Según el comunicado de la ANA, los billetes y monedas encontrados corresponden a denominaciones de los países de Brasil, Cuba, Turquía, entre otros.
- 19/08/2025 00:00
Calidad, bioseguridad y trazabilidad: claves de la avicultura nacional

En un mundo que exige alimentos más inocuos, sostenibles y transparentes, el pollo se consolida como una de las proteínas de mayor impacto positivo. Su huella hídrica y de carbono es menor que la de otras carnes, su perfil nutricional resulta idóneo para las dietas modernas y, en el caso panameño, sostiene más de 80.000 empleos directos e indirectos, muchos en zonas rurales, según Anavip. Durante 2024, la industria produjo 504 millones de libras de carne de pollo, lo suficiente para abastecer por completo al mercado nacional.
El verdadero futuro competitivo de esta proteína no depende solo del volumen, sino de la calidad con la que se produce. El pollo aporta un alto valor biológico con bajo contenido de grasa, y la eficiencia detrás de cada pechuga —producto de mejoras genéticas, formulaciones de alimento precisas y manejo técnico— permite convertir menos insumos —agua, energía y granos— en más proteína utilizable. Esa combinación de nutrición y eficiencia ofrece respuestas concretas a la seguridad alimentaria y los desafíos climáticos.
Los consumidores globales pagan cada vez más por garantías objetivas: certificados ISO 22000, HACCP, BRC y resultados de laboratorios acreditados ISO/IEC 17025. No son trámites burocráticos; son el lenguaje de la confianza. Una planta capaz de demostrar la ausencia de salmonella o la trazabilidad total de un lote abre puertas a cadenas de supermercados y acuerdos gubernamentales donde el precio deja de ser el único factor de negociación. Para Panamá, sumar esta capa de excelencia a su reputada logística significa ofrecer al mundo un producto que llega rápido y respaldado, multiplicando el valor agregado sin necesidad de ampliar la huella territorial de producción.
La influenza aviar figura hoy como la mayor amenaza sanitaria para la avicultura global. Granjas herméticas, protocolos estrictos y personal capacitado protegen el empleo, la estabilidad de precios internos y la reputación país. Cada inversión en bioseguridad es, en realidad, una póliza colectiva para 2025 y más allá.
La digitalización permite rastrear un lote desde el huevo fértil hasta el anaquel. Espectroscopía infrarroja para validar nutrientes del alimento, sensores en línea que miden parámetros de proceso y plataformas que almacenan datos en la nube conforman una “caja negra” que registra cada decisión. Cuando surge una alerta, la respuesta es quirúrgica, no masiva.
Campañas locales que destaquen la frescura y calidad del pollo panameño contribuyen a la transparencia, pero el reto principal es educar: explicar por qué una pechuga producida bajo estándares auditables vale más que una de procedencia incierta. Consumir responsablemente es votar por sistemas productivos que respetan la salud humana, animal y ambiental.
Para afianzar esta ventaja, Panamá puede:
1. Invertir en infraestructura de calidad: laboratorios de referencia equipados y acreditados que respalden los controles de la industria.
2. Formar talento especializado: universidades y centros técnicos que ofrezcan programas en inocuidad, bienestar animal y análisis de datos.
3. Fortalecer la articulación público‑privada: marcos regulatorios claros y ágiles que eviten duplicidades y aceleren la innovación.
La geografía nos regaló el Canal; la disciplina en calidad puede otorgarnos un lugar privilegiado en la mesa global. Convertir la inocuidad y la trazabilidad en marca país no es un lujo: es la estrategia más sensata para prosperar en un mercado que valora, sobre todo, la confianza. Si Panamá decide abrazar esta oportunidad, el pollo —ese alimento aparentemente sencillo— será el mejor embajador de nuestra capacidad de hacer las cosas bien.