Prospectivo de Educación Superior (universitaria y no universitaria al año 2050, con metas claras y medibles, y un sistema de seguimiento con carácter técnico). E igualmente estimar un presupuesto nacional con cifras reales de acuerdo a necesidades reales y debidamente justificadas con documentos técnicos que califique tanto el MEF como comisiones de la SENACYT y la AIG, por dar pistas.

Igualmente debe emprenderse un Programa Nacional de Re-Certificación de competencias docentes para el ejercicio de la educación superior basado en competencias tanto andragógicas como tecnológicas, así como la coordinación real de la formación de los docentes con estándares internacionales para los programas y facultades que forman docentes en este nivel.

Igualmente, como parte de dicho plan nacional de educación superior, la investigación, la extensión universitaria deben ser redimensionadas y apalancadas con programas de doctorado en áreas estratégicas en modalidad híbrida que alcance a duplicar al menos en 5 años el número de docentes con doctorado en sus respectivas áreas de conocimiento, amén de otros programas estratégicos relacionados con la Cuarta Revolución Industrial; así como el trabajo en comunidades como estrategia formativa y de impacto público en temas de lucha contra la pobreza multidimensional que asola este país tan asimétrico.

Finalmente debe repensarse la relación MEDUCA-Universidades, para que el sistema-preuniversitario deje de ser un impedimento para el acceso al nivel superior, sea por el nivel de los aprendizajes de quienes de él egresan, sean por las condiciones socio-económicas de los aspirantes. Buena parte de los egresados podrían redireccionarse hacia el sistema superior no universitario fuertemente ligado a necesidades del mercado laboral, pero igualmente a demandas institucionales de política pública y territorial en temas críticos de salud pública, seguridad, riesgo a desastres, salud y seguridad ocupacional, ordenamiento territorial, logística y transporte y economía verde y naranja en las cuales el país tiene carencias y oportunidades enormes. Hay repensar el sistema de admisión y la creación de un sistema de nivelación académica o fase de pre-universitario a nivel nacional.

No basta la mejora continua de procesos educativos que pueden ser altamente disfuncionales (un ejemplo por reducción al absurdo: mejorar la mecanografía de los estudiantes o la pedagogía bancaria que aún prima). Debemos premiar las innovaciones educativas y dar su peso central a procesos esenciales básicos: lectura comprensiva; redacción y matemáticas y estadística básica a todos los niveles, más programación básica y robótica desde la educación pre-escolar).

¿Nos atreveremos a dar el paso hacia lo que alguien llamó “el revolcón” educativo, para encaminarnos, luego, a una verdadera revolución de los aprendizajes?

Economista, docente y gestor universitario
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