Este martes 18 de marzo se llevó a cabo el sepelio del cantante panameño de música urbana Chamaco.
El artista fue asesinado de varios impactos de bala...
Una pausa en medio de los acontecimientos que se desenvuelven velozmente en nuestra vida cotidiana lleva a pensar que, como sociedad, algo perdimos en el camino. Se perdió el rumbo, en algún aspecto de nuestras vidas, que se hace necesario rescatar. Al menos eso es relativamente cierto en materia de educación, donde hace por lo menos tres décadas el país parece no encontrar un derrotero seguro en la dirección que debería tener el sistema educativo panameño.
Los múltiples diálogos, planes y estrategias que no logran madurar y desarrollarse sostenidamente en el tiempo, son reveladores de esta situación. Mientras que las escuelas particulares en un porcentaje apreciable tienen definidas sus metas y trabajan para alcanzarlas, con los mejores recursos pedagógicos y tecnológicos disponibles, encontramos un sector público de la educación nacional que vive continuamente un estado de conmoción, porque las reglas del juego se cambian y una parte de sus centros educativos se sienten desatendidos.
El personal docente y padres de familia de estos centros aprendieron que solo el paro de clases y el cierre de calles pueden llamar la atención de las autoridades para solucionar aquello que una programación y comunicación eficiente puede resolver sin mayores apremios. Se suspenden clases y realizan protestas cuando la infraestructura física es inservible, el agua potable inexistente o insuficiente, el maestro o profesora no fue nombrado oportunamente o cuando la noticia de presencia de materiales tóxicos (fibra de vidrio) alarma la comunidad educativa.
La escuela, que está llamada a funcionar como una real comunidad de aprendizaje, porque la formación integral de sus estudiantes constituye la razón de ser de su existencia, se observa desviada en sus propósitos cuando factores externos o internos a la organización desestabilizan su funcionamiento. Cuando ello ocurre, los periodos escolares se alteran, se reducen los días y horas de clase, se obstaculiza el desarrollo pleno de los planes y programas de estudio y se impide la superación continua de la niñez y la juventud de acuerdo a los fines de la educación nacional. Una cultura de la improductividad pedagógica parece arraigarse en esos casos y aumenta la brecha social entre los jóvenes de acuerdo al rigor de la formación recibida.
Es aquí cuando se siente la falta de un liderazgo efectivo en la dirección de cada uno de esos centros educativos. De ese o esa profesional de la educación bajo cuya dirección se erigen los baluartes de la educación de muchas generaciones de estudiantes. Un liderazgo efectivo, porque tenían una elevada formación profesional, la templanza de carácter, la capacidad planificadora y organizativa, el don del diálogo y la persuasión, la vocación emprendedora, la mística seductora de trabajar por el bien pedagógico común —enseñar con el ejemplo— la disposición permanente de construir confianza y alianzas con vecinos, empresarios y amigos de sus escuelas; la virtud de responder por los resultados académicos de sus alumnos y la aptitud de asegurar el orden, el aseo y la disciplina del plantel.
La memoria reciente guarda un espacio de reconocimiento a tantas instituciones forjadoras de grandes talentos ciudadanos, íconos de una educación para el progreso nacional como el Abel Bravo y el Guardia Vega en Colón; el José Daniel Crespo en Herrera; el Félix Olivares y el Instituto David en Chiriquí; la Escuela Profesional, el Instituto Nacional, el Artes y Oficios, José D. Moscote y el Fermín Naudeau, en la ciudad de Panamá; la Normal Juan Demóstenes Arosemena y el Instituto Urracá en Veraguas y el Angel María Herrera en Coclé. Son éstos unos pocos ejemplos de los muchos centros que fueron dirigidos en diversos momentos de su historia por profesionales de gran prestigio y efectividad académica y administrativa.
¿Qué hace la diferencia entre el desempeño de esos centros en el pasado y en el presente?, ¿será la disponibilidad de sus recursos financieros?, ¿la formación y dedicación de su cuerpo docente?, ¿la responsabilidad de los padres y madres de familia?, ¿el origen sociocultural de su alumnado? o ¿será acaso la conducta de su director o la centralización o descentralización de su operaciones?
Todos ellos o algunos, pueden representar factores que ayuden a explicar esas diferencias en el rendimiento educativo. Lo cierto es que hoy lo centros educativos disponen de más recursos financieros que en el pasado, cuentan con mayores facilidades tecnológicas, sus estudiantes y docentes disponen de mayor acceso al centro, la supervisión es más débil y la discrecionalidad y autonomía institucional más fuerte y un mayor número del cuerpo docente posee título universitario. Sin embargo, los resultados en las evaluaciones nacionales e internacionales son inferiores, en general, a los rendimientos medios esperados.
¿Por dónde empezar a enderezar el esfuerzo educativo? En este como en otros temas nacionales no existen recetas mágicas que permitan encontrar soluciones fáciles a problemas que son complejos. Lo que sí existe es la necesidad de enfocar la mirada a lo esencial, a aquello que ocurre en la base del sistema educativo panameño, en cada centro escolar y salón de clases, por ser allí donde se construyen los aprendizajes, se forjan las esperanzas o sepultan los intentos innovadores de una formación con calidad, pertinencia y equidad para toda la vida.
Una variable que puede desencadenar efectos importantes en ese cambio es, sin duda, la formación y actitud de la persona que dirige el centro educativo. Este es un tema que merece rescatarse de entre las múltiples publicaciones e iniciativas que sobre la educación panameña existen en el medio.
La experiencia, internacional y nacional, muestra que los buenos centros educativos tienen al frente directores y directoras que se destacan por su liderazgo. Este liderazgo es alcanzado por una adecuada formación, dedicación, responsabilidad, capacidad ejecutiva y habilidad para concertar y lograr poner en sintonía a todos los actores educativos y sociales en función de los objetivos propuestos. Ese liderazgo no se puede improvisar y las universidades y sus profesores estamos llamadas a asumir un papel importante en su desarrollo.
*Docente universitario.jbbernal@cwpanama.net