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- 09/02/2011 01:00
Entre carisma y liderazgo
C abría preguntarse, ¿si los partidos políticos y las ideologías son los que movilizan a la gente? o, ¿el carisma es la clave? En su conferencia sobre ‘Liderazgo y Resultados’, John Sadowsky, profesor de Liderazgo en la Grenoble Graduate School of Business, comienza analizando el porqué Barack Obama se convirtió rápidamente en un líder, mientras que George Bush nunca llegó a serlo y, qué tienen en común Nelson Mandela, Martin Luther King, Mahatma Gandhi y Winston Churchill, llegando a la conclusión de que no hay patrones ni esquemas que puedan explicar sus éxitos, pero lo que sí tienen en común, es que fueron grandes narradores. Aprendieron a conocerse a sí mismos y a usar sus historias de identidad para incluir a la gente en sus sueños y contagiarles sus pasiones y quimeras.
Dice Sadowsky que, mientras Bush contaba una historia de poder para sí mismo, Obama supo inspirar al electorado con su historia personal y, que Gandhi no nació con el don del liderazgo, sino que se transformó en un maestro cuando decidió aprender de su propia experiencia y seguir los dictados de su corazón. Winston Churchill tampoco era un orador nato. El análisis minucioso de sus mensajes, el afán de simplificar las ideas para llegar al gran público y la práctica tenaz, fueron los ingredientes que lo convirtieron en el mejor orador del siglo XX.
Agrega Sadowsky, que el carisma no conduce al liderazgo. Por el contrario, es la ‘pasión por liderar’ la que lleva al carisma. Mi hipótesis central es que el carisma tiene cierto grado de racionalidad y que puede ser explicado a través de cada cultura y de cada uno de los seguidores de un líder. La gran revolución del carisma tuvo lugar durante los años sesenta debido al uso de la televisión. Ésta ha transformado la morfología del carisma y la imagen pública de los políticos. A pesar de que no podamos concebir las relaciones sociales sin su presencia, el carisma puede convertirse en un peligro al servicio de demagogos e ideologías como el fascismo. Así, un exceso de fascinación por el carisma puede ir en contra de la cultura política y del espíritu crítico de las democracias. No obstante, para un hacedor de imagen este elemento es un atributo necesario para todo tipo de líderes políticos democráticos, sin el cual los políticos no pueden triunfar electoralmente. Solo que la compra de conciencia de los electores y las mentiras en las promesas de campaña sean las reglas a seguir.
Carisma es una palabra de origen religioso, y se refiere a un don que Dios les ha dado a ciertas personas para atraer o fascinar a otras. En psicología, reconocemos a una persona carismática cuando tiene la habilidad de motivar o de entusiasmar a quienes les rodean. Son personas admiradas y queridas por sus seguidores o por el contrario, odiadas por sus adversarios.
No obstante, poseer este don no significa por ello ser ‘buena persona’, porque muchos dictadores y déspotas crueles y sanguinarios a través de la historia han sido carismáticos.
Muchos autores plantean que se nace con este don. Otros tantos, defienden la tesis de que el carisma se aprende como toda habilidad y que otros tienen que construirlo con esfuerzo. Pienso que el ser humano como ente bio—psico—social requiere de un componente genético, de la predisposición mental y psicológica y de un aprendizaje social para desarrollar la condición carismática, así como el liderazgo. Es bueno destacar que no todos los líderes son carismáticos, ni todos los carismáticos son líderes.
Para personas consagradas a una causa, el carisma es una fuerza interna que se posee y que se desarrolla por el interés, la constancia, el esfuerzo y el ejemplo hacia los demás. Para estas personas no importa si se es pequeño de estatura, poco atractivo o agraciado, artista, magnate o presentador de televisión, qué ropas se lleven o si se expresan con el silencio, mientras hacen su obra sin grandes discursos, como la Madre Teresa de Calcuta o Mahatma Ghandi.
El político que posee liderazgo y carisma convence con sus puntos de vista y tomando en consideración la opinión de todos. No impone criterios, los discute, enseña, y guía. Su autoridad no depende de una cara bonita, ni del dinero que tenga, ni del cargo o posición de jefatura, sino de su autoridad moral y del respeto que siente hacia su propia persona. Entiende y está consciente de que se puede equivocar, que la verdad absoluta no existe y que es vital reconocer la opinión de todos. Acepta la decisión de la mayoría y lucha por mantener los grados de libertad del pueblo que dirige. Lo contrario conduce a la barbarie, al despotismo y a la tiranía.
*ESPECIALISTA DE LA CONDUCTA HUMANA.