El índice de Confianza del Consumidor Panameño (ICCP) se situó en 70 puntos en junio pasado, con una caída de 22 unidades respecto a enero de este año,...
- 02/07/2023 00:00
Burda manipulación de la química y la política
La infancia es una época de crecimiento físico y de felicidad. Las herramientas de nuestra infancia fueron bicicletas, patinetas, bates y bolas, además de cuentos para dormir. Sin embargo, en los últimos cuarenta años los niños siguen creciendo, pero de una manera diferente. Ahora crecen horizontal, en lugar de verticalmente. Algunos toman medicamentos que antes estaban reservados para adultos, como la metformina para la diabetes tipo 2 o el benazepril para la hipertensión. Y su felicidad está tan desinflada que necesitan encontrarla en las redes, y cuando la alcanzan les dura muy poco.
El progreso y la tecnología nos han hecho pensar que la nueva felicidad se fundamenta en la gratificación instantánea. Pero estudios nos indican que precisamente esas gratificaciones instantáneas son las que nos hacen infelices, porque nuestro cerebro no está programado para esos impulsos vertiginosos y su centro de recompensa requiere emociones pausadas, sentimientos profundos y alimentos verdaderos para trabajar bien. Además, cuando la vida se piensa más como un proceso continuo, donde el viaje es más placentero que el destino, la química del cerebro y sus neurotransmisores ayudan a que todo el resto del cuerpo trabaje mejor en equilibrio y balance.
Estos últimos veinte años hemos sido testigos de dos epidemias, además del COVID-19 que ocupó los titulares por dos años y causó olvidar realmente las dos epidemias verdaderas que afectan la población mundial: la adicción a las drogas y la adicción a la comida. No soy psiquiatra ni psicólogo, y por eso no voy a explicar los mecanismos clínicos de la adicción. Tampoco soy un columnista motivacional, aunque puedo dar discursos al respecto. Y mucho menos soy gurú de la autoayuda como Dr. Oz o Dr. Phil; esos dos tipos tienen sus propios problemas y yo tengo los míos. Pero definitivamente, a pesar de que no soy un teórico de la conspiración ni creo que el fin del capitalismo está cerca, sí pienso que existe una colusión maquiavélica entre algunos actores de la industria, con una evidente malicia intencionada y aprobada por funcionarios del Gobierno.
Woodward y Bernstein del diario The Washington Post tuvieron que conectar muchos puntos antes de que se revelara la naturaleza perniciosa y la saña de Watergate. Igualmente, fue necesario que el denunciante Jeffrey Wigand y las publicaciones de los “documentos del tabaco” pudieran demostrar que los ejecutivos de la industria tabacalera estaban involucrados en una conspiración para defraudar al público.
Mis conocimientos y experiencia son en política de la nutrición, con especialización en bioquímica. Soy empresario emprendedor dedicado a promover la salud y prevenir las enfermedades a través del entendimiento de que la comida natural y sus micronutrientes pueden ser maravillosos y extraordinarios para el cuerpo y la mente. Y desde hace años he conectado puntos y atado cabos en muchas industrias, usando mis conocimientos y experiencia, y todos dan indicios de que existen perpetradores dentro de las industrias de tabaco y alimentos, y que han coludido o al menos compartido datos y prácticas, para ofuscar el vínculo entre sus productos y las enfermedades. Y han hecho todo dentro de su alcance para confundir deliberadamente el concepto de salud con el único motivo de lucro. La ciencia manipulada y la politiquería burda que estas industrias han fabricado les ha permitido hacer campañas engañosas lo suficientemente efectivas como para sembrar evidencia empírica y hacer que la población les crea.
Lo que nos hizo iniciar en este bregar es precisamente el alto porcentaje de enfermedades crónicas en Panamá. Y la forma en que los fabricantes de alimentos manipulan las emociones y juegan con la dinámica del mercado, a pesar de que son evidentes los problemas de salud que causan sus productos en el mundo. No hay que ser genio para entender que los comportamientos asociados con la obesidad y la diabetes tipo 2 se deben de hecho a la manipulación de la bioquímica en el procesamiento de la comida chatarra y que los efectos de esa bioquímica se deben a cambios en el entorno.
Subir del 10 % de predisposición de obesidad en 1980 a más de 72 % en adultos y 38 % en niños en 2019, solamente se explica a través de una hipótesis de que la obesidad es promovida más por las políticas y decisiones de los Gobiernos en contubernio con la industria alimentaria, que por la misma abundancia de la comida en sí. Y mientras la población y los formuladores de políticas no entiendan esa realidad, seguiremos tratando de modificar el comportamiento de las personas y perdiendo el tiempo. Por eso insisto que debemos apuntar a minimizar el consumo de alimentos procesados y crear mejores políticas públicas para promover el consumo de alimentos saludables.